Los humanos no podemos concebir ninguna auténtica perspectiva sin una poderosa carga de creencias, ideas preconcebidas del mundo, conocimientos adquiridos, experiencias y un largo etcétera que moldea nuestra interpretación de lo observado.
La perspectiva es una mirada única. Si imaginamos un estadio lleno, cada uno de los asistentes estará frente el mismo espectáculo deportivo; en la cancha objetivamente sucederán las mismas cosas y tanto el devenir como el resultado final será percibido por todos de forma simultánea. Sin embargo, desde cada punto del estadio se percibirá de manera distinta. En muchos casos la diferencia será sólo de matiz, pero en otros el contraste en la experiencia será tan significativo que daría como resultado una interpretación heterogénea del mismo evento. Si pensamos en un partido de futbol, no será lo mismo si lo presenciamos desde el medio del campo a si estamos ubicados atrás de una de las porterías. Tampoco será igual si estamos sentados en medio de la barra de aficionados de nuestro equipo favorito que si lo estamos en la del rival.
Extrapolado a la existencia práctica el concepto de perspectiva, no experimentamos del mismo modo una discusión si somos el jefe que si somos el subordinado, no comprendemos del mismo modo un aborto si somos mujeres que si somos hombres, no juzgamos con la misma dureza los aciertos o las fallas de un gobierno si pertenece al partido cuya ideología compartimos que si se trata de un gobierno que responde a ideas al otro lado del espectro político, no nos impacta del mismo modo una canción de desamor si acaba de abandonarnos una pareja a la que amábamos que si estamos en la plenitud de una relación satisfactoria. La perspectiva desde donde observamos o vivimos un acontecimiento es determinante para el tipo de interpretación que estaremos habilitados para hacer.
Sin embargo, por más que el concepto de perspectiva implique una “mirada única” de los acontecimientos que ocurren a lo largo de la existencia, no emerge de forma natural ni automática ni mucho menos desprovista de intención y contenido. Todo lo contrario, una auténtica perspectiva es siempre producto de una construcción.
Una simple mirada, una experiencia súbita o una mera opinión impresionista no conforman una perspectiva. Pensemos en una situación hipotética, donde, sin contexto alguno, nos vendan los ojos y nos dan a probar un platillo. Esa experiencia sensorial no será suficiente para crearnos una perspectiva de ese platillo. Necesitamos verlo, olerlo, conocer su contexto, su historia, el tipo de ingredientes que lleva y, a partir de ahí sumar nuestros prejuicios, nuestros sesgos, nuestras preferencias para, entonces sí, construirnos una perspectiva personal del platillo y de la experiencia de degustarlo.
Imagina que tienes la intención de fotografiar una vasta pradera a los pies de una montaña boscosa. Se trata de un lugar objetivo y concreto, que posee características verificables por cualquiera que las desee cotejar: habrá cierta cantidad y tipo de vegetación, podrán encontrarse determinadas especies animales y un tipo específico de ecosistema y las condiciones climatológicas están a la vista de cualquiera. Sin embargo, con todo y que se trate del mismo paisaje, con la cámara colocada en el mismo tripié, en la misma dirección y desde un mismo encuadre, no se registrará la misma imagen si utilizas un lente de 35mm que con uno de 105mm, un gran angular de 10mm o un telefoto de 600mm. Tampoco obtendrás el mismo resultado si a cada lente le colocas un filtro azul o ámbar. El paisaje será siempre el mismo pero lo que verás a través del obturador será radicalmente distinto en cada caso.
Cada cambio de lente puede simbolizar una distinta ideología, un sesgo. Cada filtro de color, creencias, mapas ocultos que moldean nuestro modo de entender la realidad, en la mayoría de los casos sin que lo podamos percibir. Habrá quien genuinamente piense que no lleva ningún lente, que su visión es objetiva y lo que tiene frente a sí es la “realidad”, pero lo es sólo parcialmente. En realidad se trata de una versión personal y limitada de un segmento de “lo real”, una mirada ciertamente verdadera pero relativa, dependiente de los contenidos conceptuales, emocionales, sentimentales, psicológicos que se constituyan como nuestros lentes de enfoque, porque en los humanos, igual que sucede con las cámaras fotográficas de sistema reflex, sin lente no pueden enfocar ninguna imagen. Como sucede a las cámaras con los objetivos a retratar, los humanos no podemos concebir ninguna auténtica perspectiva sin una poderosa carga de creencias, ideas preconcebidas del mundo, conocimientos adquiridos, experiencias y un largo etcétera que moldea nuestra interpretación de lo observado.
Así como el talento del fotógrafo consiste en decidir conscientemente el filtro y el lente que conviene usar en cada situación, a nosotros nos corresponde tomar consciencia de toda esa carga previa de prejuicios que dan forma a nuestras interpretaciones de la Realidad.
Casi nunca sabemos por qué creemos lo que creemos ni por qué pensamos como pensamos, de hecho casi nunca nos damos cuenta que creemos infinidad de cosas que damos por ciertas acríticamente. El problema está en que esos condicionamientos, aun sin ser conscientes, le dan forma, textura y color a aquello que aparece en el visor de la cámara y que consideramos la verdad absoluta por el simple hecho de que la estamos viendo.
Conocer la existencia de los lentes y los filtros en cada observación que hacemos sobre el mundo objetivo y sobre las opiniones y actos de los demás nos permite gestionarnos mejor en ese mundo ambiguo y complejo que tiene que ver con la construcción de la verdad.
Lo ideal es que seamos capaces, no sólo de saber qué tipo de lente llevamos, sino de intercambiarlos de tal modo que podamos apreciar diversos enfoques de una misma porción de realidad. Sin olvidar que hay un sin fin de cámaras a nuestro alrededor que representan otras perspectivas y que, como nosotros, van también cargadas de lentes y filtros que les ofrecen aspectos de la realidad distintos de los nuestros, pero que a sus ojos resulta inapelable.
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