El espíritu crítico permanece equidistante entre dos extremos: la ciega obediencia a las tendencias impuestas desde el exterior y la terca necedad de aferrarse a los prejuicios arraigados haciendo oídos sordos a cualquier opinión que niegue la postura personal preexistente. Utilizar el pensamiento crítico nos pone a salvo de emitir opiniones infundadas y absurdas.
Es muy importante no confundir la obsesión por opinar acerca de todo con mantener una postura crítica ante la vida. Cuestionar lo que nos sucede, lo que pensamos, lo que hacen los políticos, el funcionamiento del mercado y los informes que recibimos acerca del cambio climático implica desarticular la información con la intención de digerirla y recalibrar el rumbo en función a las conclusiones alcanzadas. Es decir, se trata de una postura crítica ante nuestro propio pensar y nada tiene que ver con externalizar cada cosa que se nos ocurre respecto a los estímulos que nos llegan de fuera.
El pensamiento crítico es la capacidad que tenemos los seres humanos de cuestionar las opiniones, criterios, ideas o conductas que nos ofrece el entorno sometiéndolas al escrutinio de la razón, confrontándolas con contenidos semejantes y, por qué no, analizándolas desde el sentido común, ya sea para aceptarlas, reformularlas o rechazarlas por completo. Esto implica desarrollar la habilidad para formarse un criterio propio basado en los principios, valores, ideologías, creencias y convicciones personales en combinación con una apertura al conocimiento nuevo y fundado que enriquezca la cosmovisión individual y favorezca una más eficaz toma de decisiones.
El espíritu crítico permanece equidistante entre dos extremos: la ciega obediencia a las tendencias impuestas desde el exterior y la terca necedad de aferrarse a los prejuicios arraigados haciendo oídos sordos a cualquier opinión que niegue la postura personal preexistente.
Mantener una postura crítica nada tiene que ver con esa especie de partida de tenis discursiva que implica recibir un estímulo –por ejemplo, una nota de prensa que asegure que Morgan Freeman es un abusador sexual– y devolver ese estímulos de inmediato, de manera irreflexiva y sin que la respuesta sea mucho menos parte de un criterio propio que de montarnos acríticamente sobre la ola de la corriente hegemónica de opinión, ya sea salvando o descalificando al individuo de una vez y para siempre.
Adicional a lo anterior, pero fundamental en los tiempos de inmediatez artificial en que vivimos, es recordar que el pensamiento crítico no emerge de forma repentina y oracular sino que necesita macerarse, requiere de un tiempo de reposo, de asimilación, de volver atrás, de dar un rodeo y luego otro y que incluso una vez que suponemos haber alcanzado la opinión definitiva acerca de algo, es conveniente estar siempre abierto a cambiar de opinión cuando reflexiones posteriores nos indican un camino mejor.
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