A finales de 2005, estaba yo de visita en McAllen, en la casa de mi entrañable amigo Vicente Morales. Por la mañana fui en mi bicicleta a un lugar bellísimo que se conoce como Punto Santa Isabel, en el camino a la Isla del Padre. Aunque no había subidas en ningún sentido, el recorrido de ida era la misma distancia que existe entre el Distrito Federal y Cuernavaca.
De ida no tuve ningún problema, pero de regreso había viento en contra y cuando ya casi llegaba de regreso a McAllen, me encontraba descansando a la orilla del camino, cuando una camioneta tipo Van, se detuvo a mi lado y el conductor me preguntó en inglés si quería yo un aventón,
- Excuse me sir, do you need a ride?
Al darme cuenta que eran paisanos, le respondí,
- La verdad, sí; muchas gracias, me cae usted del cielo.
Después de decirle a dónde iba yo, platicamos cosas sencillas, hasta que llegó el tema de las posadas que comenzaban ese día, viernes 16 de diciembre.
- Habla usted muy bien español, amigo.
- ¿Cómo no había de hablar español si soy de México?
- Pues para serle sincero, sin ofender, cuando lo vimos descansando con la lengua de fuera junto a su bicicleta, le dije a mi mujer: Mira ese pobre gringo ya no puede ni con su alma.
- Ahora sí me amoló usted; ¿de a tiro gringo?
- Pues sí, güero, no me diga que no tiene pinta de gabacho.
- Ni me diga. Cuando estoy por Cuernavaca, y voy al centro, siempre ando con sombrero de palma y huaraches, y me va peor, porque los guías de turistas a fuerza me quieren enseñar el Palacio de Cortés.
- ¿Ya ve, güerito, cómo tengo razón?
- Pero si sabe usted que hoy comienzan las posadas, ¿o no?
- Por supuesto que sé que hoy comienzan las posadas; y no solamente sé eso, sino que me las sé de memoria desde chiquito.
- Mi mamá nos llevaba a un lugar que se llamaba Vanguardias, donde un jesuita, el padre Benjamín Pérez del Valle, organizaba las ocho posadas, y presentaba cuadros plásticos en que los niños participaban representados como San José, la Virgen María, el Niño Jesús, los santos reyes y demás personajes ligados al nacimiento del niño Jesús.
- ¡No me diga, güerito! qué padre.
- ¿Y que anda haciendo por aquí en McAllen?
- Estoy de visita en casa de un amigo de México que se vino a vivir aquí; es un conferencista que se llama Vicente Morales.
- ¡No me diga! Nosotros conocemos a Vicente muy bien.
Mientras platicábamos, de repente ya estábamos enfrente de la casa de mi amigo.
- Bueno güerito, aquí lo dejamos; espero que nos veremos hoy en la noche.
- ¿Y eso?
- Pregúntele a Vicente si va a ir hoy a casa de Ray Gonzalez a la posada.
- No me ha dicho nada Vicente, pero si no peco de gorrón, voy yo también y con mucho gusto.
- Por supuesto mi amigo, ¿y por cierto, cómo se llama usted?
- Me llamo Julio Chavezmontes, pero mis amigos me dicen Pecos.
- Pues mucho gusto Pecos; nos vemos al rato, y ya podremos oírte desafinando y dándole a la piñata.
Aquella noche fuimos a la posada mi amigo Vicente y yo.
Fue una experiencia maravillosa.
La familia Gonzalez vivía en un condominio horizontal con varias decenas de casas muy bonitas, con techos de dos aguas cubiertos con tejados rojos, y adornadas con motivos navideños típicamente mexicanos.
La muy grata sorpresa fue que las familias que residían en esa comunidad, eran todas de origen mexicano, y además, sus hijos, tanto pequeños como jóvenes adolescentes, participaron con entusiasmo de la posada.
Unos jovencitos se hicieron cargo de pasear a los Santos Peregrinos, que llevaban en una tabla con asideras recargadas sobre sus hombros.
Había luces de bengala, antorchas y farolitos; fuimos cantando la posada de casa en casa.
Algunos vecinos se sorprendían de oírme cantar sin necesidad de echar mano de un folletito en el que otros leían la letra de los cantos que correspondían.
Lo que bien se aprende, nunca se olvida.
Hubo ponche, “con piquete” y sin piquete; café de olla y chocolate en jarritos. La alegría del chamaquerío se desbordó cuando apareció la primera piñata; era una hermosa estrella forrada de papel metálico azul y plantado, con tiras colgando de cada una de las puntas de cartón.
Los escuincles, al igual que en todas partes, se divertían cantando: “La piñata tiene caca, tiene caca, cacahuates de a montón… y se reían a carcajadas de lo que suponían un grande atrevimiento”.
Verdaderamente me sentí no solamente en México, sino de regreso a mi infancia.
De cenar hubo tamales en hoja de plátano, tanto verdes como rojos, y para remate, dulce de tejocote.
Ahora, al recordar aquella posada, me reconforta saber que esa hermosa tradición sigue viva no solamente en la provincia mexicana, sino en todas las comunidades que conservan vivas nuestras tradiciones, y que por fortuna, no son pocas.
Acapulco es un claro ejemplo. Acapulco no solamente son las discotecas y los antros; las playas y los turistas. Nuestro amado Acapulco es habitado por infinidad de hermanos nuestros que no le piden permiso a nadie para recuperarse de la adversidad.
No olvido que en un ya lejano diciembre de mi juventud, yendo de regreso a México por el antiguo camino, a la altura de Tierra Colorada vi una gran cantidad de personas que iban a pie, llevando imágenes de la Virgen de Guadalupe, porque iban en peregrinación a verla en la Villita.
No tengo duda de que, muchos acapulqueños, recibirán la Navidad abriendo sus hogares al Niño Jesús, a la Virgen María y a San José, dando gracias por estar vivos y de pie, sin olvidar a los que se fueron recientemente.
El resurgimiento de Acapulco no depende de la TORITA ni de su papá; no depende de ABELINA LÓPEZ; depende de su férrea voluntad y de su inquebrantable fe.
El mejor símbolo del Acapulco indestructible, es la imagen de la Virgen de Guadalupe que permaneció en lo alto de La Quebrada, sin sufrir ni el menor daño.
Por esta razón, en este mes de posadas y de Navidad, no quiero permitir que nos hagan ver a mis hermanos como fifís ni como chairos; como sicarios ni como enemigos.
Quienes dan por muertas nuestras tradiciones y nuestra fe, quienes creen poder predecir nuestra conducta con encuestas pagadas y confeccionadas a la medida, quienes piensan que pueden comprarlo todo, y encima con nuestro propio dinero, harían bien de mirarse en el espejo de Texcaltitlán (Estado de México).
Los parásitos que creen estar construyendo el futuro mientras siembran muerte, harían bien de recordar la proclama de la Navidad:
PAZ EN LA TIERRA…
SÍ…
PERO SOLAMENTE PARA LOS HOMBRES DE BUENA VOLUNTAD…
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