Desde niños nos convencimos de que somos especiales y estamos predestinados al éxito. El problema viene en que para conseguirlo estamos dispuestos a pasar por encima de quien sea, pero eso no puede entenderse como verdadero éxito.
La semana anterior hablábamos de individualismo. Hoy exploraremos otra cara de este.
Estamos sumergidos en una tendencia cultural que desde niños nos hace creer que somos especiales, que estamos predestinados a ser brillantes, exitosos y reconocidos por los demás. Que el resto del mundo debe valorarnos y que, si nos esforzamos lo suficiente, tarde o temprano la vida habrá de brindarnos los caminos para alcanzar esa plenitud añorada.
Desafortunadamente la vida no funciona de ese modo. El éxito es una idea subjetiva que tiene tantas definiciones como personas que lo invocan. Al concepto de realización le pasa más o menos lo mismo. El problema viene cuando la insatisfacción se desborda.
Un gran ejemplo de ello lo podemos ver retratado en la novela inmortal de Dostoievski, Crimen y castigo. En ella se cuenta la historia de Raskolnikov, un joven atormentado que deja a su madre y hermana para irse a la ciudad a estudiar, pero que vive en una pobreza tal que apenas puede sobrevivir. En esas circunstancias decide que su juventud y talento merecen una oportunidad y asesina a una vieja usurera para hacerse de los recursos que necesita, y merece. La muerte de esa mujer no traerá mal al mundo, mientras que la realización del sueño de Raskolnikov acarreará mucho bien a la humanidad. Desde esa visión resultaba moralmente aceptable el crimen, pero que, como es previsible, se complica y, por supuesto, todos los argumentos de Raskolnikov se derrumban ante su incongruencia interna y el peso de la culpa y del crimen. Se da cuenta, de la peor manera, que la realización de un individuo no justifica la destrucción de otros. Y que, en todo caso, el peso de la culpa es mucho mayor que cualquier beneficio que se obtenga por esa vía.
Micrea Cārtārescu en su monumental novela Solenoide, asegura que “no hay nada más peligroso en este mundo que dejar que una parábola se convierta en realidad1”.
Esta idea la expresa uno de sus personajes en referencia a ese tipo de fábulas éticas –que a su modo lo es también Crimen y castigo– en donde, por ejemplo, en un incendio, uno tiene que escoger entre salvar una obra de arte de gran importancia –un Picasso, un Dalí o un Van Gogh– o salvar de las llamas a un niño. En una fracción de segundo será necesario decidir qué es más valioso. Lo interesante de la reflexión está en que el personaje de Cārtārescu asegura que ante ese tipo de fábulas, uno responde desde un desconocimiento de uno mismo.
Así dice la cita completa:
“–Ajá, conozco bien ese tipo de historias e incluso hay una novela escrita a partir de una de ellas: ¿serías capaz de matar y saquear a una vieja usurera, ruin y miserable, un verdadero piojo humano, si, gracias a su dinero, te convirtieras en un benefactor de la humanidad entera? Aquí se produce siempre la misma controversia, y es que no hay nada más peligroso en este mundo que dejar que una parábola se convierta en realidad. Un hombre inteligente y fantasioso como Raskólnikov ya lo hizo, sólo para comprender después que, por desgracia, se había engañado porque no se conocía en absoluto a sí mismo…
–Al menos respondió con sinceridad, como no se habría atrevido a responder un hombre entre un millar.
–Eso es precisamente lo que no hizo. Si hubiera sido sincero consigo mismo, no habría matado. Pero no tuvo el valor de ser un don nadie. Irina, ahí radica precisamente el horror de ese libro, en que cualquiera puede llegar a matar por culpa de un estúpido desconocimiento de uno mismo. Por el simple hecho de que no entiende y no soporta el valor del anonimato2”.
En este orden de ideas el individualismo toma otro cariz. Enfrentarse consigo mismo desde el vacío, la incertidumbre y la soledad existencial nos pone en posición, en primera instancia de entender que el individuo, por talentoso que se perciba, no puede suponerse por encima de sus congéneres.
En segunda instancia nos pone en posición de entender que no existe tal predeterminación, que no hay elegidos, que la realidad material, lo mismo que nos da infinidad de recursos, nos limita, que no siempre será posible conseguir lo que se desea y mucho menos del modo en que se ha soñado y que el gran aprendizaje de la existencia consiste en hacer lo que se pueda con lo que se tiene.
Y en tercera instancia nos permite reconocer que si bien somos seres separados en un nivel corporal, no podemos constituirnos de verdad como “nosotros mismos” sin estar insertos en la comunidad humana específica a la que nos tocó pertenecer, aquella capaz de reconocernos en nuestra singularidad.
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1 Cārtārescu, Micrea , Solenoide, Tercera Edición, España, Impedimenta, 2018, Pág. 3192 Íbidem, Págs. 319-320
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