La autenticidad es un producto híbrido, que implica contención y razonamiento, lo mismo que aceptación de los impulsos, instintos, pulsiones y emociones. La animalidad nos constituye en la misma medida que la capacidad de reflexión y pensamiento. Sin embargo, en la búsqueda de la autenticidad solemos toparnos con diversos obstáculos. Aquí abordamos los cuatro principales.
La semana anterior decíamos que una persona auténtica es aquella fiel a sí misma, que vive de acuerdo a valores y convicciones personales y que posee la capacidad de expresar talentos y características propias, ya sea que estas se correspondan, o no, con los estándares éticos, conductuales y morales que la sociedad de cada tiempo considera “correctas”. Sin embargo, hay una serie de actitudes internas, detonadas por diversos motivos que nos alejan, impiden o cuando menos complican que nos manifestemos plenamente auténticos.
Desde una visión “esencialista” se defiende la idea de que, desde que nacemos, debido a nuestra genética, a nuestro temperamento y al carácter que potencialmente habremos de desarrollar, somos “algo” de manera innata y desde esta perspectiva somos auténticos cuando permitimos que se fluya con libertad esa esencia de la forma más pura posible.
Otra visión, más existencialista, defiende la idea de que somos más bien una especie de “tabula rasa” y lo que somos lo vamos construyendo a lo largo de nuestra vida con nuestras decisiones, con las influencias de quienes nos rodean, con nuestros actos y con nuestras omisiones y desde esta visión somos auténticos si somos fieles a las posturas, decisiones y convicciones que asumamos consciente y racionalmente en cada momento de nuestra vida. El problema viene cuando nuestras decisiones, que suelen tener un carácter racional, no siempre están alineadas con nuestros instintos, pulsiones, obsesiones y deseos, lo que convierte esa búsqueda de autenticidad en una lucha entre diversos aspectos internos y externos del individuo.
En lo que coinciden ambas visiones es en que el apremio de ser auténtico tiene como motivación y objetivo liberarse de los condicionamientos sociales y culturales que en apariencia lastran nuestra libertad y nuestra manifestación más honesta de lo que sentimos y pensamos.
Si ser auténticos consistiese en dejar fluir nuestros impulsos naturales, los ingentes esfuerzos por educarnos y civilizarnos, crear reglas, leyes, marcos normativos que regulen la convivencia y el sin fin adicional de límites que ponemos justamente a esos impulsos harían que la historia humana fuese un despropósito.
Pero por el otro lado, si la rigidez moral, conductual, ética, legal, sexual… si todo el andamiaje de restricciones y censuras que hemos creado a lo largo de los siglos se cumpliera a rajatabla, produciendo represiones, cupla y opresión que llegarían a lo patológico, no tengo duda de que el mundo sería un lugar mucho peor del que hoy habitamos.
Eso indica que la autenticidad es más bien un producto híbrido, que implica porciones importantes de contención, límites y razonamiento, lo mismo que aceptación de los impulsos, instintos, pulsiones, emociones, anhelos y demás manifestaciones de animalidad que no conviene negar, porque, nos guste o no, nos constituye en la misma medida que la capacidad de reflexión y pensamiento.
Centrémonos en el proceso que experimenta un bebé promedio que nace en un entorno occidental urbano: en sus primeras etapas, el bebé en puro instinto, pura naturaleza. Su energía vital está centrada en sobrevivir, en alimentarse, en encontrar calor y afecto sin que condicionamiento alguno lo limite. Sin embargo, conforme crece y recorre diversas etapas de desarrollo, requiere modular, mediante una educación que lo mismo impulsa que reprime, según el caso y el contexto, aquellas características tanto genéticas como aprendidas que permitan al nuevo individuo integrarse de la manera más sana y menos traumática posible al grupo social en que ha nacido.
Quizá el momento crucial en lo referente a la autenticidad llega con la adolescencia. Se trata de una etapa donde llega la primera gran crisis existencial del individuo, donde entran en auténtica tensión los dos factores centrales de la vida hasta ese momento: la necesidad de pertenecer (a una familia, a un grupo de amigos, a un equipo deportivo, etc.) y el impulso de individualización que nos motiva a construirnos una identidad propia, única y singular. Esta tirantez entre los polos opuestos del Yo en muchas ocasiones encuentra formas de distensión y relajamiento, pero en muchas otras llega hasta la ruptura y casi siempre la gasolina que alimenta al motor de la rebeldía es precisamente la búsqueda de la autenticidad, de la voz, la acción, la forma personal y genuina de estar en el mundo, mediante la cual el Yo se asienta moldeando un primer bosquejo de identidad y personalidad propia, muchas veces a partir del contraste y la oposición.
Sin embargo, en cualquiera de las formas y sentidos en que se manifieste, esta búsqueda de autenticidad suele toparse con cuatro obstáculos principales.
El primero es que cuando somos adolescentes, nos damos cuenta por primera vez que no tenemos la menor idea de quién somos en realidad. Hemos vivido siempre bajo las reglas de la familia, de la escuela, del grupo de amigos, cediendo ante cualquier condicionamiento social con la intención de ser aceptados y sin una perspectiva clara de hacia dónde nos queremos dirigir. En este escenario de confusión no resulta sencillo dilucidar qué es aquello que responde a mi auténtico Yo.
El segundo obstáculo es que, en aras de ser aceptados, nos comprometemos con ideologías, conductas, intenciones que no siempre tienen que ver con nuestras convicciones profundas y terminamos por no cumplir con las expectativas que creamos en los demás ni tampoco logramos ser fieles esa voz interior que contravenía aquellas promesas. Este escenario suele crear una profunda frustración y vacío, pues ni complacimos a los otros ni fuimos fieles con nuestros impulsos y necesidades.
Un tercer obstáculo para alcanzar la autenticidad está en la suposición de que “ese que de verdad somos” habrá de gustarle y deberá ser aceptado por todos. No será así. Vivimos en un mundo polarizado como consecuencia de encarnizadas guerras culturales y en el caso de que logremos encontrar una expresión genuina de nuestra interioridad, si bien será bien recibida por muchos, para otro grupo será inaceptable. Entre más original y específica sea la manifestación del yo, el rechazo y la descalificación, así como la aceptación y el reconocimiento serán más puntuales y encontrados. Esta imposibilidad de una aprobación unánime es quizá el precio más evidente que debemos pagar por ser auténticos. Gestionar ese rechazo parcial de manera responsable y serena es, sin duda, señal de crecimiento y de consolidación de un yo maduro y equilibrado.
El cuarto y más grave obstáculo para alcanzar la autenticidad está en renunciar a nuestros impulsos y deseos internos en aras de ajustarnos a los condicionamientos sociales en uso. Esta modalidad suele ser una de las más frecuentes; se trata de una racionalización del miedo a no ser aceptado. Ante esta posibilidad buscamos una solución práctica y fundamentada donde barajamos las supuestas mejores opciones a nuestro alcance, aceptando el trabajo “apropiado”, la pareja “correcta”, la personalidad con las virtudes “mejor valoradas”, el consejo bien intencionado y, mientras en la apariencia se nos admira por nuestra sensatez, en realidad implica una profunda renuncia que a larga no será valorada por nadie, puesto que seremos igual que los demás, y que, puesto que las costumbres y condicionamientos cambian, eventualmente será una postura superada y que nos producirá una frustración muy honda.
Sin embargo, para poder esquivar estos cuatro obstáculos, hay una pregunta clave que debemos respondernos: ¿En qué consiste “ser fiel a uno mismo”? En la siguiente entrega profundizaremos en ella.
Instagram: jcaldir
Twitter: @jcaldir
Facebook: Juan Carlos Aldir
México regresa al complejo escenario mundial
El regreso de México al escenario internacional se da en medio de una realidad global que se ha modificado...
noviembre 21, 2024Presupuesto educativo. Obras y no buenas razones
Si quieres conocer el valor del dinero, trata de pedirlo prestado – Benjamín Franklin
noviembre 21, 2024IMPULSA CLAUDIA SHEINBAUM UN GOBIERNO CON ENFOQUE HUMANISTA: SERGIO SALOMÓN
En México, la desigualdad y división que existían en el pasado van quedando atrás con una autoridad con enfoque...
noviembre 20, 2024BUSCAMOS QUÉ DEJARLE A PUEBLA, NO QUÉ LLEVARNOS: SERGIO SALOMÓN
“Mientras funcionarios de anteriores administraciones, en la recta final de su periodo, buscaban favorecerse, nosotros (actual autoridad estatal) buscamos...
noviembre 20, 2024