El proceso de secularización de la vida social ha impulsado la sustitución de lo sacro en las festividades de origen religioso. La Navidad, en consecuencia, no ha sido eliminada ni de los calendarios ni de la vida colectiva, pero sí ha pasado por un fuerte proceso de secularización que reconstruye la fiesta a partir de una ética y moralidad social, no de una relación con lo sagrado.
Regalar algo, en todo caso, sería un acto de bondad hacia otro ser humano con el que se puede tener o no cercanía familiar, pero no un acto referido a un momento histórico o religioso donde un niño nacido en Palestina, fue objeto de esta deferencia.
De hecho, la asignación de la fecha y construcción de los rituales cristianos han sido cuestionados por diferentes perspectivas, como la historia de las religiones desde donde se argumenta la preexistencia pagana de la fiesta en ese día en particular.
En esencia, la vida social secular del siglo XXI nos ha dejado una navidad sin Cristo y un Cristo sin navidad, es decir, una celebración del 24 y 25 de diciembre donde lo sacro no es prioritario, a veces sólo es ornato. Asimismo una deidad con un día de nacimiento inmerso en la polémica por la selección de una fecha por parte de una autoridad o comunidad que bien a bien, se pierde en la historia política y cultural del cristianismo y de la iglesia cristiana.
Ante ello, ser cristiano y festejar la fecha parece ya más un acto de resistencia ideológica y cultural que, sustentada en la fe y en confianza en la veracidad de la narrativa evangélica, tiende a presentar oposición familiar y colectiva no solo a la secularización de la festividad, sino a su abrumante comercialización y banalización de la festividad navideña y de la vida entera.
Esta otra variable, la comercialización de la celebración, la apropiación de lo sacro por el sistema económico y su consecuente mercantilización terminan por generar un acto de sincretismo donde lo mercantil se adhiere a lo religioso y a lo secular, pero nada desaparece del todo, a pesar del contraflujo que hacia lo religioso se desprende de lo secular y lo mercantil.
Un elemento adicional a esta dicotomía del Cristo sin Navidad y la Navidad sin Cristo lo agrega la experiencia individual. Una mala experiencia vivida en torno a la fecha, las emociones que se desprenden por ausencias importantes, por la imposibilidad de seguirle el ritmo al consumismo que se promueve en los medios de comunicación, una experiencia desagradable en la interacción con lo religioso, en particular con lo cristiano, marca y se gesta una representación muy particular sobre el sentido de la fecha, o tal vez se deba decir, se genera un sinsentido.
La costumbre de la reunión familiar o entre amigos en la fecha, quizá desprovista del sentido sacro, provoca reacciones individuales encontradas, a las que cada persona da soluciones específicas, diferentes formas de afrontamiento o de escape. Lamentablemente a veces las últimas pueden ser fatales.
Pero ya entrados en el tema de la experiencia, alguien pudiera preguntarse ¿Por qué no permitirse la posibilidad de una experiencia como la que los cristianos defienden? La narrativa cristiana alude mucho a eso, a la generación de una experiencia religiosa donde el “yo carnal” es sustituido por un “yo redimido” por acción de ese niño judío, que se ha quedado sin día y fuera de las fiestas y ha sido reemplazado por rituales seculares y mercantiles.
La individualización de la experiencia en relación a lo sacro, por su propia naturaleza, se vuelve poco cuestionable, después de todo, solo quien la vive la puede valorar y describir en toda su dimensión. No se puede corporativizar, compartir, ni transmitir, ni vender, quien quiera vivirla tendrá que construir su propia relación. Así es, por lo menos, desde los tiempos de Lutero.
A final de cuentas, la decisión es de carácter personal y en uso absoluto de la libertad de conciencia y de creencias que tanto el marco jurídico mexicano como la filosofía dominante en estos tiempos proclaman. El respeto a las diferentes formas de abordar las fechas será algo más que subjetivamente individual, será un acto consagrado en la legislación.
La contradicción entre un Cristo sin Navidad y una Navidad sin Cristo es, en síntesis, consecuencia de los diversos factores, culturales, económicos, colectivos e individuales por los que individuos y sociedad hemos pasado. Una contradicción entre muchas, una contradicción que se vuelve vida cotidiana y frente a la cual diversos colectivos se resisten y en lo cultural al menos, buscan conservar lo que su fe les impulsa a conservar: su interacción con lo sacro y su representación.

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