Por fin, después de dos largos años de pandemia, pudimos celebrar las fiestas navideñas casi con normalidad. Sigue habiendo contagios y el riesgo de regresar con el virus a casa está siempre presente, pero el hecho de estar vacunados nos da cierta tranquilidad al respecto y nos permitimos por fin celebrar con gente externa a nuestra casa. Festejamos con amigos, parientes, compañeros de trabajo, asistimos a fiestas y posadas, bien abrigados por el frío, pero ya sin el pánico de contagiarnos en el mismo segundo de acercarnos a alguien.
Sin embargo, hay un amplio sector de la sociedad para el que ni las dos últimas ni ésta ni las siguientes serán navidades felices.
Los hombres y las mujeres privados de su libertad pasarán estos días casi como cualquier otro, cuando mucho y si no hay ningún disturbio previo podrán disfrutar de una cena alusiva a la época, no muy rica, no muy abundante, pero que por lo menos les haga sentir que no están todavía muertos en vida, que tienen derecho a un poco de humanidad.
Las personas privadas de su libertad cenarán a la misma hora que siempre, en un comedor levemente decorado con motivos navideños repetidos una tibia e insípida cena. Tal vez disfruten de alguna pastorela presentada por sus mismos compañeros y regresarán a sus frías y solitarias celdas después.
Las mujeres privadas de su libertad que tienen a sus hijos aún viviendo con ellas en prisión probablemente reciban para sus pequeños algún regalo o donación de las fundaciones que intentan hacer un poco más llevadera su condena y colectan entre la sociedad y las empresas juguetes, ropa, cobijas. Para ellas es la única forma de regalarles un poco de alegría a sus hijos, porque dentro de la cárcel todo cuesta: la seguridad cuesta, el jabón cuesta, las toallas sanitarias y los pañales cuestan. Algunas cuentan con el apoyo de sus parientes. Gracias a fundaciones que se han preocupado por ayudarlas a ser productivas organizando talleres para aprender a hacer manualidades que después venderán los voluntarios fuera de la cárcel y cuya utilidad les servirá tal vez a las mujeres que están presas a pagar lo más necesario, pero que no alcanza ni siquiera para un pequeño lujo como lo es un sencillo juguete para sus hijos.
La navidad dentro de prisión sin duda no tiene nada que ver con lo que nosotros hemos adoptado gracias a la mercadotecnia como una fiesta familiar y a la que todos tenemos derecho.
No hay regalos ni brindis, tampoco hay un aromático pavo y sorpresas debajo del árbol de navidad, mucho menos música, ni baile y por supuesto lo que cualquier persona más anhela, el abrazo de sus seres queridos.
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