Más allá de las declaraciones estridentes sobre cambio climático, la transición energética (TE) en el mundo es hoy ya una realidad ineludible. Desde Estados Unidos (EU) hasta Qatar, pasando por la Unión Europea (UE), y Asia, en los foros y reuniones internacionales se han establecido fechas límite y objetivos económicos y financieros, para acelerar el tránsito hacia fuentes de energía más limpias, accesibles, seguras, confiables y sustentables, a nivel global. Se ha fijado como meta la neutralidad climática (Net Zero), para des-carbonizar a las economías mundiales, en 2050. Ante estos cambios, México requiere una industria energética orientada al futuro, para enfrentar los nuevos retos del Siglo XXI.
La nueva era energética, que impulsa los esfuerzos de TE del pasado, responde básicamente a dos necesidades: 1.- La guerra Rusia-Ucrania, que pone de manifiesto que la materia energética se ha convertido en un tema de seguridad y sobrevivencia nacional. La alta dependencia de las economías en el uso de hidrocarburos y su producción geopolíticamente localizada en regiones y regímenes enfrentados, devela que, para evitar disrupciones en las cadenas de suministro globales, así como para garantizar su oferta, es imperativo diversificar las fuentes de disposición energética y desarrollar nuevos sistemas de energía, para generar mayor autosuficiencia. 2.- Para transitar a estas nuevas formas de energía, es fundamental que haya mayor inversión, tanto pública como privada, para garantizar el abastecimiento energético y compensar los efectos inflacionarios y la posible desaceleración económica que pueda generarse durante el periodo de conversión.
Para alcanzar los objetivos anteriores, la UE ha diseñado el plan de “Transición Energética de Europa 2030”, mientras que, con el liderazgo de EU, la Agencia Internacional de Energía definió el plan de acción “Net Zero al 2050”, (México pertenece a esta organización junto a países de Europa y Asia); y, la Agencia Internacional de Energía Renovable con sede en los Emiratos Árabes Unidos, fijó la “Hoja de Ruta 2050”.
Se persigue reestructurar el modelo energético global de fondo. Algunos han definido a éste como un “movimiento mundial de gobiernos, compañías, activistas, y consumidores, para la protección del medio ambiente y diversificación de fuentes de energía”, enfocado en reducir la emisión de gases de efecto de invernadero (GEI) derivado del uso de combustibles fósiles (particularmente el carbón), para alcanzar la meta Net Zero; además de impulsar el desarrollo de energías renovables.
En materia de GEI, se han adoptado varios acuerdos internacionales. El primer esfuerzo formal fue el Protocolo de Kioto en 1997. En el Acuerdo de París en 2015 se determinó un objetivo de calentamiento global no mayor a 2.4C, y mantener la temperatura promedio del planeta en 1.5C. En 2021 se alcanzó el Acuerdo Global de Glasgow en la llamada COP26, con el fin de agrupar al sector financiero mundial para acelerar la TE, a través de mayores financiamientos. Los países que emiten el 88% de gases contaminantes provienen de las economías más fuertes, que representan el 90% del PIB mundial.
El mundo necesita reducir las emisiones de CO2 aproximadamente en 1.7 mm de toneladas cada año, para alcanzar el objetivo Net Zero, en 2050. Según datos del Banco Mundial y la OECD, se han ido introduciendo en ciertas economías, “impuestos al carbón” (o “impuestos verdes”), para desincentivar el uso del carbón. Aunque China (junto con India) ha generado los mayores obstáculos para la consecución de este objetivo, en 2021, el 30% de su energía provenía ya de energías renovables. La alineación de China es importante para alcanzar los objetivos planteados.
Las primeras grandes inversiones para desarrollar energías eólicas y solares, así como hidroeléctricas, surgieron después de la crisis petrolera de inicios de los 70´s, con el embargo petrolero árabe a EU. Ahora, frente a la guerra de Rusia y Ucrania, y la necesidad de diversificación energética, estas inversiones de parte de las corporaciones y de los gobiernos están aumentado significativamente para desarrollar energías más limpias y desarrollar las renovables.
Un claro ejemplo es el plan “REPower EU” que recientemente en marzo lanzó la Unión Europea, para reducir su dependencia del gas ruso en dos terceras partes, antes de finales de 2022. Buscan lograr energías renovables plenamente desarrolladas, aumentar eficiencias energéticas y diversificar sus fuentes de energía para el 2030. Se calcula que el gasto público de la UE deberá de triplicarse, por lo menos, para lograr estas metas, que forman parte ya de su seguridad nacional.
Además de los $555Bn de dólares que propone Joe Biden para financiar la reducción de GEI en un 50% para el 2030 en EU, algunas grandes corporaciones mundiales han empezado ya a comprometer capital para apoyar la TE. Por ejemplo, Blackrock, el fondo de inversión mas grande del mundo, estableció un fondo de inicio de $600mm de dólares para invertir en compañías y tecnologías para potencialmente lograr eliminar los GEI en 2050. British Petroleum en Reino Unido, la sexta petrolera más grande del mundo, destinará $5Bn de dólares a proyectos con bajo uso de carbón; aumentará en 20 veces su capacidad instalada para generar energías renovables; y, reducirá sus GEI operativos en 35% y la producción de petróleo en 40%, para el 2030. Se enfocará en la sustitución de combustibles fósiles -transitarán del carbón al gas como paso intermedio-, y generarán opciones más sustentables. Y, algunos bancos globales, como BBVA, dejarán de financiar a empresas que funcionen con carbón, para 2030.
Por otra parte, algunas autoridades han empezado a regular la emisión de GEI. La SEC (Comisión de Valores de EU) estableció recientemente requisitos a las empresas que cotizan en la bolsa de valores para hacer públicos sus GEI, como medio de control. Se busca estandarizar los criterios de control y métricas, a nivel internacional.
Es interesante mencionar los resultados de un reciente estudio de Deloitte, que calculó que el costo económico del cambio climático si no se atiende, sería, solo para Estados Unidos, de $14.5 trillones de dólares, en 2070. En cambio, atenderlo podría representar un incremento de $3 trillones en el PIB de ese país, para esa fecha. Un buen análisis de costo de oportunidad.
¿Y México? ¿Está preparado? De frente a los retos del siglo XXI, nuestro país debe enfocarse en desarrollar un modelo energético en el que la inversión del Estado se complemente con la privada; se descarten los monopolios y se promueva la competencia ordenada; se diseñen sistemas de generación y suministro, estables y seguros, que integren el desarrollo sostenido de energías renovables; y se creen las condiciones que nos impulsen a la TE y al cumplimiento de los requerimientos globales de GEI. La energía es un elemento clave para impulsar el crecimiento y desarrollo económico. La obsolescencia no debe ser opción, debemos generar riqueza y valor en el país más allá del uso de combustibles fósiles.
El paso hacia la nueva era energética será un proceso complicado y costoso. No es una moda pasajera. Se requerirán altos niveles de financiamiento y creación de infraestructura. Habrán de garantizarse costos razonables de energía para los consumidores minoristas en el camino, para contrarrestar los efectos inflacionarios. Pero no hay regreso. Como el resto del mundo, México debe ver hacia el futuro.
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