Nací en la familia más guadalupana que se pueda imaginar.
Mis padres se conocieron en una casa propiedad de mi abuelo, Don José Domínguez Soberón (Papá Pepe), que él había donado a las monjas capuchinas adoratrices, justo frente a la Basílica, en la calle de Morelos número 10.
La que pronto seria mi madre (Mamá Nena) asistía al convento para recibir de las monjitas, clases de repostería, costura, bordado, tejido y otras monerías bajo la dirección de la Madre Amparito, superiora de esa comunidad, que aún existe en la misma casa.
Por cierto, el Tratado de Guadalupe Hidalgo se firmó en esa casa el 2 de febrero de 1848, según una placa conmemorativa visible en su fachada principal. Cuando vi esa placa por primera vez a los 7 años, armé un alboroto que culminó tiempo despues, en mi libro titulado HERIDAS QUE NO CIERRAN, publicado por Editorial Grijalbo en 1988. (1)
El que se convertiría en mi padre fue el médico que atendía a las madres, quienes, además, lo querían mucho.
Resulta que las monjitas le hablaban maravillas de él a mi futura mama; y a él le describían a mi futura madre, como el dechado de todas las virtudes imaginables.
El caso es que, gracias a los buenos oficios de las madrecitas capuchinas, el médico del convento y la hija de su benefactor acabaron casándose a los pies de Nuestra Señora de Guadalupe, allí mismo en la Basílica, el jueves 19 de octubre de 1944.
Por si fuera poco, yo hice mi Primera Comunión ante la imagen de la Virgen de Guadalupe, con mis compañeros del Colegio México en 1957.
La devoción guadalupana, ha estado , y sigue estando, presente en nuestra familia, mucho antes de que mis padres se conocieran allí.
Hoy, 12 de diciembre, no puedo olvidar al Padre Michael Hausser, ex párroco del pueblo de Radolfzell, aquí en Alemania, que en esta fecha, cada año, celebraba una Misa especial a las seis de la mañana, conmemorando la fiesta de la Virgen de Guadalupe, cuando en México eran las once de la noche.
El Padre Hausser celebraba la Misa a las 6 de la manana, para hacerla coincidir con la que se oficiaba a las once de la noche en el Tepeyac.
Quise unirme a la celebración de nuestra Madre desde estas páginas porque creo que es necesario recuperar la fe, la esperanza y el amor del México creyente, solidario, pacifico, generoso y noble.
Cuando veo las multitudes de peregrinos que vienen a celebrar a Nuestra Señora de Guadalupe, desde los confines más remotos de México, recuerdo cuando los oíamos pasar por Reforma camino a la Basílica, llenando el aire con la alegría de su procesión, cantando “La Guadalupana”.
Mirando desde aquí hacia el Tepeyac, debo destacar que la imagen de la Virgen de Guadalupe fue nuestra primera bandera nacional, enarbolada por el Cura Hidalgo al dar el grito de independencia en la madrugada del 16 de septiembre de 1810.
Al dirigir nuestra mirada a Nuestra Señora de Guadalupe, tengo la esperanza de que los mexicanos nos reconozcamos como hermanos; como hijos de una misma patria; como seres humanos llamados a vivir en armonía, libertad, paz, seguridad y amor fraterno.
Recientemente, la presidente de Italia, Giorgia Meloni, con motivo de la próxima Navidad, pronunció un discurso en el que dejó claro que Italia es una nación católica; una nación que no tiene que ocultar su cristianismo “para no ofender a los migrantes que profesan el Islam”…
Meloni se refirió a la Natividad de Jesús; al significado cristiano de las fiestas navideñas, en total congruencia con el lema de su partido, Hermanos de Italia, que proclama a Dios, Patria y Familia.
Hace unos años, leí un libro titulado LA POLICÍA DEL LENGUAJE, (The Language Police) que advertía sobre una censura que busca desmantelar nuestra libertad de expresión, palabra por palabra, en nombre de la corrección política.
Así es como, en muchos países, en lugar de decir FELIZ NAVIDAD, se dice FELICES FIESTAS; y se intenta excluir al Niño Jesús, único anfitrión de la Navidad, para sustituirlo por el oso de Coca-Cola o alguna otra figura comercial.
Debo decir que como católico mexicano me conmueve mucho ver la Villa de Guadalupe rebosante de hermanos nuestros que, impulsados por su devoción, soportan con alegría los rigores de la peregrinación hasta postrarse a los pies de nuestra Madre de Guadalupe.
Siento la necesidad de compartir con ustedes una anécdota que jamás olvidaré:
Estaba en McAllen, esperando el autobús a El Paso, cuando de repente me di cuenta, para mi sorpresa, de que, aunque estaba en Tejas (Tejas que se escribe con J), que sigue siendo parte de México, en una terminal de autobuses mexicana, no había ni una sola imagen de Nuestra madre de Guadalupe.
Entonces, le dije rezando a la Virgen (en voz baja):
– “Madre, ¿cómo es posible que no haya ni una sola imagen tuya aquí?”
Menos de tres segundos después de decir esto, me respondió, ¡apareciendo ante mis ojos!
En ese breve instante, entró un joven muy alto y moreno, con una camiseta blanca, y al voltearse, tenía una imagen de la Virgen de Guadalupe impresa en la espalda.
Para mí, fue una aparición inmediata, sencilla, inolvidable y llena de amor.
Compartir estos recuerdos con ustedes me hace recordar el mensaje de Guadalupe a Juan Diego: ¿NO ESTOY YO AQUÍ, QUE SOY TU MADRE? ¿NO ESTÁS BAJO MI SOMBRA Y MI AMPARO?
NO TE APENE NI TE AFLIJA COSA ALGUNA…
No perdamos la fe ni la esperanza; no estamos solos ni abandonados; somos más los que amamos a México; los que queremos ser libres y trabajar, y recuperar nuestros valores de Dios, Patria y Familia, para que nuestros hijos puedan transmitirselos a sus hijos.
Luchemos día tras día, dondequiera que estemos, por ser el país que el primer Papa mexicano, San Juan Pablo II, vio y amaba cuando dijo: «MÉXICO, SIEMPRE FIEL».
(1) En HERIDAS QUE NO CIERRAN, demuestro que legalmente, esos territorios siguen siendo de Mexico.
Julio Chavezmontes
Opinión
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Debo decir que como católico mexicano me conmueve mucho ver la Villa de Guadalupe rebosante de hermanos nuestros que, impulsados por su devoción, soportan con alegría los rigores de la peregrinación
Nací en la familia más guadalupana que se pueda imaginar.
Mis padres se conocieron en una casa propiedad de mi abuelo, Don José Domínguez Soberón (Papá Pepe), que él había donado a las monjas capuchinas adoratrices, justo frente a la Basílica, en la calle de Morelos número 10.
La que pronto seria mi madre (Mamá Nena) asistía al convento para recibir de las monjitas, clases de repostería, costura, bordado, tejido y otras monerías bajo la dirección de la Madre Amparito, superiora de esa comunidad, que aún existe en la misma casa.
Por cierto, el Tratado de Guadalupe Hidalgo se firmó en esa casa el 2 de febrero de 1848, según una placa conmemorativa visible en su fachada principal. Cuando vi esa placa por primera vez a los 7 años, armé un alboroto que culminó tiempo despues, en mi libro titulado HERIDAS QUE NO CIERRAN, publicado por Editorial Grijalbo en 1988. (1)
El que se convertiría en mi padre fue el médico que atendía a las madres, quienes, además, lo querían mucho.
Resulta que las monjitas le hablaban maravillas de él a mi futura mama; y a él le describían a mi futura madre, como el dechado de todas las virtudes imaginables.
El caso es que, gracias a los buenos oficios de las madrecitas capuchinas, el médico del convento y la hija de su benefactor acabaron casándose a los pies de Nuestra Señora de Guadalupe, allí mismo en la Basílica, el jueves 19 de octubre de 1944.
Por si fuera poco, yo hice mi Primera Comunión ante la imagen de la Virgen de Guadalupe, con mis compañeros del Colegio México en 1957.
La devoción guadalupana, ha estado , y sigue estando, presente en nuestra familia, mucho antes de que mis padres se conocieran allí.
Hoy, 12 de diciembre, no puedo olvidar al Padre Michael Hausser, ex párroco del pueblo de Radolfzell, aquí en Alemania, que en esta fecha, cada año, celebraba una Misa especial a las seis de la mañana, conmemorando la fiesta de la Virgen de Guadalupe, cuando en México eran las once de la noche.
El Padre Hausser celebraba la Misa a las 6 de la manana, para hacerla coincidir con la que se oficiaba a las once de la noche en el Tepeyac.
Quise unirme a la celebración de nuestra Madre desde estas páginas porque creo que es necesario recuperar la fe, la esperanza y el amor del México creyente, solidario, pacifico, generoso y noble.
Cuando veo las multitudes de peregrinos que vienen a celebrar a Nuestra Señora de Guadalupe, desde los confines más remotos de México, recuerdo cuando los oíamos pasar por Reforma camino a la Basílica, llenando el aire con la alegría de su procesión, cantando “La Guadalupana”.
Mirando desde aquí hacia el Tepeyac, debo destacar que la imagen de la Virgen de Guadalupe fue nuestra primera bandera nacional, enarbolada por el Cura Hidalgo al dar el grito de independencia en la madrugada del 16 de septiembre de 1810.
Al dirigir nuestra mirada a Nuestra Señora de Guadalupe, tengo la esperanza de que los mexicanos nos reconozcamos como hermanos; como hijos de una misma patria; como seres humanos llamados a vivir en armonía, libertad, paz, seguridad y amor fraterno.
Recientemente, la presidente de Italia, Giorgia Meloni, con motivo de la próxima Navidad, pronunció un discurso en el que dejó claro que Italia es una nación católica; una nación que no tiene que ocultar su cristianismo “para no ofender a los migrantes que profesan el Islam”…
Meloni se refirió a la Natividad de Jesús; al significado cristiano de las fiestas navideñas, en total congruencia con el lema de su partido, Hermanos de Italia, que proclama a Dios, Patria y Familia.
Hace unos años, leí un libro titulado LA POLICÍA DEL LENGUAJE, (The Language Police) que advertía sobre una censura que busca desmantelar nuestra libertad de expresión, palabra por palabra, en nombre de la corrección política.
Así es como, en muchos países, en lugar de decir FELIZ NAVIDAD, se dice FELICES FIESTAS; y se intenta excluir al Niño Jesús, único anfitrión de la Navidad, para sustituirlo por el oso de Coca-Cola o alguna otra figura comercial.
Debo decir que como católico mexicano me conmueve mucho ver la Villa de Guadalupe rebosante de hermanos nuestros que, impulsados por su devoción, soportan con alegría los rigores de la peregrinación hasta postrarse a los pies de nuestra Madre de Guadalupe.
Siento la necesidad de compartir con ustedes una anécdota que jamás olvidaré:
Estaba en McAllen, esperando el autobús a El Paso, cuando de repente me di cuenta, para mi sorpresa, de que, aunque estaba en Tejas (Tejas que se escribe con J), que sigue siendo parte de México, en una terminal de autobuses mexicana, no había ni una sola imagen de Nuestra madre de Guadalupe.
Entonces, le dije rezando a la Virgen (en voz baja):
– “Madre, ¿cómo es posible que no haya ni una sola imagen tuya aquí?”
Menos de tres segundos después de decir esto, me respondió, ¡apareciendo ante mis ojos!
En ese breve instante, entró un joven muy alto y moreno, con una camiseta blanca, y al voltearse, tenía una imagen de la Virgen de Guadalupe impresa en la espalda.
Para mí, fue una aparición inmediata, sencilla, inolvidable y llena de amor.
Compartir estos recuerdos con ustedes me hace recordar el mensaje de Guadalupe a Juan Diego: ¿NO ESTOY YO AQUÍ, QUE SOY TU MADRE? ¿NO ESTÁS BAJO MI SOMBRA Y MI AMPARO?
NO TE APENE NI TE AFLIJA COSA ALGUNA…
No perdamos la fe ni la esperanza; no estamos solos ni abandonados; somos más los que amamos a México; los que queremos ser libres y trabajar, y recuperar nuestros valores de Dios, Patria y Familia, para que nuestros hijos puedan transmitirselos a sus hijos.
Luchemos día tras día, dondequiera que estemos, por ser el país que el primer Papa mexicano, San Juan Pablo II, vio y amaba cuando dijo: «MÉXICO, SIEMPRE FIEL».
(1) En HERIDAS QUE NO CIERRAN, demuestro que legalmente, esos territorios siguen siendo de Mexico.
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