Voy a usar una palabra que me choca “¡Huevones, México es un país de huevones, de dame, de estira la mano!”, exclama una platinada Laura Zapata en una plática entre amigos con Carlos Alazraki, imitando la forma de hablar de lo que para ella debe de ser la clase baja de nuestro país. Explica con gran conocimiento de causa cómo las familias mexicanas están felices con el gobierno actual porque este los “maizea”, suman sus ayudas, la de adultos mayores de la abuelita, el apoyo a madre soltera que recibe la hermana y todo lo que puedan para juntar unos ocho o diez mil pesos y no tener que trabajar.
En una entrevista de 49 minutos que vi completa y, confieso, ha sido uno de los mayores esfuerzos que he hecho para informarme sobre un tema y poder escribir. Estos dos personajes charlan desde su posición llena de privilegios, apuntando con el dedo y seguros de tener la razón, entre comentarios llenos de clasismo y desprecio, aseguran entender que solo en nuestro país pueden suceder estas cosas.
Podría dedicar mi texto a mencionar los programas de subsidios y ayudas sociales que tienen todas las principales potencias mundiales en las que los adultos mayores no tienen que preocuparse por su retiro ni las mujeres embarazadas sobre los cuidados prenatales que necesitan, en donde saben que sus hijos tienen educación y asistencia médica segura y que esos beneficios son resultado de una correcta administración de los impuestos de la sociedad civil que, consciente de las necesidades de la población, paga puntualmente con la certeza de que van dirigidos a la seguridad y bienestar social y no a enriquecer los bolsillos de los gobernantes en turno.
Pero mucho más que eso me duele la aseveración de esta señora. “¡Los mexicanos son flojos!” No voy a usar por respeto al lector la palabra que ella en varias ocasiones utilizó para describirnos, porque estoy segura además de que esta mujer habla desde la más profunda ignorancia y desconocimiento del tema.
Yo creo con todo respeto, que ella desde su residencia nunca ha notado que mucho antes que salga el sol las calles de nuestra ciudad ya están llenas de gente que a pesar de haber dormido tal vez mal y no haber comido lo suficiente en la semana ya está trabajando, mientras ellos dos plácidamente sueñan con un mundo mejor, millones de mexicanos en la ciudad y en el campo trabajan para sacar este país adelante, para llevar comida a sus casas, para cubrir las necesidades que este decadente sistema durante años no ha podido resolver.
Nunca seguramente han visto los transportes públicos que van llenos de personas que incómodos hacen no menos de dos horas de camino para llegar a sus trabajos, no han viajado en Metro, no han ido a la central de abastos, ni le han preguntado a la persona del puesto de periódicos desde qué hora está despierto disponiendo su espacio de trabajo.
Ellos deben de creer que las personas que trabajan en sus casas realizando el servicio doméstico lo hacen por gusto de atenderlos y no por necesidad, que viven a la vuelta y se despiertan a la misma hora, que la fruta y en general toda la comida que llega a sus mesas lo hace sola, nadie la cultiva, nadie la cosecha, nadie la transporta, nadie la vende.
Ellos viajan, eso les encanta, ellos ven el mundo desde otra perspectiva, ellos no nacieron con la vida resuelta y no digo que no hayan trabajado, seguramente su mérito tendrán, pero no son conscientes de que son herederos, que portan apellidos que les abren las puertas en cualquier lado, que recibieron educación formal, que no padecieron hambre, que nacieron con la vida resuelta y que su único trabajo es si acaso mantener su status de lujo y comodidad.
Pero la demás gente no, los demás estiran la mano, piden, se conforman grita ella indignada.
No entiende cómo la gente puede ser tan mediocre, no entiende cómo el país se está cayendo a pedazos por culpa de este sistema que no los enseña a pescar, que los alimenta como animalitos (palabras de la señora Laura Zapata).
No me imagino cómo vivirían estos “flojos” mexicanos si fuesen ellos los únicos que les pagaran y tuviesen que subsistir con los ridículos sueldos y la ausencia de prestaciones que regalan estas buenas conciencias a los trabajadores que menos que eso merecen.
Pero afortunadamente están ellos aquí, para señalar con sus dedos adornados con anillos y uñas impecables, con sus manos que nunca han tocado la tierra, con sus impolutos semblantes que nunca han sido dañados por el sol de una jornada de trabajo en el campo, ellos están aquí para señalar la corrupción, la incapacidad, la estupidez.
Ellos después toman un avión y viajan para descansar un poco y olvidarse por un momento del desastre en el que nos estamos convirtiendo, de lo desobligados y sucios que somos, de lo abusivos y conformistas, de lo maizeados que hemos sido desde siempre, desde antes, mucho antes, cuando fuimos una gran civilización, ordenada, organizada y próspera, a la que llegaron sus antepasados a conquistar y saquear.
La ficción saltó de las telenovelas a la realidad, lo que creíamos que era una actuación exagerada sobre una mujer frívola y racista, que le gritaba “gata”, “muerta de hambre” y demás insultos a otra mujer que consideraba inferior por venir de un estrato económico menor pudiera ser una forma de vida.
Y nuestras generaciones que crecieron viendo eso, volviéndolo normal y adaptándolo, soñando con ser Malvina de Los Monteros y no María Mercedes, aspirando a pertenecer a la clase alta.
Cuántas cosas puedo entender ahora y cómo duelen.
Qué daño nos hicieron aquellas telenovelas, qué poco nos queremos entre nosotros como mexicanos para pensar que el sustento y el bienestar de una familia no es responsabilidad del sistema por derecho constitucional sino de las limosnas que la clase alta evalúe y decida darles.
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