México no solo asumirá más compromisos ante la comunidad internacional, sino que es casi un hecho que no cumpliremos los ya prometidos.
A partir del 31 de octubre y hasta el 12 de noviembre de este 2021 está teniendo lugar la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático COP 26, organizada por el Reino Unido en asociación con Italia. El objetivo central de esta conferencia es dar seguimiento a los compromisos que cada nación ha adquirido a lo largo de las pasadas cumbres climáticas –y deseablemente adquirir nuevos y más ambiciosos– con el propósito de lograr la meta central que consiste en, a partir de la reducción de los gases de efecto invernadero producidos principalmente por el sector industrial y ganadero del mundo, limitar el aumento de temperatura promedio del planeta a un máximo de 1.5 ॰C.
Habría mucho qué decir al respecto del evento, de las declaraciones y compromisos de los principales expositores y de las naciones hegemónicas y, por lo tanto, más contaminantes, de los proyecciones optimistas y pesimistas de lo que nos espera; sin embargo, toda esa información se decolora cuando trato de averiguar cuál ha sido la participación y las aportaciones de mi propio país a un problema que nos atañe a todos.
Aunque se tardó, porque antes que México firmaron la “Declaración de Glasgow para revertir los estragos de la deforestación global” otros 105 países, por fin la representación nacional se sumó a la iniciativa que, como afirma el boletín oficial del Gobierno de México: “La declaración es un compromiso de los líderes del mundo para trabajar de manera colectiva a fin de detener y revertir la pérdida de los bosques y la degradación de la tierra para el año 2030, a la vez de promover un desarrollo sostenible y promover una transformación rural inclusiva1”.
Firma de esta declaración aparte –que sabiendo que el programa Sembrando Vidas es la carta principal de la agenda ecológica de gobierno actual no se puede entender la dilación en sumarse al acuerdo–, la asistencia por parte de México resulta, en el mejor de los casos, decepcionante.
Pareciera que asistimos al evento como una especie de observadores, como si los asuntos ahí expuestos no fuesen de nuestra incumbencia, como si habitásemos un planeta distinto a los demás, con lo cual, si la Tierra se vuelve inviable para la vida humana bastara con emitir un comunicado lamentando la suerte de los afectados.
Pero hasta donde yo entiendo, no es así. México es una de las naciones asentadas sobre el planeta Tierra y, como tal, es corresponsable del problema, aún cuando cada nación deba actuar de forma proporcional a la huella que deja o dejado en la biosfera. Pero adicional a esa corresponsabilidad, y quizá esto sea lo más importante, somos igualmente susceptibles que todas las demás naciones a que nuestro territorio y nuestra gente sufra –como de hecho ya ocurre– los efectos del calentamiento global, con el enorme inconveniente de carecer de presupuestos millonarios para paliar las pérdidas ante desastres naturales súbitos y socorrer a los afectados, quienes, una vez más, tendrán(emos) que rascarse(arnos) con sus(nuestras) propias uñas.
México, ante el hecho objetivo de que el actual gobierno no tiene la ecología como agenda prioritaria, no solo asumirá más compromisos ante la comunidad internacional, sino que es casi un hecho que no cumpliremos los ya prometidos. Tengo la impresión de que si la solidaridad existe, la más genuina y la más justificada se da cuando los resultados de no ser solidarios pueden caer sobre nosotros mismos. No se me ocurre una mejor razón y una más potente motivación para participar en este esfuerzo global de forma decidida.
Pero no solo es el miedo a los efectos lo que debería movernos a la acción, sino el hecho de que –estoy convencido– vamos a encontrar el modo de sobrevivir como especie y como civilización, y cuando esto ocurra las naciones que se hayan negado a acometer con decisión su papel en esta estrategia, serán también marginadas de los beneficios y penalizadas por su negligencia.
No participar en los cambios necesarios para detener el efecto del calentamiento global hipoteca el futuro en dos sentidos. El más obvio es que si la participación convencida de todos será más difícil y tardado lograrlo y la segunda, una vez que se logre, quienes no hayan colaborado estarán del lado equivocado de la historia, en el lado de los indiferentes, de los tibios, de los indolentes, lo que sin duda repercutirá en costos económicos, políticos y humanos para todos.
Ante un escenario semejante, lo menos que podemos hacer es cooperar, poner lo que esté en nosotros para que los efectos sean lo menos posibles, solidarizarnos con las naciones más afectadas, y colaborar con el resto de las naciones, para quien tampoco es fácil adquirir compromisos que afecten sus economías, pero ¿qué otra opción hay?
Tristemente, hemos perdido una nueva oportunidad de ponernos en el mapa de la comunidad internacional, de participar las grandes soluciones a los problemas humanos, de asumir de nuestra responsabilidad y enfocar nuestras baterías en políticas públicas que nos conviertan en una nación digna de los retos y necesidades que pone ante nosotros el siglo XXI.
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1 Gobierno de México, Secretaría de Relaciones Exteriores, Comunicado No. 498: México se sumó hoy en la COP26 a la Declaración sobre bosques y uso de la tierra,
Publicación: 02 de noviembre de 2021
Consulta 3 de Nov 2021
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