En México, el gobierno intenta realizar una gran transformación de la vida nacional, es verdad. Pero, en buena medida, es una transformación regresiva y considerablemente destructiva. Más allá de los pésimos resultados de gobierno, percibo algo más grave que debe señalarse: Estamos siendo empujados para pasar, poco a poco, de ser una sociedad abierta a ser una sociedad cerrada. Para entendernos, las sociedades abiertas son democráticas, se ejercen muy amplias libertades civiles y políticas, son respetuosas de la pluralidad existente en una sociedad moderna y de los derechos humanos; hay transparencia, rendición de cuentas y contrapesos institucionales. Por el contrario, las sociedades cerradas son autoritarias, censoras, intolerantes a la diversidad y represoras de libertades y derechos humanos; no hay ni transparencia ni rendición de cuentas y se eliminan contrapesos.
Abiertas son, por ejemplo, las sociedades liberales europeas o norteamericanas (desde España hasta Noruega, EEUU, Canadá, Nueva Zelandia, Australia…). Cerradas son, típicamente, Corea del Norte, Cuba, Nicaragua, Venezuela, Rusia y China. En otro ámbito, una secta religiosa (o ideológica) es una sociedad cerrada, con pensamiento único, sin posibilidad de disenso, impuesto por un líder fuerte que es, al mismo tiempo, carismático y autoritario, y donde se hace una marcada discriminación entre quienes pertenecen al grupo y quienes no, que son vistos como enemigos, de los que hay que protegerse y, en lo posible, hay que eliminar.
La conceptualización y diferenciación entre una sociedad cerrada y una abierta, la desarrollaron pensadores de la talla de Henry Bergson y Karl Popper, en el contexto de los años recios de la primera mitad del siglo XX, marcados por las dos guerras mundiales y los horrores políticos que surgieron de la crisis de las democracias liberales y el surgimiento de regímenes autocráticos en Rusia, Italia, España, Alemania y otras naciones. Lo sorprendente resultaba el apoyo popular a las dictaduras y la incapacidad percibida de la democracia liberal para resolver los problemas sociales.
Para Bergson, según expone en “Las dos fuentes de la moral y la religión” (1932), una sociedad cerrada se mira en oposición a los otros, a quienes no ven como sus iguales, volcándose hacia la conservación de su propia identidad en contra de cualquier agente que, en su estrecha consideración, los amenaza por ser diferente. La diferencia es percibida como hostilidad, de modo que la colectividad cerrada vive permanentemente a la defensiva frente a los otros o, si las circunstancias lo permiten, en abierta agresión contra los diferentes. Una sociedad cerrada suele ser muy tradicional, enfocada en sí misma, de características tribales, con liderazgos marcadamente autoritarios y códigos morales muy rígidos. En contraste, una sociedad abierta, valora la pluralidad y ve en la diversidad de perfiles su principal riqueza: son sociedades inclusivas. Prevalece en ellas una estructura moral de código abierto, en que se respetan distintos modos de ser y hacer la vida, dentro de un orden político democrático en que se prioriza el diálogo y la construcción de acuerdos entre los distintos grupos e intereses sociales para la definición de la normatividad vigente y los modos específicos en que se desarrolla la vida social en general. Sobre esta base, Karl Popper desarrolló sus reflexiones en “La Sociedad Abierta y sus Enemigos” (1944), como una reacción a los regímenes no liberales de la época, sobre todo el bolchevique y los fascismos de Mussolini, Franco y Hitler.
Para Popper es siempre preferible la imperfecta y eternamente inacabada construcción de un orden social plural, democrático y abierto, que la salvación nacional que ofrece un dictador a partir de su propia concepción fanáticamente idealizada de la historia. En un clima de libertades y respeto a la pluralidad se preserva mejor la paz, se facilita la innovación y se van encontrando soluciones creativas a los problemas emergentes. Aparecen, dice Bergson, “nuevas formas de moral”, que permiten una mejor adaptación al carácter evolutivo del grupo. Una sociedad abierta supone una toma de conciencia de los individuos para hacerse cargo de su propio desarrollo viviendo en armonía con su comunidad. La apertura de una sociedad es una expresión de su propia madurez.
Claro es que México nunca ha sido una sociedad tan abierta como Dinamarca, Suecia o Gran Bretaña, pero desde finales de los años 90’s y durante las primeras décadas del siglo XXI, avanzamos considerablemente en el ejercicio de diversas libertades civiles y políticas, en transparencia y rendición de cuentas, en el ejercicio de la pluralidad política, en contrapesos institucionales, etc. desde luego comparativamente frente a lo que vivíamos en los años más oscuros del autoritarismo priísta. Sin duda alguna, el México de 2017 era ya muy diferente, y en muchos sentidos mejor, al México de 1973. No es que no hubiera mejoras sustantivas por realizar, o que todo estuviera bien: cargábamos con muchas deudas pendientes en combate a la corrupción, en seguridad pública, en equidad en la distribución del ingreso, en calidad de desarrollo regional, etc., pero hay que decir, a la manera de Popper, que una sociedad abierta es una sociedad que vive en mejora continua pero considerablemente en paz. Faltaba mucho, pero ahí la llevábamos. Incluso, por esta apertura liberal democrática, fue que AMLO pudo hacerse de la presidencia con amplia legitimidad para hacer ajustes en el estado de cosas y corregir los saldos pendientes de las administraciones anteriores. Lo que no se vale es que desde el poder busque desmantelar los fundamentos del orden político que le permitieron la conquista del mismo. Fue electo para corregir el sistema, no para destruirlo.
Tampoco es que seamos ya una sociedad cerrada a la manera de Venezuela o Nicaragua, pero sí estamos viendo señales muy preocupantes en esa dirección: particularmente los ataques cotidianos del Presidente y el Secretario de Gobernación contra la autonomía de la Suprema Corte de Justicia, o sus intentos continuos para hacer inoperantes los contrapesos institucionales; su negativa absoluta hacia la rendición de cuentas; sus ataques cotidianos a la prensa crítica; sus afanes por controlar (a la manera soviética) la investigación científica y el desarrollo tecnológico, o el intento “de golpe de estado” legislativo de los senadores y diputados de Morena y sus aliados en días pasados, aprobando un considerable paquete de leyes, ignorando absolutamente a la oposición, tanto como los procedimientos constitucionales. Particularmente significativo es el poder que el Ejecutivo ha otorgado a las fuerzas armadas. Y no se nos olviden los cambios ya operados en las leyes, al principio de este gobierno, en materia de extinción de dominio y prisión preventiva oficiosa.
Hasta ahora, dada la incompetencia técnica y profesional que ha caracterizado a la 4T, varias de estas iniciativas han sido matizadas o suspendidas por la Suprema Corte de Justicia, que hoy por hoy se ha convertido en el principal dique de resistencia en defensa de la sociedad abierta mexicana, sencillamente atendiendo a la letra de la Constitución. Sin embargo, ya amenazó el Presidente con hacer todo cuanto tenga que hacer para asegurar la mayoría calificada en el Congreso en las elecciones del año próximo para poder hacer los cambios constitucionales que le permitan desmantelar los contrapesos institucionales hoy existentes frente a su gobierno.
Por otro lado, revisando el magnífico estudio que por tercera vez publica la revista Nexos sobre las percepciones de los mexicanos, llama la atención la mejora en la calificación de las expectativas de la población sobre el rumbo del país. Es notable como muchos ciudadanos no parecen darse cuenta de este movimiento regresivo en que el grupo en el poder está empujando a la sociedad mexicana. Hay una mayoría de electores que, destacadamente, se siguen tragando las mentiras del Presidente y no acusan recibo del desastre que ha sido su gobierno en prácticamente todos los órdenes.
Haber logrado avanzar en términos de una sociedad cada vez más abierta fue el producto de décadas de luchas ciudadanas, desde la izquierda y la derecha, para sacudirnos los efectos más nefastos del régimen autoritario que padecimos desde 1929 hasta 1997. Podemos perder estos avances. Y esto sí es muy grave.
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