México apesta

Mario Vargas Llosa preguntaba en sus Conversaciones en la Catedral: ¿Cuándo se jodió el Perú? Lo mismo hay que plantearnos para México.

19 de marzo, 2025

Adrian Ruiz de Chavez Villafuerte

¿En qué país vivimos? El alúd de noticias de horror parece imparable. El Rancho Izaguirre en Teuchitlán, a unos cuantos kilómetros del centro de Guadalajara resulta que no es único e irrepetible, sino uno más de entre muchos que tienen instalados los distintos grupos criminales que operan en México, a donde llevan a cientos de jóvenes para someterlos, adiestrarlos en el manejo de armas y usarlos como carne de cañón en las disputas entre grupos por el control territorial o para delinquir en un país donde reina la anarquía. O, si no funcionan, sencillamente asesinarlos y cremarlos en hornos diseñados para tal efecto. Hoy, se empieza a hacer público que hay muchos otros campos del horror. Aunque la Fiscalía General de la República niega su existencia y promete que va a investigar, hay reportes de que la Guardia Nacional tiene identificados ¡63!, en diversos estados (Jalisco, Michoacán, Zacatecas y Tamaulipas principalmente), desde el 2021 y que su número ha aumentado. Entre tanto, el gobierno federal ha desarrollado una metodología para desaparecer a los desaparecidos en el manejo de las cifras que, no obstante, superan los 100,000 y la cifra oficial crece cada año, como se observa en esta gráfica del Informe Nacional de Personas Desaparecidas 2024 elaborado por la Red Lupa. Desde luego, desde la cúpula de la gloriosa 4T se sigue culpando a los gobiernos neoliberales y se declaran víctimas de una campaña de desinformación desde lo que queda de la oposición o desde “la derecha carroñera” que no para de vituperar “al mejor Presidente de nuestra historia”: AMLO (sic). Los niveles de cinismo e incompetencia gubernamental están alcanzando límites que parecían inconcebibles.

Por si fuera poco, en los últimos días fue tendencia el resurgimiento del llamado caso Wallace que es relevante porque ilustra significativamente la cloaca que tenemos y hemos tenido por sistema judicial (y que empeorará más al hacerse realidad la reforma judicial y se convierta en Presidente de la Suprema Corte de Justicia una excepcional jurista de la talla de Yazmín Esquivel o Lenia Batres). El caso Wallace apesta de cabo a rabo: sin cuerpo del delito, con pruebas sembradas a posteriori, con testigos falsos, declaraciones de los detenidos bajo tortura, testimonios y pruebas de actos del muerto meses después de asesinado, despido de funcionarios que objetaron seguir el carnaval de mentiras montado por Doña Isabel y una increíble red de complicidades institucionales que personalmente me recuerdan el infame caso de Adolf Eichmann y cientos de silenciosos pero eficaces colaboradores que hicieron posible el holocausto nazi y que la filósofa Hannah Arendt documentó en su imprescindible ensayo sobre la banalidad del mal.

Más relevante quizá sea que la pestilencia del caso Wallace no es única: allí está también el surrealismo del caso de la banda de secuestradores Los Zodiaco y las acusaciones contra Florence Cassez, Israel Vallarta y otros más, con la misma lógica de un proceso judicial plagado de contradicciones, mentiras, montajes y encarcelamientos sin sentencia durante 18 años que muy bien narra Jorge Volpi en su Una Novela Criminal (llevada a la pantalla como serie de Netflix). O aquél tristemente caso presentado en el documental Presunto Culpable y tantos más que habrá y de los que no tenemos ni idea.

El México actual apesta. Un país en el que hay que cuidarse de los policías y de los jueces tanto como de los narcos y de los malandros comunes que le apuestan a la impunidad porque aquí sirve de muy poco denunciar un delito; en el que las mentiras dominan en la comunicación gubernamental; en que vivir con miedo resulta lo más sensato para no bajar la guardia en la vida cotidiana, al usar el whatsapp, al andar en carretera, al salir al cine o a cenar, al abrir la puerta o al llegar a casa. No dejamos de ser aquel país en el que Gonzalo N. Santos dijo que la moral es una árbol que da moras y sirve pa´ pura chingada.

Hoy el país retrocede en todos los órdenes: en seguridad, salud, educación, crecimiento económico, generación de empleo, desarrollo científico. En particular es impresionante la destrucción institucional acumulada en los últimos 6 años. Y, sin embargo, todavía son muchos los que le aplauden a la doctora y mantienen endiosado a su predecesor.

Mario Vargas Llosa preguntaba en sus Conversaciones en la Catedral: ¿Cuándo se jodió el Perú? Lo mismo hay que plantearnos para México. Al menos hay que reconocer que nuestra podredumbre permea ya en nuestro tejido social como si fuera un cáncer linfático que amenaza con hacer metástasis.

En este contexto, no hay más anticuerpos y correctivos que el valor y los valores ciudadanos, la capacidad de indignación y, sobre todo, la capacidad de organización y de respuesta, desde abajo, frente a esta pesadilla en que hemos caído como sociedad. México apesta, pero tenemos qué rescatarlo.

(Por lo pronto, el gobierno federal ha quitado el acceso a la investigación a los Guerreros Buscadores de Jalisco que descubrieron y detonaron el escándalo del Rancho Izaguirre en Teuchitlán).