La discusión acerca de la importancia de conservar la democracia está de moda. Llevamos varias semanas comparando las características de la griega con el modelo actual. En esta ocasión analizaremos a la democracia como una forma de gobierno que se autodefine y autorregula.
Quizá la principal característica de la sociedad democrática consiste en su poder para decidir las partes que la componen, las instituciones que la regulan y el tipo y alcance de los derechos que garantizará a los ciudadanos.
Se autorregula desde el momento en que se asigna sus propias reglas, estructuras y presupuestos. Los ciudadanos, por voto mayoritario, deciden sus leyes y su manera de administrarse.
En este punto, vale la pena analizar un fenómeno muy interesante. La sociedad democrática decide poner sus reglas en función a lo que opine la mayoría de sus integrantes. Aquí se apela a una circunstancia muy curiosa: se da por hecho que al decidir por mayoría se decidirá lo correcto. Sin embargo no existe ninguna razón sólida para concluir de manera contundente que la mayoría no puede equivocarse: la verdad, lo justo y lo correcto no es cuestión de número.
Ya desde la antigüedad Platón apuntaba este argumento. El problema es que la alternativa, que sería, imaginemos, un grupo de notables, representaría dar un paso atrás, pues sembraría la semilla para una nueva aristocracia y una nueva posibilidad de autoritarismo. Retomando las palabras de Churchill “La democracia es un mal sistema de gobierno; el problema es que los otros son peores”.
La posibilidad de error no es el único que encaran las decisiones mayoritarias. Otra circunstancia a considerar es que las minorías son ignoradas. Quizá en las polis griegas, por su dimensión geográfica, el asunto no pareciera tan serio, pero en una sociedad como la nuestra, la falta de atención a las minoría es un problema social de consideración. Si pensamos en los minusválidos, en las ideologías “políticamente incorrectas”, en la diversidad de preferencias sexuales, en los indígenas, etcétera, nos encontramos con un espectro de la población que no es atendido a cabalidad. Dentro de las mejoras que se han hecho con el tiempo, se ha buscado atenuar la situación (por ejemplo, con representantes en el parlamento de partidos minoritarios), pero la manera de integrar a las decisiones públicas a estos grupos de excepción todavía es un reto.
Cuando la mayoría se equivoca, la democracia misma se otorga la opción de corregir. Claro está que estos errores tienen casi siempre un costo alto para la sociedad, pero al menos es un régimen que permite la enmienda.
Las sociedades cambian con el tiempo. Las leyes que en cierta época funcionaban, en otra son inoperantes e injustas. Ante este escenario la democracia permite mantener la vigencia de las normas y las instituciones pugnando por su propia renovación paulatina. Cuando hay voluntad de parte de quienes hacen política, la democracia es capaz de curarse de sus propios vicios. Desde luego, esto no siempre es fácil, porque, como pasa en casi todas las instancias de los órganos gubernamentales, existen demasiados intereses.
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