En el tiempo que ir al cine era una aventura familiar, en especial si se trataba de una sala de moda, como lo fue el Cine México, vi la película “Marabunta”.
En el tiempo que ir al cine era una aventura familiar, en especial si se trataba de una sala de moda, como lo fue el Cine México, vi la película “Marabunta”.
Protagonizada por Charlton Heston y Eleonor Parker la cinta dejó huella en mi mente infantil, se trata de un hombre exitoso que construye una hacienda cafetalera y un pequeño palacio en medio de la jungla sudamericana gracias al trabajo de quince años y la colaboración de los jíbaros.
Al llegar a la cumbre de su proyecto, que incluye la importación de una esposa, se da cuenta de que va a ser atacado por una plaga espantosa de hormigas, han sobrepasado con creces el número que su hábitat les permite y carecen de enemigos naturales, ya que los sembradíos de café rompieron el equilibrio natural; las hormigas con su crecimiento geométrico, alcanzan cantidades fabulosas y se convierten en depredadoras del medio ambiente en su totalidad.
Un hormiguero es una sociedad perfecta, con una rígida estratificación, la disciplina se cumple estrictamente, la reina madre es servida con atingencia, las clases sociales están definidas con precisión, cada grupo cumple religiosamente con su función; lo que conocemos como obreras se dividen en recolectoras, almacenadoras, nodrizas, ganaderas, mucamas, enfermeras, policías y soldados.
Al debido tiempo alimentan especialmente un huevo para generar una nueva reina que va a ser el pie de una nueva sociedad, en un nuevo hormiguero; en vías de prevención generan tres y hasta cinco nuevas reinas. Cuando carecen de enemigos naturales van expandiéndose hasta cubrir todo el terreno a su alcance. Llega un momento en que son tantos los hormigueros generando nuevas reinas que les impelen a luchar por un nuevo espacio vital (Hitler lo dijo), y de cada hormiguero emergen ríos de hormigas cual lava de volcán en erupción.
Se presenta una singular batalla a muerte donde el insecto demuestra decisión, valentía, ingenio, creatividad, hasta que el hombre, culpable de invasión y alteración del hábitat, sobrevive gracias a su dominio del fuego donde pierde lo ganado y tiene que ofrendar hasta el selecto y caro menaje de casa de su pequeño palacio.
Nuestra sociedad está formada por múltiples hormigueros. La creatividad genera infinita variedad. Los hay de todos niveles y categorías, dedicados a diferentes objetivos: cada empresa, unidad burocrática, escuela, campo militar, ranchería, hacienda, iglesia, hospital, orfanato, sinfónica, banda de delincuentes, equipos deportivos, son hormigueros.
Cada hormiguero humano es producto y víctima de la libertad. Los insectos cumplen fatalmente la función para la que fueron creados, los hombres deciden a cada paso dar el siguiente paso. Al insecto lo impulsa su instinto, al hombre con necesidades básicas cubiertas lo impulsan sus valores. El hombre pone sus límites y la calidad de su voluntad lo lleva hasta alcanzar su zona de confort o su nivel de incompetencia.
Entre los extremos de Hobbes y Tomás de Aquino que decían que “el hombre es el lobo del hombre” el uno y “el hombre es del hombre el amigo natural” el otro, navega toda la variedad de actitudes y motivaciones que palpitan en el seno de los hormigueros.
Afortunadamente son minoría los hormigueros contaminados con el virus de la avaricia, éste se propaga en toda clase de hormigueros; algunos están formados con ese propósito pero hasta los de fines más nobles se contagian con mayor o menor gravedad.
Hoy en México estamos viendo crecer los hormigueros nocivos. Los delincuenciales por naturaleza son perjudiciales dominados por el virus que motiva ambición, dinero, poder, lujo, llegar fácil y pronto a su zona de confort. Los hormigueros que serían los enemigos naturales de los nocivos están contaminados por el mismo virus a tal grado que no se miran como opositores sino como las dos caras de la misma moneda: avaricia convertida en corrupción e impunidad.
Corremos el grave riesgo de ver incendiarse nuestra hacienda y perder lo que estamos trabajando y lo que hemos atesorado. Es en serio y alzar los hombros aduciendo que vivimos en el “país de no pasa nada” nos puede llevar a la debacle.
También la indolencia de que “no me toca o no está a mi alcance” es perniciosa. Revisemos nuestros hormigueros y el estado de vivencia de valores en cada uno de los que formamos parte, estemos seguros que cada paso en pro de la integridad será un paso hacia la verdadera libertad.
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