En pleno año electoral Morena parece tener una ventaja inalcanzable en la elección presidencial, pero el objetivo no es solo ese sino el de adueñarse de la mayoría calificada en el congreso para así imponer las modificaciones legales que nos llevarían a un cambio de régimen. Más allá del voluntarismo y buena intención de la candidata, ¿hay alguna oportunidad de triunfo para una oposición sin discurso, sin rumbo, sin proyecto y sin calidad moral? Sinceramente, no lo parece.
Es verdad que el gobierno en funciones ha fallado en una buena cantidad de ámbitos. No han erradicado la corrupción –más bien al contrario, eliminando controles y fomentando la discrecionalidad en el gasto, la fomentan–. Si bien a lo largo del sexenio se ha mantenido la estabilidad macroeconómica, el salario mínimo se ha incrementado de forma muy importante y existen cifras que reflejan un descenso de la pobreza extrema gracias a la asignación directa de recursos, es igual de cierto que ese mismo segmento poblacional goza hoy de peores servicios de salud y educación y padece una mayor inseguridad. El crimen organizado se consolida mientras el ejército asume infinidad de tareas, se hace de cuotas de poder cada vez mayores y ejerce presupuestos multimillonarios con absoluta opacidad. Se han dedicado recursos ingentes a obras faraónicas de las que no existe garantía alguna que habrán de servir para lo que fueron hechas. Las instituciones se han deteriorado, en aras de una austeridad mal entendida, la burocracia calificada ha abandonado el sector público y ha sido sustituida por funcionarios que carecen de los conocimientos técnicos y las competencias apropiadas para la gestión cotidiana.
Sin embargo, aún cuando podríamos seguir con el rosario de pendientes, precarización, errores y desafíos por resolver del gobierno actual, el respaldo popular al presidente –más allá de las críticas a los programas específicos de gobierno– y el hecho de que la oposición carezca de proyecto, de propuesta, de visión de futuro más allá del mero rechazo hacia Andrés Manuel López Obrador y su movimiento, no augura una contienda competida. Más bien permite anticipar un triunfo contundente –y quizá definitivo– del oficialismo ante el pasmo de la oposición.
La forma en que, priistas primero y panistas después, gobernaron en sus distintas épocas, tanto en lo federal como lo local, provocaron –ya fuera por acción u omisión– un sistema corrupto e injusto que condujo al descontento generalizado y la descomposición social que dio lugar a la emergencia del movimiento obradorista que ya no parecen estar en posibilidades de detener.
Desde hace mucho existen partidos que se manejan como franquicias del negocio político. El problema se agrava cuando también los supuestos “partidos grandes” parecen estar instalados en esa dinámica. Queda la impresión de que, ante el desprestigio tan hondo en que han caído a partir de sus actos de gobierno –y que no dejan de alimentar desde la oposición–, se han dado por vencidos y han optado por buscar el máximo beneficio personal mientras se pueda.
Los líderes opositores están concentrados en alcanzar acuerdos inconfesables –aun cuando a veces los confiesen e incluso los hagan públicos, como hizo Marko Cortés con el pacto que firmó para la elección de Coahuila– les garantice la continuidad, en cuidar sus puestos y asegurarse un futuro individual.
Mientras Morena construye una mezcla entre acuerdos y complicidades que le den tantos votos como sea posible, la candidata Xóchitl Gálvez no solo carga con el peso del descrédito de los partidos que la abanderan, sino que deja una sensación de desamparo que la hace lucir como una combatiente solitaria.
Quienes dirigen los partidos que forman el frente opositor están tan concentrados en hacerse de los restos del derrumbe, que, sin darse cuenta que están en ruta de extinción, también han dejado sola a esa importante porción del electorado que no comulga con el proyecto oficialista y está deseosa de una alternativa seria sobre la cual volcarse.
Para aquellos que imaginamos una nación diversa y plural, donde los políticos no solo se preocupen por sus posiciones personales sino que tengan una dosis, aunque sea básica, de vocación de servicio y amor genuino por México, el escenario luce desolador.
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