Cuando la Unión Soviética pretendió instalar bases con misiles de capacidad atómica en su colonia antillana de Cuba, los Estados Unidos pegaron el grito al cielo y John F. Kennedy ordenó el bloqueo naval de la isla, dejando en claro que Estados Unidos NO podía admitir armas nucleares enemigas tan cerca de sus ciudades principales.
Si a Estados Unidos le pareció inadmisible que Rusia tuviera instalados misiles ofensivos en Cuba, ¿por qué podría pensar que el Kremlin no se oponga a que Estados Unidos despliegue armas nucleares en Ucrania?
Más recientemente, Estados Unidos denunció como ilegal la anexión de Crimea a la Federación Rusa, a lo que el presidente Vladimir Putin respondió de manera contundente:
“A Estados Unidos le parece muy bien haberle robado California y Nuevo México a México, y simular la anexión de Tejas que es territorio mexicano, ¿pero se atreven a opinar sobre la voluntad del pueblo de Crimea para incorporarse a su patria original que es Rusia?”.
En días recientes, el General Glen Van Herck, comandante de las fuerzas armadas de Estados Unidos para América del Norte, manifestó su preocupación por el incremento de la presencia de espías rusos en México.
Y yo me pregunto: ¿De qué se sorprenden los gringos? ¿De verdad será de suponerse que los servicios de espionaje de Estados Unidos no tengan presencia hasta en Moscú?
A quienquiera que pueda interesarle conocer la historia del espionaje en México, le recomiendo que lea “La Guerra Secreta en México” del magnífico historiador Friedrich Katz.
La proximidad geográfica de México con los Estados Unidos dio lugar a la invasión que sufrimos entre 1836 y 1848, cuyas consecuencias se siguen dando diariamente hasta la fecha.
Los mexicanos que emigran hacia el norte, no son nada más trabajadores en busca de empleo; son MIGRANTES FORZADOS o PERSONAS DESPLAZADAS. Y son migrantes forzados y personas desplazadas como consecuencia directa de la guerra de agresión desatada por Estados Unidos. Uno de cuyos principales efectos fue privarnos de los más abundantes recursos minerales, pluviales, de tierras fértiles, de grandes extensiones planas, de toda clase de recursos naturales que México tiene derecho de disfrutar.
El inolvidable Francisco Zarco, extraordinario periodista y político del siglo XIX mexicano, decía de la invasión estadounidense a México lo siguiente:
“En México existe vivo y poderoso el espíritu de nacionalidad e independencia; no hay anexionistas: el primer deseo de todos los partidos por varias que sean sus pretensiones es conservar la nacionalidad mexicana (…) Esa guerra la de 1847 ha dejado profundos resentimientos que jamás podrán olvidarse. Conocen los mexicanos la necesidad de la paz pero nunca podrán borrarse de su memoria la injusticia, la mala fe y el espíritu de usurpación con que se condujeron los Estados Unidos”*.
El resentimiento mexicano por el despojo territorial (1836-1848) sigue vivo.
Cada mexicano que muere intentando cruzar hacia el norte, cae a causa de la invasión y el despojo; cada mexicano atropellado, discriminado, deportado, herido o lastimado a manos de rednecks, sheriffs abusivos o agentes de “la migra”, sufre las consecuencias de aquella invasión.
No puedo negar que me da cuando menos curiosidad por la reacción que podrían tener los Estados Unidos si México le permitiera a Rusia o a China instalar bases con misiles atómicos en Tamaulipas, Chihuahua, Sonora o Baja California…
Si en 1962 estuvimos cerca de una nueva guerra mundial, me imagino que hoy, los gringos tampoco permitirían que les apuntaran con semejantes armas, a cinco minutos de Washington D.C.
¿Entonces por qué motivo suponen los Estados Unidos que Rusia se quede tan tranquila mientras la OTAN se extiende cada vez más cerca de Moscú y de San Petersburgo a pesar de haberse comprometido a NO HACERLO?
El Káiser Guillermo II, emperador de Alemania, quiso aprovechar el resentimiento mexicano por el despojo territorial, cuando mediante el Telegrama Zimmermann invitó al Gobierno Mexicano (Carranza) a unirse con las Potencias Centrales contra Estados Unidos, para recuperar California, Nuevo México y Tejas.
Yo no deseo ni espero que México recupere nuestros territorios por medio de las armas.
Lo que sí creo que pueda llegar a suceder, si es que México se recupera de la actual devastación y el caos desatado desde 2018, es que la sombra de la independencia de KOSOVO se le revierta a los gringos como predijo el columnista George F. Will del Washington Post.
Will advirtió que el principio de autodeterminación de minorías étnicas aplicado por Estados Unidos en la antigua Yugoslavia para forzar la independencia de Kosovo, un día podría revertírsele a Estados Unidos, a través de las ni tan minorías mexicanas que viven en los territorios que nos fueron robados como resultado de la invasión 1836-1848.
El separatismo en California es un movimiento que ha ido tomando fuerza; California, separada de Estados Unidos, sería la octava economía del mundo…
El actual conflicto en Ucrania es culpa de Estados Unidos.
¿Estaremos viviendo los inicios de la Tercera Guerra Mundial?
En el verano de 1914 NADIE quería la Gran Guerra, pero las casas reales europeas pasaron de los leones de julio a los cañones de agosto detonados por el asesinato del Archiduque Francisco Fernando de Habsburgo en Sarajevo.
Lamentablemente los políticos no tienen memoria ni cultura ni moral ni convicciones.
Un ejemplo fresco es la salvajada que declaró el anciano Biden en Polonia llamando CARNICERO a Putin en un discurso frente a los gerentes de la franquicia OTAN.
Inmediatamente Alemania y Francia se desmarcaron del disparate del senil presidente gringo. Ahora que soy todo un anciano al que Dios le ha permitido conservar una memoria aceptable, me doy cuenta del desconocimiento de la historia y sus lecciones que todos los que se llaman líderes deberían conocer y aplicar.
Siempre que pienso en temas como estos, viene a mi mente la demoledora frase de Adolf Hitler en su libro Mein Kampf:
“La inteligencia de las masas es diminuta, pero su capacidad de olvido es INFINITA”.
Y EL OLVIDO ES MUY MAL CONSEJERO.
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(*) Artículo publicado en El Siglo XIX el 11 de mayo de 1853, por Francisco Zarco.
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