Allí están siempre, a veces los vemos. Por lo general, en invierno nos dan un poco más de pena, aún así preferimos esquivarlos, cruzar por la otra acera, pasar rápido y no porque nos den asco, claro que no, somos personas de bien y con conciencia, pero sí, la verdad es que huelen mal, asustan, no sabemos si nos puedan atacar, estén intoxicados, como animales salvajes que por lo general están heridos y enfermos viven los “Indigentes” los “Vagabundos” “Callejeros”.
Las personas en condición de calle y abandono social son una realidad de la que pocos nos enteramos. Preferimos pensar que están allí porque quieren, porque no les gusta trabajar, porque prefieren pedir limosna y es por eso que mejor no les damos nada, porque se la gastan en sus vicios; quisiéramos que no existieran, que el gobierno se haga cargo, que ellos mismos salgan adelante, que un día mágicamente tomen conciencia, se levanten, se bañen, guarden sus cobijas mugrosas y busquen trabajo, paguen impuestos y sean gente de bien.
La verdad es que estas personas, invisibilizadas todas bajo el mismo término de indigentes, son la última escala de la sociedad, los más pobres de todos, los que no tienen techo y duermen en el piso, comen de la basura y de limosna; jamás se han sentado en una mesa ni usado cubiertos; se visten con lo que pueden y no se asean; hacen sus necesidades en donde pueden como pueden; están llenos de piojos y enfermedades; se curan los dolores y el hambre con drogas y alcohol. Viven, si se puede decir que viven, en bajo puentes, banquetas, parques, en cualquier lugar que ofrezca un poco de calor; también en coladeras y bancas.
Ellos no conocen otra vida y contrario a lo que creemos no están allí porque quieren, no han tenido otra elección nunca, ni criterios o herramientas para salir de esta situación.
Tan solo en la Ciudad de México según datos del INEGI, viven en situación de calle aproximadamente 7,000 personas cuyos orígenes, nombres, apellidos y edades muchas veces desconocen hasta ellos mismos; el 9% son mujeres, los demás hombres. Sin excepción, todos pasan hambre, frío, están expuestos a todo tipo de incomodidades y peligros y en su totalidad han sufrido violencia y abuso sexual. No llegaron juntos, uno a uno se fueron buscando un espacio, juntándose en grupos para sentirse menos solos en esta soledad que los abruma y envuelve, vienen de familias disfuncionales por llamarles de algún modo, huyendo de la violencia y el horror y llaman hermano a cualquiera que no sienta repulsión por ellos, que los mira a los ojos y que sea capaz de hablarles como personas y así forman sus nuevas tribus, sus nuevas formas de vida.
El gobierno y las fundaciones hacen grandes esfuerzos por ayudarlos, brigadistas todos los días se acercan a brindarles la oportunidad de comer y estudiar, siempre y cuando se dejen asistir en alguna de las 11 CAIS qué hay en la ciudad (Centro de Asistencia e Integración Social), pero ellos sienten miedo, saben que no podrán consumir alcohol ni solventes y son adictos, claro que quieren comer pero no saben si merecen vivir como esas personas que les hablan de dignidad.
¿Cómo sentir que mereces algo cuando jamás has tenido nada, cuando sientes que viniste al mundo para ser un estorbo y un problema?
Desconocen como desconócenos casi todos que también tienen derechos, para ser precisos los mismos que dicta la Constitución para cualquier persona. Derechos como un techo, alimento, educación, salud, un nombre, ir a la escuela, no trabajar hasta la mayoría de edad, no sufrir violencia, ser vistos y tratados como seres humanos con derechos y garantías.
Pero no, mucho más fácil acostumbrarse a esta vida, ellos y nosotros, ellos a no ser nadie nosotros a verlos como un subgrupo de gente (No personas) que existen en todas partes y desde todos los tiempos, que son inherentes a nuestras vidas e inevitables en la sociedad y que están allí porque así lo decidieron y que ojalá no se acerquen demasiado a nosotros ni a nuestras pertenencias porque son algo parecido a los animales salvajes de los que nuestros antepasados solo se podían proteger con fuego, armas y puertas y paredes.
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