“Los girasoles” y el fanatismo verde

Otra semana más y otra controversia relacionada con las artes. La víctima ahora fue Vincent van Gogh y su obra “Los girasoles”. Dos activistas de la organización ecologista “Just Stop Oil” lanzaron sopa de tomate a dicha...

24 de octubre, 2022

Otra semana más y otra controversia relacionada con las artes. La víctima ahora fue Vincent van Gogh y su obra “Los girasoles”. Dos activistas de la organización ecologista “Just Stop Oil” lanzaron sopa de tomate a dicha obra, la cual se exhibe en la Galería Nacional de Londres. La pintura sólo tuvo algunos daños en el marco, ya que está protegida por un vidrio. 

Por supuesto, este hecho desató diferentes opiniones, incluso los más bienintencionados caen en la trampa presentada por los fanáticos ecologistas y aplauden las acciones sin dudarlo ni un segundo; sin embargo, es una falsa dicotomía (¿arte o medio ambiente?) acogida por una gran parte de los medios e intelectuales adscritos al correct thinking (como lo ejemplifica este artículo en The Guardian). Claro, es fácil rendirse ante la pregunta (que resulta hasta cursilona) de “¿por qué no mejor nos comenzamos a preocupar más por los girasoles reales que por los de la pintura de Van Gogh?”. Porque, ¿qué cosa puede ser más correcta, noble y virtuosa que apoyar la causa verde? 

Patrañas y más patrañas, si se me permite una frase un poquitín incendiaria para atraer la atención sobre este tema. Lo diré con todas sus letras: por supuesto que nos debería importar preservar la obra “Los girasoles” de Vincent van Gogh. O tal vez no me enteré y hay un universo paralelo en el que las obras de arte se pueden replicar y producir como si de una fábrica se tratase. Porque (y esto tal vez sea un shock para algunos activistas) los artistas y el arte también son únicos e irrepetibles. Los girasoles (las flores que existen en el mundo real) me parece que tienen unas buenas décadas por delante; pero sólo hubo (y habrá) un Vincent van Gogh. 

Este ataque a “Los girasoles” es sintomático de una nueva especie de religión verde que se ha extendido por el globo y ha influido en los gobiernos y sus políticas. Por ejemplo, algunos países europeos quieren aplicar medidas draconianas (por decir lo menos) para reducir las emisiones de carbono en los años venideros; sin embargo, dichas políticas van en detrimento del sustento de las personas y motivaron una serie de protestas, como ocurrió en Países Bajos

Porque, aunque todo el rollo ecológico suene chidito, buena onda y algo con lo que nadie debería disentir (a menos que uno sea muy malo, malote), hay una idea muy peligrosa incluso malévola, en el activismo verde. Me refiero a la  filosofía que ve a los humanos como una plaga, como meras células cancerosas sobre la piel de Gaia que deben ser erradicadas por cualquier medio posible, sin importar que tan dañino y extremo sea. Este modo de ver la vida (personificada por la sacerdotisa de la nueva religión verde, Greta Thunberg), sumada a la corriente iliberal en la política mundial de años recientes, ha creado una especie de reacción a los valores humanos más elevados, una especie de “anti humanismo”. 

¿Para qué necesitan la libertad cuando yo les puedo decir qué hacer?, gritan los líderes de los estados híper paternalistas. ¿Para qué necesitan arte cuando ya no habrá Tierra?, gritan los ecologistas. ¿Para qué necesitan libertad de expresión si no van a decir lo que yo quiero oír?, gritan fanáticos capaces de atacar a un escritor laureado. 

Al igual que aquel atentado terrible contra la vida de Salman Rushdie, el ataque a la obra de Van Gogh es un golpe más a la humanidad y a sus valores, los cuales deberíamos defender salvajemente en lugar de luchar para eliminarlos. Es como si las libertades que tenemos (para vivir, para crear arte, para pensar) hubiesen sido el fuego que nos trajo el mismísimo Prometeo. Pero, en caso de que alguien lo haya olvidado ya, nos costó siglos (y sangre) conseguirlas.  En el fondo, eso es lo que buscan estos nuevos activistas de la religión verde: ofrendar muchas de nuestras libertades en nombre de Gaia. 

Por supuesto, la tierra y la naturaleza deben ser preservadas, cuidadas y debemos actuar responsablemente con los recursos naturales. Oigan, soy el primero en admitir que amo pasear por los bosques y por las playas y adoro a los perros y gatos tanto como cualquier otra persona. Sin embargo, el culto actual a Gaia nunca debería estar por encima del bienestar de la humanidad y de su legado artístico. Parece que hemos olvidado que somos seres pensantes y no una plaga que merece ser exterminada (aunque haya ejemplos que nos hagan pensar lo contrario, ¡cómo de que no!). Por lo mismo, deberíamos comenzar a actuar en consecuencia y replantear todo esto del “activismo verde”, el cual parece más obsesionado con querer destruir a la humanidad que preservar al planeta Tierra. 

Por mi parte, no confío en movimientos que pretenden destruir el legado de la humanidad con tal de preservar algo, sea lo que sea. No caigamos en la trampa de la falsa elección entre “¿arte o medio ambiente?”. Defendamos a las personas y sus libertades para vivir dignamente y expresarse. Defendamos al arte. Defendamos, pues, a la humanidad. 

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