Estamos tan polarizados que resulta muy difícil entender los acontecimientos con claridad. Para los simpatizantes del presidente mexicano, el encuentro con Biden fue el más grande éxito alcanzado por mandatario alguno en la historia de nuestro país; bueno, ni siquiera Benito Juárez lo hubiera hecho tan bien. Y, claro, para los que no toleran a López Obrador, ni siquiera López de Santa Anna ni Peña Nieto fueron tan estúpidos y ridículos. ¿Cuál es la verdad? Como suele suceder tratándose de dos hipérboles absurdas, la verdad suele estar en algún lugar cercano al centro.
Hemos llegado al punto donde es imposible siquiera hablar. Si yo subrayase, ya sea los puntos destacables o los puntos débiles de esta visita, de inmediato recibiría los insultos tanto de los partidarios como de los detractores de López Obrador. Y es que para los primeros es como un dios, y para los segundos como un demonio. Pero López Obrador no es más que un hombre, un funcionario que encabeza el poder ejecutivo, un servidor público importante, eso sí, porque es jefe de Estado y jefe del gobierno federal; pero no es ni el funcionario más importante ni es un servidor público que esté por encima de cualquier otro. Pensarlo así sería ignorar nuestro sistema constitucional. Pensar así es seguir creyendo en mesías y caudillos.
La visita de López Obrador a Biden tiene aspectos favorables, pero también hay algunos que podríamos calificar de desfavorables. Veamos lo bueno, lo malo y lo feo de esta visita.
Lo bueno
El presidente Obrador es un político hábil y es muy raro que no saque alguna ventaja, incluso cuando yerra. No cabe duda –y hay varias mediciones que lo confirman–, López Obrador goza de alta aprobación y buena estima entre nuestros paisanos en Estados Unidos. En ese sentido, la visita fue un éxito, no solo como un discurso de apoyo irrestricto a los mexicanos de allá, sino también a los ojos de su base dura en México. Se proyectó como un “estadista” –sea lo que eso signifique–, y no solo sus fieles seguidores en México, sino sus simpatizantes en toda Iberoamérica, quedaron convencidos y aplaudiendo. Mientras que a Peña o a Calderón les gritaban “asesino, asesino” en giras internacionales, a López Obrador lo recibieron con un cariño imposible de minimizar (algunos malintencionados dirán que esas muestras de afecto las organizó Morena). Se acepte o no, fundada o infundadamente, muchos migrantes ven en López Obrador a una especie de “campeón” que es capaz de ir a Washington a dar la cara por ellos, a un amigo que tiene el arrojo de fajarse e ir a sentarse a la oficina oval para exigir al presidente de los Estados Unidos visas de trabajo, mejores condiciones y apoyo para que los migrantes, no solo de México, sino también de América Central, no tengan que abandonar sus lugares de origen.
Sin embargo hay que observar la contradicción, por chocante que pueda parecer, y aún a riesgo de que muchos lopezobradoristas se molesten conmigo: seguidores y migrantes podrán pensar que López Obrador es su salvador, pero no hay que pasar por alto la política del gobierno mexicano y el uso de miles de efectivos de la guardia nacional para controlar la migración e impedir que los migrantes crucen a los Estados Unidos. Esta política se implementó desde que Trump la ordenó –perdón que lo diga así, pero así fue–, y desafortunadamente no ha cesado. Si existe un “muro”, el muro se construyó desde México.
Lo malo
Aunque el presidente López Obrador ya dijo en la conferencia de la mañana que Estados Unidos aceptó sus propuestas, la verdad es que no se alcanzaron grandes acuerdos. “Hablamos de la necesidad de ampliar el número de visas de trabajo temporal para México –expresó AMLO en la mañanera– y para Centroamérica; esto se aceptó y se va a aumentar considerablemente el número de visas de trabajo para ingresar a Estados Unidos”. Sin embargo, el gobierno americano no ha hecho ningún pronunciamiento en ese sentido. Como la canción de La negra: “a todos diles que sí / pero no les digas cuándo / así me dijiste a mí / por eso vivo penando…”. Lo mismo hay que decir sobre la petición de regularizar a todos los mexicanos indocumentados. Es difícil que eso vaya a suceder. Si de lo que se trataba era de lograr mejores condiciones para los migrantes, tanto en su peregrinar a lo largo de nuestro territorio, como cuando están del otro lado, creo que los alcances son nulos, y en ese sentido, la visita no rindió ningún resultado.
Lo feo
Hay varios puntos que resultaron poco afortunados. Me voy a referir a tres: el asunto de Assange, la cuestión de la gasolina barata y la invitación a Biden de sumarse a la “Transformación” y combatir el conservadurismo.
No sé por qué López Obrador no le restregó en la cara a Biden el tema de Julian Assange ni lo amenazó con buscar el desmantelamiento de la estatua de la libertad. Aquí en sus mañaneras previas al viaje dijo que lo haría, que lo exigiría, y que si no se lograba, pues entonces tendría que haber una campaña para tirar esa estatua.
Otro punto que rayó en lo grotesco fue el ofrecimiento de gasolina barata en la frontera, para los americanos, más si tenemos en consideración que la gasolina no sube de precio en México porque está subsidiada, no con dinero de morenistas abnegados, sino con el dinero de los mexicanos. Es como decir: amigos americanos, les ofrezco gasolina barata y subsidiada, al fin que los pinches contribuyentes de mi país la pagan. Ha dicho muchas veces Obrador que eso de “quedar bien con sombrero ajeno” es perverso. Lo decía a propósito de las asociaciones civiles, que gestionaban dinero público y realizaban todo tipo de acciones. El presidente López Obrador quiere quedar bien con los americanos a través del esfuerzo durísimo que están realizando los mexicanos para cumplir sus obligaciones fiscales a pesar de la crisis económica –no me refiero a las grandes empresas que gozaban de injustos privilegios fiscales, que ellas paguen, sino a los millones de mexicanos, pequeños y microempresarios que verdaderamente la sufren todos los días para llegar tablas a fin de mes–. Sobre la “gasolina para el bienestar… de los americanos” (estoy usando el sarcasmo), parece que Biden ni siquiera consideró la propuesta, pues salió corriendo a Arabia Saudita a tratar ese tema con mayor seriedad.
Hay que reconocer que López Obrador no tuvo empacho en invitar a Biden a sumarse a la “transformación”. Biden es demócrata, que es el ala centro e izquierda del abanico de la política en Estados Unidos. Él mismo se considera progresista y sus adversarios son los conservadores, es decir, los republicanos. Y no obstante, el presidente mexicano le dijo que la salida a los problemas que aquejan a las dos naciones “no está en el conservadurismo, sino en la transformación”, como si Biden fuera un conservador (Trump es el conservador, no Biden). Pero parece que el presidente americano ya tenía la cabeza en Israel y en Arabia Saudita y no hizo caso a esas palabras.
Y para terminar, es justo decir que, desde la perspectiva de los americanos, a Biden no le fue nada bien. Legisladores, tanto republicanos como demócratas, y diversos periodistas criticaron la suavidad, yo diría flema, con la que Biden se condujo. He visto algunas opiniones y algunos programas de televisión de allá, y los críticos de Biden le reprochan que no haya hablado enérgicamente del fentanilo que llega desde México –elaborado, por cierto, con precursores que llegan a nuestros puertos desde China y que por alguna razón ninguna autoridad, civil o militar, detecta–, y mata a cientos de miles de americanos cada año, ni de los cárteles de las drogas que se apropian cada vez más del territorio mexicano ante la política obradorista de no confrontación (hugs, not bullets–abrazos, no balazos), ni de temas económicos sensibles que preocupan a los inversionistas, como las reformas en materia de energía y electricidad que, para muchos, son violatorias del T-MEC. En mi opinión, le fue peor a Biden allá que a López Obrador acá. Échese un clavado por los medios americanos y verá. Lo que pasa es que Biden no se pone a llorar ni a decir que los que lo critican son traidores golpistas.
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