Una de las grandes disyuntivas que nos han movido como humanidad a lo largo de los milenios consiste en discernir cuál de las tres posibilidades –destino, azar o libre albedrío– gobiernan nuestra existencia.
Por un lado, la primera opción consiste en la posibilidad de que desde antes de nuestro nacimiento una especie de inteligencia cósmica haya decidido a priori nuestra vida, lo cual significaría que nos asignó una serie de propósitos, metas y objetivos de aprendizaje preestablecidas y por las que debemos pasar de forma inevitable.
Una segunda opción consiste en abrazar la idea de que todo lo que nos ocurre es producto del azar, que desde la existencia del ser humano, hasta nuestro propio nacimiento y cada segundo de nuestra vida no es otra cosa que una concatenación de acontecimientos contingentes que carecen de causa, propósito y sentido.
Y una tercera postura que, a la manera de Sartre, considera que “estamos condenados a ser libres” y que todo lo que nos ocurre es el resultado del ejercicio individual de nuestro libre albedrío.
Por supuesto que se trata de posibilidades que al ser humano le han quitado el sueño desde siempre y desde luego que no habrán de resolverse del todo en unos pocos artículos. De lo que se trata con este texto, y los que se publicarán las semanas siguientes, es poner el tema sobre la mesa con la intención de hacer evidente que no es baladí tener una postura a este respecto, porque aquello de verdad creemos termina por condicionar nuestra forma de estar en el mundo.
Las convicciones internas que tenemos sobre la relación que existe entre destino, azar y libertad condicionan de forma muy importante la manera en que encaramos nuestra vida y proyectamos nuestro futuro al determinar qué tanto, y en qué forma, somos capaces de influir en los resultados que obtenemos a partir de nuestras acciones, decisiones y omisiones.
Pero, antes de profundizar en las posibilidades y posturas, me gustaría empezar hablando un poco de cada una de las tres para puntualizar a qué nos referimos con cada una.
El azar
En tanto posibilidad de motor existencial, el azar está relacionado con suponer que la vida es una sucesión de casualidades y eventos fortuitos que no están relacionadas entre sí, que carecen de sentido de dirección y de propósito.
Es decir, pueden existir causas y efectos a nivel material o físico que expliquen cada uno de los episodios de la vida, pero ninguno de ellos está relacionado con los demás desde el punto de vista de formar un patrón coherente y previsible que tenga en sí una intención o un plan que pretenda llevarnos a ningún sitio en particular.
Cuando decimos que la vida se compone de una sucesión de azares significa que los acontecimientos, las oportunidades o los inconvenientes que nos van ocurriendo no responden a ningún propósito que vaya más allá de los accidentes circunstanciales del propio devenir.
La elección libre y consciente
El ejercicio de la libertad para diseñar y desarrollar la propia existencia está estrechamente relacionada con la voluntad que nos habilita para construirnos nosotros mismos un propósito existencial que estamos en posibilidad de concretar a partir de llevar a cabo acciones deliberadas.
Nos trazamos una meta, una serie de objetivos, diseñamos estrategias, llevamos a cabo acciones, adquirimos hábitos, sorteamos inconvenientes inesperados y, eventualmente conseguimos (o no) lo que nos propusimos,
En este caso, ya sea que logremos los objetivos como si no, se trata de un enfoque centrado en la idea de que tenemos un alto grado de autonomía y libertad y que nuestras decisiones son producto de nuestra voluntad consciente. Por lo tanto, lo que nos ocurra será el resultado de nuestras acciones y decisiones, con lo cual tendremos un altísimo grado de responsabilidad en aquello que nos ocurra.
El destino
Cuando hablamos de destino nos referimos a la convicción de que todo aquello que nos sucede, desde el sitio en que nacimos, hasta el momento de nuestra muerte, forma parte de un patrón o plan preestablecido del cual ni podemos escapar ni tenemos el menor control, con independencia de nuestras intenciones o deseos.
Dependiendo en la tradición espiritual a la que pertenezcamos dependerá a quien se le asigne como ese gran arquitecto, causa eficiente o inteligencia metafísica superior que lo define, lo dirige y lo controla.
Dependiendo de cuál de las tres posibilidades consideremos la verdadera, o en su caso, la preponderante, dependerá la percepción que tengamos acerca de cómo funciona la existencia y de la influencia que somos capaces de ejercer sobre nuestra propia vida.
La gran pregunta es, entonces: ¿hay un destino trazado, todo es producto del azar o cada uno construimos nuestra existencia según nuestra voluntad? En las próximas semanas exploraremos diversas perspectivas acerca de este tema.
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