Las vacunas y el síndrome del miedo

Decía Napoleón que no se puede vencer a un enemigo si no se le infunde miedo; solo vencemos sobre quien nos teme y, en sentido contrario, siempre somos susceptibles de ser derrotados, sobre todo por nuestros temores....

23 de marzo, 2021

Decía Napoleón que no se puede vencer a un enemigo si no se le infunde miedo; solo vencemos sobre quien nos teme y, en sentido contrario, siempre somos susceptibles de ser derrotados, sobre todo por nuestros temores. Las vacunas que entre aciertos y errores van extendiéndose sobre la población nos ofrecen un peculiar espectáculo que no puede pasar desapercibido. Se trata del fenómeno de la esperanza y cómo es que afecta a la convivencia en las sociedades.

La pandemia no está domada, está lejos todavía de serlo, pero la necesidad acicatea y nos obliga a ir tomando decisiones, ocupando espacios y a reconstruir nuestra vida en la medida de lo posible, la idea de que nuestros adultos mayores están saliendo de peligro también contribuye a pensar que el final de este horrendo periodo ya está cerca. Pero seamos sinceros, volver a las calles, descuidar las medidas preventivas es producto  de esta confianza y el fruto más cruel de la esperanza. Ello solo hará que la solución se aleje y que paguemos un costo más alto en enfermos, sujetos a consecuencias que nadie puede prever con precisión todavía y sobre todo, muertes.

La confianza es un acto humano inscrito en lo más profundo de su naturaleza, tenemos que guardar confianza y esperanza, de lo contrario nos quedaríamos inmóviles; pensamos que el mañana llegará y que será mejor, nos enseñaron que lo que alguien se propone puede cumplirlo e incluso, pensamos en ese sentido no solo como individuos sino también como especie. Julio Verne decía que lo que un hombre sueña otro lo puede realizar y ese es el sentido del progreso humano. Por eso, comerciar con la esperanza es también uno de los trucos más viejos que se conoce en el haber de la sagacidad y la mendacidad humanas.

No soy especialista en el tema y no me permitiré hablar sobre la calidad de las vacunas o si el gobierno federal y los locales lo están haciendo bien; ese es su problema y la evaluación de los resultados se hace de manera constante dejándonos a todos un residuo de desazón que está golpeando con fuerza la credibilidad y la efectividad del control epidemiológico. Quiero hablar de nosotros, de los ciudadanos que llevamos a nuestros padres y a nuestros abuelos a que les sea administrada la vacuna; de la manera en que esto nos permite confiar en que habrá menos muertes y menos focos de contagio. Y también cabe preguntarnos cuándo es que serán vacunados los niños para poder reabrir las escuelas (parecería del más elemental sentido común que las instalaciones educativas no abran sus puertas sino hasta que los niños sean vacunados, ya se sabe lo complicado y casi imposible que sería controlar las medidas dentro de las escuelas); cuándo el personal médico público y privado habrá sido inoculado en su totalidad; cuáles son las mecánicas de la vacunación y cuál es su calendario; y cuándo podremos descansar, al menos en parte, de esta pesadilla.

En el auditorio del Posgrado de la Facultad de Derecho de la UNAM, en Ciudad Universitaria hay un mural que retrata la lucha obrera frente a los excesos del capital; la iconografía del capitalista venal y criminal y de los fuertes y hermosos obreros, al estilo del realismo soviético impresionan, sin duda, al visitante; pero si se mira al detalle, encontramos en la parte baja, derecha para quien lo mira de frente, un enunciado que suele omitirse frente a la grandeza de las imágenes: “sin programa revolucionario no hay revolución” dice una pancarta sostenida por un obrero. Parte de nuestra lesionada confianza radica en que no podemos dialogar con seriedad respecto de la pandemia, porque no estamos encontrando ni la serenidad ni la veracidad en nuestro interlocutor oficial; el espectáculo de la vacunación, los heroicos aviones que la transportan y el madrugador equipo presidencial no son suficientes. Lo que necesitamos es saber el rumbo que van a tomar las cosas y lo mismo sucede con los demás aspectos de la vida nacional. Somos un pueblo irredento, siempre dispuesto a creer, siempre abierto al sacrificio que haga falta, pero lo que una sociedad no puede soportar, ya lo decía Maquiavelo, es el desorden, la ausencia de programa, la ignorancia de la meta.

No tenemos tiempo y no queremos abandonar nuestra esperanza, haremos cualquier cosa por sostenerla y aferrarnos a ella, eso es lo que hacen los desesperados y también los que ya han perdido demasiado; para hacerlo la sociedad está ocupando espacios y todos somos testigos cómo han seguido, desde el inicio de la pandemia, las organizaciones de productores, distribuidores y consumidores en el ramo que mejor conozco: el de la cultura donde ya nadie espera apoyo ni protección y los libreros independientes se asocian con promotores de lectura, editores y lectores para sacar adelante la industria –mire usted el circulo virtuoso creado por la Universidad Autónoma de Nuevo León y la Red de Librerías independientes–. Y también atestiguamos desde la sociedad la aparición de actores políticos y efectivos movilizadores sociales que se mueven sin organizaciones formales sino a través de la inmediatez de las redes sociales y los medios electrónicos. La defensa de las mujeres frente a la violencia es un buen ejemplo y también la marea de opinión político electoral que a través de las cadenas comunicativas y de los ciudadanos que producen sus propios contenidos, van mostrando la obsolescencia y torpeza de las campañas tradicionales que apuestan por la desesperación y por el desánimo de no saber cuál de las opciones que hemos tomado sea la peor.

Digámoslo de una vez, no hay mejor vacuna que la que uno pueda obtener, no hay peor vacuna que la que no se nos administra. Entremos con orden y confianza al proceso de vacunación, no perdamos la esperanza en que una vez más, como siempre y como parece estar inscrito en nuestra genética cultural, sabremos salir adelante.

@cesarbc70

cesarcallejas.me

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