En las redes sociales agregamos instantáneas de acontecimientos, momentos, efemérides, que no son más que una acumulación de datos. El resultado final es una sucesión interminable de platillos favoritos, sitios visitados, ropa por lucir, escenografías novedosas o distintas reproducciones, casi idénticas, del propio rostro sin sentido ni propósito.
En su libro La crisis de la narración, Byung-Chul Han pone de manifiesto que en la era digital en que vivimos se ha desvinculado la imagen del relato. “Las plataformas digitales como Twitter, Facebook, Instagram, TikTok o Snapchat están situadas en el punto cero de la narración. No son medios para narrar, sino medios para informar. Trabajan aditivamente, no narrativamente1”.
En la cultura del selfie actual se privilegia el registro del momento. Si se hace una vista panorámica al timeline de una muestra aleatoria de perfiles en redes sociales lo que veremos será un catálogo de objetos y prendas para mostrar, una acumulación de momentos, de sentimientos, de lugares, de estados emocionales, de eventos, pero nada de esto es equivalente a una narración. Es un caso muy distinto al de las fotografías analógicas, en los cuales podemos ver desplegada en imágenes una vida entera. Si tomamos los álbumes de nuestros padres o de nuestros abuelos, “que son un medio para recordar2”, veremos narraciones, historias, etapas enteras de una existencia que permiten entender y empatizar con el personaje que las protagoniza, situación imposible con el indigesto abuso que se hace de la imagen en la cultura digital de nuestro tiempo. El propósito de crear esos álbumes era el de construir una especie de relato autobiográfico que relacione los hechos con las personas –en vez de disociarlas– y se le otorgue un sentido a las experiencias.
Como usuarios de las redes sociales agregamos instantáneas de acontecimientos, momentos, efemérides, que no son más que una acumulación de datos intrascendentes. La suma de todas esas publicaciones no crea una narración, no crea un relato donde hay sentido, ritmo, progresión o propósito; el resultado final es una sucesión interminable de platillos favoritos, sitios visitados, ropa por lucir, escenografías novedosas o distintas reproducciones, casi idénticas, del propio rostro.
Un relato implica seleccionar una serie de elementos, que expresados –ya sea en palabra, imagen, sonido o por cualquier otro medio– sujetos a cierto orden y progresión, con cierto ritmo, con determinada intención, dan lugar a una historia que trasmite una idea y posee cierto sentido. “Las plataformas digitales, por el contrario, lo que buscan es precisamente protocolar la vida sin dejar huecos. Cuanto menos se narra, más datos e informaciones se producen y se acumulan. Para las plataformas digitales los datos son más valiosos que las narraciones. Las reflexiones narrativas están mal vistas. […] Se trata de transferir la vida a juegos de datos. Cuantos más datos se compilen acerca de una persona, tanto mejor se la podrá vigilar, manejar y explotar económicamente”. Y Byung-Chul Han complementa: “Estos datos permiten acceder a esferas que son inasequibles para la conciencia. Permiten que las plataformas digitales analicen a la persona como si la radiografiaran, y que controlen su comportamiento en un nivel prereflexivo”3.
La suma aditiva y aislada de instantes que muestran dónde comí, qué compré, cómo me siento, no constituyen en sí mismos una narración. Se trata tan solo de momentos que, a cambio de likes, aportan información a las plataformas que posteriormente comercializan; una imagen tras otra hechas públicas en una herramienta expresiva cuya misma estructura impide la reflexión y construcción de sentido para el usuario.
Instagram: jcaldir
Twitter: @jcaldir
Facebook: Juan Carlos Aldir
1 Byung-Chul Han, La crisis de la narración, Primera edición, España, Herder, 2023, Pág. 43
2 Íbidem, Pág. 42
Byung-Chul Han, La crisis de la narración, Primera edición, España, Herder, 2023, Pág. 42
3 Íbidem, Pág. 44-45
Byung-Chul Han, La crisis de la narración, Primera edición, España, Herder, 2023, Págs. 44-45
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