Comencé el 2024 con El amor de mi vida, libro de Rosa Montero que, pese a mi afición por las letras de la escritora, no había leído. Se publicó en el 2015 y es nueve años después cuando lo tomo en mis manos con la frescura de un niño pequeño que descubre un juguete nuevo bajo el árbol navideño. Como ha hecho con otros títulos suyos, travesea con las palabras para llevarnos a imaginar un contenido, cuando en verdad se trata de algo muy distinto.
En esta ocasión Rosa Montero hace un despliegue de lo que han sido sus lecturas favoritas, las notas al margen que debe de haber ido poniendo en esas páginas acariciadas con la vista, y la serie de investigaciones puntuales con que complementa los personajes a los que va haciendo referencia. Cada capítulo es una invitación a sumergirnos en los universos que ella ha surcado y que, en su formato original, han resultado en textos que se divulgan en diversos medios impresos españoles, fundamentalmente en publicaciones de El País.
En la introducción a su obra plantea una pregunta que no estaría mal hacernos cada uno de quienes procuramos la palabra escrita. Hace alusión a unas palabras de Nuria Amar para preguntarse si solamente pudiera hacer una actividad para el resto de su vida, qué elegiría entre escribir y leer. Igual que la mayoría a la que ella hace referencia y de ella misma, yo elegiría leer; a pesar de mis arrebatos místicos cuando encuentro la faz de Dios en la naturaleza, no me imagino a mí misma escribiendo sin la valiosa participación de otros apasionados de la palabra escrita que han plasmado su forma de pensar, de percibir y de sentir la realidad.
Rosa Montero considera que el mejor regalo que le ha dado la vida es la capacidad de leer, lo que le permite viajar, contactar, conocer y contrastar sus personales formas de existir. Logrando, de esta forma, enriquecer el mundo en el que habita.
Ahora, cuando hacemos un balance emocional del año que termina, nos topamos con cifras desalentadoras: Se ha incrementado el estrés, tanto en el hogar como en las actividades que emprendemos fuera de él. Poco ayudan los medios oficiales y no oficiales reportando violencia por doquier, tantas veces se trata de reyertas iniciadas por motivos absurdos, que llegan a terminar hasta en hechos de sangre. Querámoslo o no, son elementos que nos bombardean el espíritu para resultar en depresión, en desánimo y en una elevación en el índice de suicidios, tanto en adultos como en menores. En esas revueltas y oscuras aguas todos necesitamos un asidero externo; tal vez podamos hallarlo en la familia y en los amigos, quizás a través de un apoyo profesional, o en un grupo con intereses afines… Y allí, desde su modesta posición en el mundo está el libro, ese amigo y confidente; gran maestro, compañero del camino, para avanzar a nuestro lado, aligerar la marcha y despejar nubarrones.
Es por esto último que Rosa Montero se refiere a la palabra escrita como el amor de su vida. Y, al igual que en su momento hiciera Jorge Luis Borges, se muestra por demás orgullosa de lo que ha leído, no tanto de lo que lleva publicado. Mediante un testimonio de vida nos deja claro el papel trascendental que juega la lectura en la vida de cualquier ser humano.
¡Qué maravilloso es hallar luz en los caminos de las letras! Vaya, aun en los pasajes nihilistas de un Kafka o un Conrad, podemos descubrir esencias luminosas que nos animan a seguir adelante en la vida, sin importar cuán complicada pueda ser. Más que tranquilizador, sabernos acompañados por el aliento de quien conoce la existencia como nosotros la estamos viviendo, de manera que nos anima a no desfallecer.
Cuando el sistema educativo enfoque la lectura como una actividad recreativa y no como una obligación académica, comenzaremos a tener más y más lectores y mejores ciudadanos. Cuando a través de un texto entremos al mundo de quien piensa distinto que nosotros, desarrollaremos empatía, y a partir de que conozcamos las luchas que otros han tenido que emprender para salir adelante, percibiremos nuestras propias luchas en la justa dimensión. Maneras de conseguir esta utopía hay muchas, y no dependen exclusivamente de los maestros. Padres de familia, bibliotecarios, clubes de lectura y círculos literarios tienen la oportunidad de participar activamente en el fomento a la lectura. Hacerlo es dotar a México de una carga adicional de energía, para que en cada lector surja el ciudadano que la patria demanda: Hombres y mujeres de amplia visión y poderosa voluntad, dispuestos a trabajar por engrandecer lo nuestro.
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