La violencia contra las mujeres: la batalla por el alma de México

Debemos decidir, como sociedad, qué alma queremos que tenga México en los años venideros: una compasiva y justa o una intoxicada por el odio y el resentimiento. 

29 de abril, 2022

Oigan, sé que nos hemos divertido mucho últimamente (por ejemplo, con las recomendaciones para el Día Internacional del Libro). Sin embargo, hoy quisiera compartirles algunas reflexiones sobre uno de los temas centrales en la vida pública del país: la violencia contra las mujeres y los feminicidos. Comenzaré con una anécdota sobre algo que ocurrió el fin de semana pasado. 

Mi hermana y yo llevamos a nuestra madre a la aplicación del refuerzo de la vacuna contra el Covid-19 el fin de semana pasado. Yo me bajé para acompañar a mi mamá y ayudarla a caminar mientras mi hermana se quedó esperándonos en el automóvil, estacionada cerca de la entrada de la sede de vacunación. Un rato después, mi hermana tuvo que mover el coche en reversa. Al hacer este movimiento, su auto pegó, muy levemente, con otro que estaba detrás. Acto seguido, observé y escuché que un hombre se bajó de su auto para insultar a mi hermana, utilizando palabras altisonantes y misóginas, las cuales no replicaré aquí por respeto a ustedes. Corrí hacia el automóvil de mi hermana. Cuando llegué, me acerqué al hombre y le pregunté cuál era el problema más allá del golpe a su coche. Me insultó y me dijo que me fuera. Le pregunté “Tranquilo, ya viene el seguro a pagarte. ¿Por qué la agredes? Es una mujer y merece respeto”. La respuesta del hombre me dejó pasmado: “¿Y qué?”. 

El daño al automóvil de este hombre no fue nada serio, todo sea dicho (si acaso existió daño alguno), y que no pudiese arreglarse con una engorrosa pero segura visita del seguro del automóvil de mi hermana. En cambio, el hombre nos gritó, en especial estaba ensañado con mi hermana, gritándole insulto misógino tras insulto misógino. Al final, el hombre golpeó la ventana del auto y amenazó a mi hermana, para después huir despavorido cuando vio que un policía estaba cerca. Al parecer, sólo era un sujeto que buscaba descargar su odio misógino con una mujer que aparentemente estaba sola. 

La frase que me respondió el hombre se me quedó grabada: “¿Y qué?”. Me quedé pensando en que esa actitud es la misma que muchos agresores y feminicidas tienen: “Es una mujer. ¿Y qué? ¿Y qué que sea una mujer?”. Justo en esa frase aparentemente inocua, se encuentra la semilla de la misoginia y el desprecio por la vida de las mujeres. 

Desgraciadamente, la semana pasada se confirmó que el cuerpo de Debanhi Escobar, quien apenas tenía 18 años, fue hallado sin vida en una cisterna de un motel de Nuevo León. 

La violencia contra las mujeres es una plaga que permea desde asuntos triviales,  como el que les relaté, hasta la ola de desapariciones de mujeres en Nuevo León. Parece ser que, cuanto más se habla de la violencia que sufren las mujeres, más se exacerban los actos que atentan contra ellas. Por ello, mi corazón no es ajeno a la desgracia de Debanhi Escobar y el dolor y la impotencia que deben estar experimentando sus padres. Actualmente, el estado que gobierna Samuel García es azotado por una serie de feminicidios, situación digna de una serie de terror.

No sé en qué momento perdimos todo el respeto por la vida humana, particularmente por la vida de las mujeres. Parece ser que ya olvidamos que todos los seres humanos, sin distinción alguna, entramos a este mundo por medio de una mujer, con todas las implicaciones biológicas y simbólicas de este hecho. 

En este punto vale la pena reflexionar lo siguiente: ¿qué podríamos esperar que ocurra dentro de la sociedad si las conferencias presidenciales se utilizan como una jeringa llena de verborrea tóxica que nos inocula a diario? ¿Qué podríamos esperar si desde el púlpito presidencial se puede despreciar a las mujeres (hecho que además se aplaude), como ocurrió con Liz Vilchis, con eso de “no sabe leer, pero es honesta”? 

Por ello, no es de extrañar que la reacción oficial del presidente Lopez al asesinato de Debanhi Escobar, desde su conferencia matutina (¿dónde más?), fue, por decir lo menos, tibia. Esta respuesta contrasta con los embates furibundos y constantes al INE, a periodistas y a miembros de la oposición. ¿Algún día veremos, por parte del presidente, una reacción tan apasionada ante los hechos que aquejan de facto a la sociedad mexicana? ¿O esa pasión únicamente está reservada para los asuntos prioritarios en la agenda del presidente? Claro, agarrar de punching bag a Loret de Mola reditúa mucho y es fácil. Ver al monstruo de la violencia contra las mujeres directo a los ojos, en cambio, es un asunto mucho más complicado y que requiere muchas más agallas. En este asunto, la mismísima alma de México está en juego. 

Comprendo que a Debanhi Escobar no la mató ni el gobierno federal ni el gobierno local. También estoy consciente que los gobiernos no son los únicos actores públicos en el país. Pero también es cierto que el tipo de gobernantes que elegimos dice mucho sobre el tipo de sociedad que somos. 

Sé que un breve texto como este poco cambiará las cosas. Pero si usted, por azares del destino, llegó a esta publicación, le dejo una pregunta que ojalá tenga el arrojo de hacerse. Es un asunto que no podemos dejar de encarar, porque mañana podría ser una hermana, una madre, una hija, una sobrina, una prima o una amiga. 

¿Qué haremos, como sociedad, para frenar la violencia contra las mujeres?

Hagámoslo por Debanhi Escobar y por todas las mujeres que sufren la violencia y que son asesinadas. Hagámoslo por nuestra familia y por nosotros. Comencemos por nuestros círculos cercanos y sigamos con la reflexión de a quién elegimos para gobernarnos. No estoy seguro que deseemos un gobierno que sólo guarde su compasión para los delincuentes y para sus seguidores. No estoy seguro que deseemos una sociedad polarizada y en la que la violencia contra las mujeres crece y se normaliza. No estoy seguro que queramos ser una sociedad indiferente ante la violencia que sufren las mujeres.  

Debemos decidir, como sociedad, qué alma queremos que tenga México en los años venideros: una compasiva y justa o una intoxicada por el odio y el resentimiento. 

 

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