La Verdad revelada: paradigma Tradicional

El pensamiento tradicional concibe la realidad de manera disciplinada, normativa y doctrinal. Basta con cumplir la ley terrestre y divina para asegurar la salvación.

2 de diciembre, 2022 La Verdad revelada: paradigma Tradicional

Los individuos Tradicionales suelen encarnar a esa “mayoría silenciosa” que creé en Dios, en la patria, en la familia tradicional, que posee una moral que se traduce en una vida de esfuerzo y rectitud, sabiéndose en posesión de la única “verdad” posible. Sentir que los auténticos valores se diluyen es fuente de ansiedad y desasosiego. 

Para el Metarrelato Tradicional, la realidad es una creación deliberada por parte de un Dios omnipotente y las verdades auténticas le son reveladas a través de un libro sagrado. También ocurre, cuando se trata de un sociedad tradicional de carácter laico, que “el mundo” emerge de una gesta guiada por un líder providencial y carismático que desempeña el papel del gran Padre terrenal y el lugar del libro sagrado es cubierto por alguna ideología totalitaria. Hay muchos casos donde se combinan ambas y mediante una dictadura de sesgo religioso, el gran líder se asume como la representación de Dios en la Tierra y por ello debe ser obedecido.   

Se trata de una cosmovisión centrada en la obediencia a la ley, la conservación del orden y la pertenencia al grupo. Dentro de sus grandes ventajas está el hecho de que, al entender la realidad como algo dado, producto de la voluntad divina o de la ingeniería social y política a cargo del gran caudillo, el orden, la estabilidad y la certidumbre está garantizada. En un orden semejante no se requiere más que cumplir con los preceptos señalados y, de ser así, todo estará bien, ya sea en esta vida como consecuencia de formar parte de una nación excepcional, o en la vida eterna, en tanto parte del orden divino. 

La solidez del grupo refuerza los códigos de conducta basados en principios absolutos y verdades eternas cuyo cuestionamiento deriva en severos castigos. El individuo construye su existencia en función al cumplimiento de las leyes, roles y funciones que den orden y estructura a la comunidad.

El fundamento de esta cosmovisión está en saberse poseedores de la única y auténtica verdad que generosamente les ha sido revelada y en reconocer como infieles y enemigos a todos aquellos que no la compartan. 

Las estructuras sociales son rígidas y jerárquicas. La comunidad está articulada por capas, por niveles, por clases, donde cada una de ellas cumple con una función y, puesto que el mundo fue creado por Dios tal y como es, se asume que está bien hecho, y que el estrato que le toque a cada quien es la prueba personal que la divinidad le ha encomendado. Puesto que la existencia de cada persona es parte del plan divino, el auténtico Tradicional acepta su lugar en la creación y lo vive según el rol que le tocó desempeñar. 

La existencia terrenal-temporal del individuo carece de importancia; el énfasis está puesto en lo colectivo.  Los sacrificios y carencias que experimente el individuo en esta vida le serán recompensados en la eternidad. De este modo, entre más méritos coleccione, entre mejor cumpla con las normas establecidas, mayor será su premio. 

El egoísmo, la ambición individual y los apetitos excesivos están vedados en este tipo de orden social. Incluso iría más allá: carecen de sentido, porque desafiar los designios de Dios los haría incurrir en la soberbia, ni más ni menos que el pecado capital cometido por Satanás. 

La creación es producto del impulso arbitrario de la divinidad, que si bien le asignó ciertas reglas y principios a los que el individuo debe sujetarse, él puede alterarlos según su deseo lo que produce que la esperanza del milagro esté siempre encendida. Arriesgarse a la furia divina –o caer de la gracia del gran líder– es un asunto muy serio para quien habita esta cosmovisión ya que puede costarle no sólo la aniquilación de la vida física sino un castigo para la eternidad.

En el paradigma Tradicional el individuo está supeditado a los caprichos de la élite y a la estabilidad del grupo. Más allá de sus intereses e impulsos personales está la familia, la pareja, la religión, la moralidad aceptada, las formas de estar, de vestir, de comportarse. Todo aquello que le otorga la aceptación social y le garantiza un lugar en la comunidad es prioritario, lo que conlleva que la meta fundamental de esta cosmovisión sea la pertenencia. 

Los individuos Tradicionales suelen encarnar a esa “mayoría silenciosa” que creé en Dios, en la patria, en la familia tradicional, que posee una moral que se traduce en una vida de esfuerzo y rectitud, sabiéndose en posesión de la auténtica “verdad”. Manifiestan una profunda necesidad de encajar, de ser semejantes a todos, ser queridos y respetados. Sentir que los auténticos valores se diluyen es fuente de ansiedad y desasosiego. La vida tiene sentido, propósito existencial y dirección al tener resultados predeterminados y previsibles, como lo son alcanzar el cielo o vencer al enemigo de la patria. Tanto la libertad como la voluntad se ejercen en función de lograr estos objetivos.

Este paradigma entiende la “normalidad” como aquello que su tradición defiende como tal, mientras que todo lo que no entre en esa visión está simplemente equivocado. Distinguir entre lo bueno y lo malo es sencillo, porque se conoce de forma clara y explícita. Los diez mandamientos son un buen ejemplo: si se cumple con ellos tendrás garantizada la salvación y si los incumples, el castigo eterno. No se requiere criterio o interpretaciones, pues la “verdad” es una y evidente. Lo correcto y lo incorrecto, lo justo y lo injusto está definido de antemano y el individuo no tiene más que someterse a las conductas que privilegien los valores reconocidos y apreciados. 

El pensamiento Tradicional se caracteriza por una visión mítico-literal: los relatos de la Biblia, del Corán, de la historia oficial o las memorias heroicas del gran lider se asumen como hechos que sucedieron tal y como aparecen narrados. En los tiempos teístas bastaba con cumplir la ley terrestre y divina para que la salvación estuviera asegurada y sería en esa vida extraterrena donde llegaría la plena realización del alma. La autoridad religiosa y secular –que la mayor parte de las veces era la misma– determinaba unilateralmente el ejercicio de la ley y administraba las normas de convivencia basada en la liturgia y los dogmas de cada culto. 

 

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