Porfirio Muñoz Ledo y Lazo de la Vega, hombre de Estado como los hubo pocos en el Siglo 20 mexicano, solo es equiparable a muy pocos personajes, Don Jesús Reyes Heroles sería un buen ejemplo. Porfirio no ha dejado de serlo en las ya dos primeras décadas del presente siglo, con todo y los doce años en que, lastimosamente, este país desperdició su talento. Vicente Fox (presidente, no el “producto milagro” y desechable de sus épocas de opositor y candidato) lo mandó como Embajador a la Unión Europea. Quizá Fox le tuvo miedo e inclusive envidia al ver su erudición en cuanto a los orígenes, funcionamiento y perspectivas de cambio del Estado mexicano.
Llegó a apersonarse con el aún presidente José López Portillo para que lo considerara como su sucesor idóneo, algo inaudito en las reglas no escritas del anterior sistema de partido cuasi único. Porfirio es un personaje incomprendido. Sus cambios de filiación política obedecían a su prisa por consolidar una transición democrática en México, aun sabiendo que en los tiempos del PRI y su hegemonía al país no le había ido tan mal. “Una isla de paz social y democracia es México, en toda la América Latina”, habría dicho alguna vez en los setentas, no sin razón, a la luz de las comparaciones.
Ahora, sus afanes narcisistas y de protagonismo exacerbado, que nunca lo han abandonado, se le han acentuado. A manera de un torero “partia plaza” se pavonea en las cámaras legislativas. Y en esa tesitura lo vemos hoy en día, pretendiendo los reflectores apuntándole tantas veces como sea posible para contender, claramente sin la venia presidencial, por la dirigencia del partido MORENA.
Es aquí en donde, a la manera de interpretar los sucesos en cuestión del que esto escribe, el polémico y legendario político mexicano cayó en un exceso, que bien podría haber sido su despedida, no tan afortunada, de su actividad profesional. Menciono esto porque se le fue a la yugular, con rudeza innecesaria e inexplicable, a su compañero Marcelo Ebrard, sin medir las consecuencias. Marcelo es un hombre de Estado, con la particularidad de que goza de una popularidad inmensa, tanto al interior del gobierno como entre la ciudadanía. En su tiempo se le consideró el mejor alcalde del planeta. No solo tiene sus positivos altísimos entre la gente de la Ciudad de México, sino de todo el país. Por todo lo anterior, esa declaración, francamente caníbal, no puede acarrearle resultados favorables en sus actuales afanes.
Muñoz Ledo fue considerado, para la presente legislatura en su primer año, presidente de la mesa directiva de la Cámara de Diputados, como un homenaje a su persona y trayectoria, cuyo cenit habría de ser el enorme acto simbólico de entregarle la banda presidencial al presidente Andrés Manuel López Obrador. Muñoz Ledo consideró que todo ello no era suficiente, y está bien, eso evidencia nuevos vientos democráticos que soplan ya en México, pero sí se ha excedido, y lo más seguro es que logre muy poco en la elección como dirigente partidista.
El reto de quien resulte elegido como presidente de partido, será mayúsculo: deberá armar un andamiaje institucional al interior de MORENA para impedir que la historia de todos los partidos de izquierda en México se repita, esto es, su fragmentación y posterior desaparición del espectro político.
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