La teoría de juegos y los sesgos cognitivos en las decisiones de carácter político

La gran mayoría de las veces, los seres humanos utilizamos atajos cognitivos para decidir sobre una innumerable variedad de temas, situaciones y circunstancias.

6 de junio, 2023 La teoría de juegos y los sesgos cognitivos en las decisiones de carácter político

Hace algunos días escribí en mi cuenta de Twitter que se avecinaba una irremediable victoria de Morena (y su candidata Delfina Gómez) en el Estado de México, la entidad más poblada del país, ya que no existían datos que permitieran pensar en un panorama distinto. 

La aproximación anterior la realicé sin correr un modelo probabilístico, aunque debo decir que a pesar de lo anterior si seguí con atención durante las últimas semanas los porcentajes de las encuestas, los dimes y diretes que “debatieron” las candidatas así como escuchando/leyendo atentamente opiniones diversas, de también muy distintos grupos, a lo largo de la campaña. 

Al final, mi vaticinio se basó en gran medida en esa cualidad, que en ocasiones solemos dotar de características casi sobrenaturales, llamado intuición. La intuición, sin embargo, consiste en un proceso mucho menos misterioso al que denominamos coloquialmente como reconocimiento o identificación. 

Del mismo modo en que un gastroenterólogo con varios años de experiencia puede, desde el momento en que un paciente comienza a describir los síntomas que le aquejan, identificar cuál es el problema con él y exactamente igual que una persona extrovertida y con gusto por las reuniones sociales puede identificar “el clima” en una cena casual, del mismo modo todos podemos escudriñar de manera automática en nuestro cerebro para buscar y asociar algo, que está ocurriendo en este preciso momento, con experiencias pasadas e identificar un patrón similar. 

 

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Y lo había en la reciente elección: el modo en que operaría el partido en el poder a nivel federal, lo poco permeado que parecía un gran sector de la población a las noticias, por demás incontestables, referentes a la corrupción de la ahora gobernadora, el segmento poblacional al que estaba buscando llegar la coalición opositora desestimando otros, la sobrestimación de la población que vota de manera efectiva, entre varios más. 

Lo cierto es que en los últimos treinta años, en materia de toma de decisiones y comprensión de la conducta humana, hemos logrado avanzar enormemente. 

Uno de los descubrimientos más relevantes se lo debemos a Amos Tversky y Daniel Kahneman y esto es: la abrumadora cantidad de información que procesamos y sobre la cual decidimos de manera casi automática, a través de diversas simplificaciones cognitivas, pensando que lo hacemos de manera lógica y racional, cuando no es así. 

Jorge Luis Borges, el enorme cuentista, ensayista y poeta argentino, durante una entrevista respondió lo siguiente respecto a qué define a la inteligencia: “Muchas veces, cuando uno dice que tal persona es inteligente se refiere más a que es ocurrente, que tiene algo que decir inmediatamente. Esa persona puede no ser inteligente. La inteligencia puede ser lenta”. 

Gracias a Tversky y Kahneman, podemos profundizar en la frase anterior. 

La gran mayoría de las veces, los seres humanos utilizamos atajos cognitivos para decidir sobre una innumerable variedad de temas, situaciones y circunstancias; lo hacemos, en buena medida, porque debemos responder a numerosos estímulos externos de manera casi inmediata, todo el tiempo, día tras día: para saber si está más cerca o lejos el lugar al que nos dirigimos, para deducir la velocidad de un vehículo que se aproxima hacia nosotros en un cruce, para identificar si existe molestia o enfado en el tono de voz de algún interlocutor, etcétera. 

El problema fundamental radica es que este mismo sistema (con sus sesgos y heurísticas) lo utilizamos para obtener respuestas “satisfactorias” a procesos mucho más complicados. ¿Por qué? Porque el proceso para resolver problemas multifactoriales y/o complejos es lento, requiere no estar imbuido por ninguna emoción en particular.  

Llegar a una respuesta adecuada, racionalmente hablando, requiere de una aproximación metódica, además de recursos como tiempo, energía y no resulta intrínsecamente placentero; necesita recopilar datos e información, analizarlos, ordenarlos, compararlos y aprobarlos o desestimarlos, entre muchas otras. 

Y el cerebro humano es, dicho de manera simple, holgazán de manera natural. Si existe la posibilidad de ahorrarse el trabajo extra, lo hará sin dudarlo. Eso es así en absolutamente todos los seres humanos que habitan el planeta, parte de lo que nos hace diferentes radica en la posibilidad de adentrarnos en el sistema dos y permanecer en el uno. 

Hace ya tiempo escribí acerca de los efectos de lo anterior en la toma de decisiones económicas. No muchas décadas atrás, solíamos creer que éstas se tomaban en un ámbito cognitivo prioritariamente lógico y/o racional. Los descubrimientos recientes han probado y comprobado una realidad notoriamente distinta. Y el efecto de los sesgos cognitivos en la toma de decisiones correspondientes al ámbito político se ha convertido en una de las áreas de investigación preferidas, en mi caso, en los últimos años.  

Las decisiones políticas responden invariablemente a distintos factores (tanto externos como internos) de manera individual y al mismo tiempo son tomadas, en un sistema democrático, de manera grupal por inmensos sectores de la población, con características marcadamente heterogéneas. ¿En qué momento los sesgos individuales se cruzan con los de las decisiones grupales?

Veamos.  A modo de ejemplo, ¿alguna vez se ha preguntado por qué información veraz, hechos y datos, parecen no modificar la percepción de cierto ámbito en individuos aparentemente inteligentes, útiles dentro de su ámbito social, productivos en buena medida?

¿Cómo es que “analistas” políticos salgan, elección tras elección, a decirse sorprendidos por el resultado de la misma y/o por la decisión de la gente en ese municipio, estado, país o región particular? 

Bueno, para explicarlo tomemos dos de los sesgos o heurísticas del pensamiento, más relevantes en este caso: el efecto Halo y el sesgo de confirmación. 

El efecto Halo es un sesgo del pensamiento cognitivo que filtra la capacidad de recibir o absorber información partiendo de la simpatía o antipatía que nos produce quién está emitiendo el mensaje. Esto es, si alguien (persona, institución, medio, etc) me genera simpatía, estaré más dispuesto a aceptar la información que brinda. En sentido opuesto, si la opinión que tengo de dicho interlocutor es mala, rechazaré la misma sin necesidad de que pase por un proceso, por demás complejo, que la reafirme o desestime, de manera casi inmediata. 

Lo anterior se ve enormemente ligado a otro de los sesgos del pensamiento: el sesgo de confirmación. Esta heurística consiste en la tendencia a dar un mayor valor a las ideas u opiniones que confirman nuestras propias ideas u opiniones, desestimando las que no se hayan presentes o concuerdan con las ya existentes. En su versión más extrema, somos capaces de ignorar, de manera total y absoluta, ideas y opiniones, hechos y datos que se contraponen a aquellos que poseemos. 

Alguien que lee o escucha sólo a ciertas fuentes, las cuales hablan de ciertos temas que se asemejan a aquellas que comparte o con los que está de acuerdo, ya ha construido una visión completa de ciertos temas, aunque errada, y sacarle de ahí será extremadamente complicado, si no que virtualmente imposible, puesto que requiere voluntad y esfuerzo que no puede provenir de ningún agente externo. 

Este par de heurísticas nos permiten acercarnos de mejor manera a un comportamiento que consideramos como totalmente “ilógico”, carente de “razón”. Y lo es en buena medida, pero no por ello resulta menos habitual, aún en millones de personas alrededor del mundo. 

¿Decenas de millones? ¿Cientos de millones, quizás?

Además de los dos anteriormente referidos, hay muchos sesgos más que actúan en sentidos similares y que permiten crear un escenario del mundo que refleje más nuestra propia concepción de éste en contraposición a lo que realmente es: el sesgo de disponibilidad, el de la aversión a la pérdida, entre varios más. 

Y aún falta tocar otro tema enormemente relevante: las emociones. 

¿Alguna vez ha escuchado la frase “el que se enoja, pierde”?

Bueno, esto es total e inequívocamente cierto. 

Cuando nos enojamos, con el diluvio de neurotransmisores inundando nuestro sistema, lo que perdemos es la posibilidad de poner en marcha el sistema que lleva al lento y laborioso proceso de toma de decisiones lógicas y racionales e invariablemente nos mantenemos en el sistema uno, digamos, el automático y simple. Y no sólo es el enojo, también la felicidad, la tristeza, etcétera, funcionan en el mismo sentido. 

Cualquier emoción, con la suficiente intensidad, habrá de inhibir el sistema racional de toma de decisiones. 

Y un estímulo externo, aplicado adecuadamente sobre un individuo (o grupo) particular, habrá de generar una respuesta emocional que impida cualquier aproximación objetiva y lógica a un tema específico, sea político, deportivo, romántico, etcétera, etcétera. 

Ahora vayamos más allá. 

Por otro lado, gracias a los estudios y aproximaciones de Stasser, Duran, Montecinos-Pearce y muchos otros conductivistas, podemos visualizar y aplicar modelos sistemáticos a los sesgos en las decisiones grupales

Un ejemplo de ello es la tolerancia a aquello que llamaremos “fallas bizantinas”; en un grupo determinado, el poseer información incompleta o sesgada individualmente y/o cuando las motivaciones de los miembros del grupo varían, la tolerancia habrá de aumentar significativamente.  

Lo que lo anterior significa es que la falta de una aproximación metódica y los sesgos individuales habrán de permear en los demás miembros del grupo y, contrario a lo que postulaba la teoría clásica que enunciaba que una discrepancia en las opiniones llevaría a un debate y posterior consenso grupal, esto no se da. 

Lo que sí se presenta es lo que Janis denominó en 1972 como “presión para la conformidad”: la mayoría de los miembros del grupo habrán de asociarse en torno a la postura más aceptada entre ellos, aun cuando esta sea errada. 

El compromiso/lealtad juega un papel preponderante en este modelo, de modo que en lugar de disenso, crítica y cuestionamiento se otorgará individualmente mayor preponderancia a la “opinión” del grupo como un todo. 

La presión de los miembros del grupo por llegar a una decisión se antepone a una consideración realista de la realidad, a la búsqueda de alternativas e incluso se extiende al juicio moral de los individuos. 

Otro de los sesgos de la toma de decisiones grupal es la polarización grupal, término muy utilizado en estos días. 

Contrario a la idea popular de que los grupos pueden “moderar” las posiciones extremas de los individuos, este efecto muestra que las opiniones individuales de los integrantes se vuelven más extremas tras someterse a la presión grupal. 

Si a eso le aunamos lo que se conoce como sesgo de la aversión a la pérdida, esto es en lugar de reconocer una decisión errada y asumir los costos (económicos, políticos) lo que hacemos es doblar la apuesta, coloquialmente hablando (resistencia a la pérdida, fundamentalmente) concepto bien conocido entre traders y gestores bursátiles, de futuros, etc. Lo anterior conlleva a perder más de lo necesario, siendo todos los elementos anteriores el escenario perfecto para una escalada de malas decisiones que pueden tardar décadas en corregirse. 

Si bien todos estos supuestos han sido estudiados desde hace ya varias décadas, su aplicación en el ámbito político es aún extremadamente limitado y poco difundido; aun y cuando la toma de decisiones entre grupos sumamente distintos entre sí (desde Europa hasta Latinoamérica, desde posiciones políticas de “izquierda” y  otros denominados “de derecha”) pareciera sólo explicable a través del conocimiento particular del grupo en cuestión, de sus filias y fobias, de sus preferencias y aversiones, lo cierto es que no parece ser el caso. 

Un mismo modelo, lo suficientemente general para integrar todas y más variables además de las ya descritas, podría permitir, en un futuro, obtener una explicación lógica y racional a un conjunto de comportamientos poco o nada lógicos y racionales que, sin embargo, tienen una enorme trascendencia en el futuro del mundo. 

La elección del domingo sólo es un ejemplo de lo anterior, vienen más; una en 2024, aquí mismo, y muchas más alrededor del mundo en los próximos años. Encontrar las respuestas adecuadas para conocer qué nos depara el futuro y por qué, o al menos el hacer el esfuerzo por llegar a ellas, siempre será mejor que no hacerlo. 

 

Nos leemos la semana entrante. 

Twitter: @NavarreteFdo  

 

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