Elba Astorga Editora de Economía
Si históricamente las guerras comerciales se usaron para proteger las industrias nacionales y equilibrar las balanzas comerciales, en el siglo XXI son también un instrumento estratégico en el campo de la geopolítica. De hecho, muchos piensan que la pugna comercial EE. UU-China que comenzó en 2018 tiene una razón más profunda: el enfrentamiento de las dos potencias por la hegemonía mundial.
La guerra comercial Estados Unidos-China se inició durante el primer mandato de Trump con el argumento de “eliminar las prácticas comerciales desleales en materia de transferencia de tecnología, propiedad intelectual e innovación”.
La primera medida fue imponer aranceles a los productos chinos por 60 000 millones de dólares. China respondió inmediatamente con una medida similar. Desde entonces, uno y otro han sufridos ataques y contraataques en forma de aranceles y medidas proteccionistas.
Estados Unidos acusó a la empresa de telecomunicaciones Huawei (y Google y Microsoft dejaron de proporcionarle sus productos) y a la red social TikTok (sobre la que pende la amenaza de cierre en EE. UU.) de recabar datos para el gobierno chino. Durante la administración Biden se prohibió, además, la venta a China de microchips con el fin de limitar su competitividad y preservar la supremacía tecnológica y económica de EE. UU. A la vista de las altas capacidades tecnológicas que ofrece su modelo de IA –DeepSeek– con recursos materiales limitados, quizás este objetivo no se ha cumplido del todo.
Los mecanismos de la globalización crearon una gran interdependencia entre China y los países industrializados que, para abaratar sus costes, trasladaron durante décadas su producción a China, convirtiéndola así en la fábrica del mundo.
Pero, para disfrutar de mejores márgenes de beneficios, las empresas extranjeras tuvieron que adaptarse a las condiciones impuestas por China: para operar en el mercado chino o comprar empresas, sobre todo tecnológicas, las empresas extranjeras deben asociarse con compañías locales, que acaban recibiendo tecnología y conocimiento de sus socios extranjeros.
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Estas guerras no son exclusivas de Estados Unidos y China: Europa también ha tenido encontronazos comerciales con ambos países. Con Estados Unidos mantuvo una larga guerra comercial (2004-2021) por la competencia entre las aeronáuticas Airbus y Boeing. EE. UU. presentó en 2004 una disputa contra Europa por las ayudas y subvenciones recibidas por Airbus y la UE contraatacó con una reclamación similar contra Boeing y el gobierno estadounidense. La OMC resolvió que Estados Unidos podía aplicar aranceles por 7 500 millones de dólares a Europa y Europa podía aplicarlos a EE. UU por 4 000 millones. Más tarde, en 2018, el sector olivarero español sufrió unos aranceles del 35 % sobre la aceituna negra por los subsidios agrícolas de la UE.
Hay un enfrentamiento reciente con China, apenas en otoño de 2024 a raíz del empuje de los coches eléctricos chinos en el mercado europeo. Al considerar que las subvenciones gubernamentales que reciben los fabricantes chinos de coches eléctricos perjudican a los productores europeos, Europa decidió aumentarles los aranceles llevándolos, en algunos casos, hasta el 45 %. China respondió con una amenaza que aún no se ha concretado: la de aplicar nuevos aranceles sobre la carne de cerdo.
Las guerras comerciales y la crisis de suministros que provocó la pandemia han ido fragmentando el comercio global y reordenando la producción por regiones económicas. Hasta el reciente regreso de Trump a la Casa Blanca, empresas estadounidenses como Ford, General Motors o ¡Tesla! apostaban por el nearshoring como estrategia competitiva: fabricar en México con menos costes que en Estados Unidos y menos riesgos de retrasos y roturas de la cadena de suministros que en China. No queda claro qué pasará ahora que el nuevo presidente estadounidense ha amenazado con imponer aranceles a los coches fabricados en México.
En este contexto de fragmentación y proteccionismo, se firmó, a finales del año pasado y tras 25 años de negociaciones, el acuerdo UE-Mercosur por el que se establece un mercado conjunto de más de 722 millones de personas. Este acuerdo elimina los aranceles en más del 90 % del comercio bilateral y va a permitir a los países de Mercosur diversificar sus mercados. Ahora, China es su principal cliente, con un 29 % del total de sus exportaciones, seguido de EE. UU., con un 11 %.
China, por su parte, ha estado invirtiendo en los países en desarrollo para garantizarse el acceso a materias primas y alimentos, y desarrolla la Nueva Ruta de la Seda: mediante créditos para la construcción de infraestructuras a países de Asia, África subsahariana y Latinoamérica busca conectar, a través de rutas terrestres y marítimas, los productos que salen de sus factorías con nuevos mercados.

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