Este pasado 25 de junio celebramos en la Ciudad de México el día de la diversidad LGBTTTIQA+. Cerca de 300 000 personas acudimos a las calles del primer cuadro para externar algo, lo que quisiéramos decir al mundo. Preferencias, orientaciones, simpatías, empatías.
300 000 que se sentían como todo el mundo, portando arcoíris en la ropa, en banderas, en el maquillaje y en el corazón. Los colores del arcoíris tiñeron de color todo Reforma, como un rio multicolor, lleno de música y alegría que fluyo desde El Icónico y ahora más que nunca aclamado Ángel de la Independencia, hasta el Zócalo capitalino, el mismo ombligo de la luna.
Canciones, frases, sonrisas, pero sobre todo, un palpable deseo de que las cosas sigan avanzando, una genuina esperanza de que algún día se dejen de llamar diferencias las características que nos distinguen a cada uno de quienes caminamos por la vida y compartimos este planeta.
No es la primera marcha en la que participo. Es cierto que las manifestaciones públicas han llamado mi atención desde siempre y muchas veces he asistido, en ocasiones como manifestante franca y otras veces como discreta y curiosa observadora. Esta marcha es sin duda la más emblemática y de sentido más humano que conozco. Miles y miles de seres humanos pidiendo al unísono una sola cosa: ¡Permiso para ser!, permiso para amar a quien cada quien quiera amar, permiso para expresarse y para buscar y vivir cada quién su propia identidad.
La marcha del orgullo LGBTTTIQA+ (Lesbianas, gays, transexuales, transgenero, travestis, intersexuales, queers, asexuales y demás preferencias humanas e identidades), es, sin temor a equivocarme, la convocatoria más grande que tiene cada ciudad a la inclusión y a la visibilidad, aunque en ésta definitivamente triunfen las minorías y seamos los heterosexuales los que cálidamente somos incluidos en el movimiento.
¿Qué se ve en una marcha del orgullo Gay? Todo lo imaginable, gente, mucha gente, personas vibrando y sintiendo por un día que todos podemos ser vistos como iguales, familias, parejas, principalmente parejas homosexuales, pero también muchas parejas y personas heterosexuales que como yo simpatizamos con el movimiento y queremos aportar con nuestra voz y nuestra presencia un voto por la igualdad, adultos que hemos aprendido a lo largo de los años que no debe llamarse a esto aceptación ni inclusión sino reconocimiento y respeto, adultos a quienes nuestros jóvenes nos han enseñado que preferir es una cuestión personal, única e intransferible y como todos los derechos humanos sagrada.
A diferencia de las manifestaciones públicas y marchas por exigencia de justicia, esta es una celebración, una celebración de la vida y la diversidad, una fiesta por los derechos, un canto por el reconocimiento entre seres vivos, supongo que es por eso que cada año se congrega más gente y más queremos participar y ser vistos, escuchados, leídos.
Cada pancarta, cada consigna, cada atuendo es una historia, desde la mujer que ofrece abrazos de madre orgullosa, la gente que decide ir vestida o desvestida de forma llamativa, quienes ondean banderas con los colores de su preferencia u orientación, los que representan a personajes ficticios o personajes históricos que se distinguieron por luchar en esta causa, flores, símbolos, razones, miles de formas de llamar la atención y expresar el propio sentir. Armonía, un ambiente de cordialidad y cariño que difícilmente se repite en el resto del año.
En esta fiesta no ganó ningún equipo deportivo, en esta marcha no insultamos ni rompemos, en esta marcha nos reconocemos como iguales y lo celebramos, en esta marcha por un día, todos cantamos al mismo tiempo que no hay nada más legítimo ni más respetable que el derecho a amar.
En esta marcha honramos a quienes en el pasado no pudieron hacerlo, a quienes fueron perseguidos y maltratados, incluso asesinados por el simple hecho de sentir diferente a lo que se creía correcto, en esta marcha nos abrazamos todos y nos prometemos seguir avanzando, no soltarnos las manos y seguir luchando.
Cada día, desde casa, en las calles, en las escuelas y los trabajos, cumplir con lo prometido, vivirnos como iguales y respetarnos, todas, todos y todes.
Para que en un futuro, la preferencia y la orientación de las personas deje de ser un tema y nos concentremos no en lo que hacen los demás sino en ser mejores personas cada día, mucho más sensibles y amables con lo que hoy llamamos “La otredad” pero que un día, espero yo, deje de tener título.
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