El presidente López Obrador realizó su conferencia matutina del lunes 27 de julio en el hangar presidencial. Como fondo, ni más ni menos, el avión que, en su momento, compró el gobierno de Felipe Calderón y que posteriormente usara Enrique Peña Nieto, su familia, sus amigos y su gabinete. En esa conferencia, AMLO mostró el avión como evidencia de los malos gobiernos del período neoliberal. Hasta se dio el lujo de sugerir que en lugar de llamarse “José María Morelos y Pavón”, personaje que, según López Obrador, predicaba humildad y austeridad, el avión debería recibir el nombre de “Iturbide”, “Santa Anna”, “Porfirio Díaz” o “Carlos Salinas de Gortari”, y así el nombre de la aeronave estaría más cercano a la realidad.
Mucha gente no se explica por qué López Obrador siente tanto desprecio por ese avión. Podría parecer hasta una actitud irracional. Yo creo que no lo es porque ese avión es símbolo del presidencialismo corrupto que AMLO dice combatir. Por eso nunca lo va a usar.
El avión tiene un gran problema: nadie lo quiere, ahora sí que ni en rifa. Hasta la fecha, no ha habido un comprador dispuesto a hacerse con el avión por el precio que pide el gobierno. Ello ha causado una enorme erogación al Estado Mexicano, que ha tenido que pagar millones de dólares para que el aparato estuviera resguardado en un hangar en California (Estados Unidos). Ya está de vuelta en México.
No seamos inocentes: los gobiernos anteriores abusaron hasta límites inimaginables. Sus altos funcionarios –detesto decir “altos” funcionarios, porque muchos de ellos fueron “bajos” y ruines– gozaron de privilegios que, vistos en retrospectiva, ofenden, lastiman y constituyen un grave insulto al pueblo de México, particularmente a los más pobres.
Se puede criticar al actual gobierno por muchos motivos –y vaya que sobran–, pero no se puede criticar al actual gobierno bajo el supuesto de que venimos de una era de justicia y desarrollo; no se puede criticar al gobierno haciendo defensa de un abominable avión presidencial. Los opositores de AMLO no son capaces de ver que en la medida en que más se aferren y defiendan ese avión, más provecho político sacará el presidente de ello. Que los opositores critiquen y hasta insulten a AMLO por motivo de ese avión, es algo que siempre fortalecerá al presidente. Defender ese avión equivale a justificar los excesos del pasado; la oposición, en su anquilosamiento, es incapaz de darse cuenta.
Si hacemos una lectura verdaderamente crítica de la historia de México –una lectura sin prejuicios, sin filias ni fobias, sin discurso emotivo–, saltará a la vista que desde 1934 a la fecha –digamos, la historia reciente–, no ha habido en México un solo presidente que, al final de su sexenio, no haya causado mayor mal que bien. Todos, sin excepción, han dado pobres resultados, algunos peores que otros, algunos verdaderamente terribles, y ninguno de ellos se salva. La prueba está a la vista: un país superrico, pero inmoralmente pobre y desigual: más de 60 millones de pobres es la evidencia incontestable del fracaso de todos los gobiernos. Hagamos pase de lista y usted diga quién de los siguientes presidentes, ya no digamos erradicó, sino al menos combatió efectivamente la corrupción, o sacó a millones de la pobreza y logró un periodo de justicia, paz y bienestar para la gran mayoría de los mexicanos: ¿Lázaro Cárdenas, Ávila Camacho, Miguel Alemán, Ruiz Cortines, López Mateos, Díaz Ordaz, Luis Echevarría, López Portillo, Miguel de la Madrid, Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox, Felipe Calderón, Enrique Peña Nieto… López Obrador? Si usted de verdad piensa que alguno de ellos fue verdaderamente bueno y eficaz, permítame discrepar y decirle que está usted en el mundo de la fantasía.
El avión “José María Morelos y Pavón” simboliza a todos estos presidentes; simboliza a este presidencialismo brutal y nocivo. El proyecto político de los mexicanos no debería ser una Cuarta Transformación en la que se ensalza al presidente y se le hace apoteosis estando en funciones –lo cual es ridículo–, sino la erradicación de ese presidencialismo abusivo y salvaje que tanto daño ha causado a México, y sustituirlo por un régimen parlamentario en el que prevalezca no la fuerza desproporcionada de uno, sino la voz de todos, el imperio de la ley y el orden de las instituciones. Pero ese es otro tema.
Volviendo al punto, entiendo que AMLO ni siquiera se suba a ese avión. Por mucho que algunos le tengan animadversión al presidente, eso no quita que el avión sea un símbolo lacerante de la frivolidad, soberbia y prepotencia con la que se gobernaba este país. Quizá a la hora de hacer cuentas, en la ecuación que mida lo pernicioso del avión-símbolo versus el oneroso costo de almacenaje y mantenimiento, resulte claro que lo mejor sería usar esa nave. Pero yo creo que si López Obrador llegara a usarla, estaría escupiéndole a la cara a los 60 millones de pobres de este país y a los 30 millones que votaron por él, como les escupieron a la cara Calderón y Peña, y todos los demás.
La cuestión de la rifa del avión presidencial es una cosa tan poco seria que no voy a hablar de ella. Solo me atrevo a pronosticar que no será exitosa. Se supone que se llevará a cabo el 15 de septiembre. Estamos a mes y medio de esa fecha y de los 6 millones de cachitos, apenas se ha vendido poco más del 20%.
Es verdad que el presidente López Obrador se aferra a ciertos temas, como este avión, en momentos que, uno diría, hay asuntos muy importantes. Hay un huracán y está causando estragos en Tamaulipas y en Nuevo León; esta semana, si la tendencia sigue, nos convertiremos en el tercer país a nivel mundial con mayor número de muertes por Covid-19, una verdadera tragedia; la inseguridad en el país es cada vez peor y la prueba es que el número de muertos por homicidio doloso es mucho más alto que las cifras que dejaron Calderón y Peña Nieto, cifras que ya eran sumamente malas; la economía enfrenta el mayor reto desde la Revolución y si llega el PIB a caer alrededor de 10 puntos, como muchos analistas prevén, al final del sexenio, la economía mexicana estaría lejos de alcanzar el nivel que tenía en el último año del periodo de Peña Nieto. Pero parece que todo esto no es tan importante como el avión.
Y para terminar, volviendo a la sugerencia sarcástica del presidente de llamar al avión “Iturbide”, “Santa Anna”, “Porfirio Díaz” o “Carlos Salinas de Gortari”, en lugar de “José María Morelos y Pavón”, hay una cuestión que, creo, muestra el mal gobierno de nuestros presidentes. ¿Se imagina usted un avión presidencial o un aeropuerto “López Portillo”, “Salinas de Gortari” o “Vicente Fox”? Por supuesto que no; yo tampoco los imagino. ¿Por qué? Porque en el fondo pensamos que son nombres indignos. En Estados Unidos hay un aeropuerto Ronald Reagan (Washington DC), un aeropuerto George Bush (Houston), un aeropuerto Gerald Ford (Grand Rapids) y un aeropuerto Hilary and William Clinton (Little Rock), por mencionar aeropuertos con nombres de presidentes recientes. En México eso sería impensable, y ello revela mucho de nuestra realidad. Cuando un presidente acaba su sexenio, sale desacreditado, desprestigiado, en muchos casos odiado, vilipendiado, rechazado, maldecido. Sin excepción, por lo menos de Díaz Ordaz a la fecha. Eso sí, con los bolsillos llenos para varias generaciones. A juzgar por lo que se ha visto hasta el momento, no veo que en el futuro cercano podamos nombrar una nave oficial o un aeropuerto con el nombre de Andrés Manuel López Obrador. ¿O sí?
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