Eso se ve no sólo en redes sociales, sino en cafés, comidas, y reuniones familiares y de todo tipo. En la red social X es donde esto se puede constatar mejor. Y, ojo, que incluso la mayoría de la clase política anda en las mismas, en parte por eso la hoy oposición no hace sino hundirse un día sí y el otro aún más.
Pocos personajes tienen la capacidad de sostener un diálogo de corte hegeliano, es decir, donde la dialéctica y el respeto por el pensamiento, opiniones del otro y enriquecedor intercambio de ideas imperen estas y se contrasten y cada interlocutor tenga la posibilidad de enriquecerse de la opinión de su interlocutor. Por cierto, de los únicos actores políticos hoy opositores con esa capacidad es el maestro Enrique de la Madrid (seguro sea el ambiente cultural tan enterado y culto en el que nació y creció).
Decía el expresidente José López Portillo en una de sus últimas entrevistas, que de lo que más recordaba de sus tiempos como catedrático en la UNAM era “los alumnos imbéciles incapaces de comprender la teoría dialéctica hegeliana”. Me tomó tiempo comprenderlo a cabalidad y sopesar el nivel de razón que sus dichos tenían.
Uno no pocas veces quisiera establecer un diálogo propio de seres humanos promedio en redes sociales, pues bien, esto es prácticamente imposible: las cuentas sin foto, sin nombre y escondidas en el cobarde anonimato gritan en coro: “¡Chairo apestoso, facho ladrón!…”, entre las linduras menos corrientes y carentes por completo de cualquier atisbo de inteligencia.
Y me permito expresar por este medio un pequeñísimo ejemplo del cual tuve la desagradable experiencia de vivir hace pocos días. Por responder con un argumento (creo que válido, y sobre todo, SIN ofensa alguna) el autor del tuit respondió sin más y sin que viniera al caso: “¡sii, los chairos sucios y mugrosos!”. A lo que le respondí con la petición acerca de que no anduviera por la vida lanzando ofensas, que ES INCLUSO PELIGROSO, dado la triste realidad violenta que aún vive el país, cortesía de un individuo mediocre que tuvo a bien usurpar la presidencia y declarar una guerra inútil y quizás incluso, eterna. Pues bien, el diminuto ser al que me refiero, hijo de un cantor de goles y que además se siente superior por tener ascendencia española (el que esto escribe es español y nunca se le ha pasado por la mente ninguna actitud ridícula en la que se pueda adivinar algún intento de presentarse con una inexistente e irrisoria superioridad de ningún tipo, pero en fin), reaccionó chillando: “¡un periodista me amenaza de muerte!”. Vaya, ni siquiera cuenta con una capacidad mínima de lectura de compresión, a lo que (ahí ya sí) lo reté a vernos, cara a cara y solos para (se dijera en el barrio) “un tiro limpio” (obvio es, que en ausencia de diálogo con dos dedos de frente sumado a ofensas estériles, la alternativa pueden ser los golpes). Pero no, de su necedad, vulgaridad y cobardía nunca salió; su padre por cierto, el señor conocido como JOSERRA, hizo escuela de locutores deportivos, pero eso fue con base en humillar a sus pupilos de manera privada y pública (allá ellos y su ausencia de dignidad, cada quien sabe en la vida cómo juega sus cartas) lo cual es simplemente inaceptable, claro que estos mismos alumnos andan por los medios y por la vida con unas actitudes se superioridad de obra de teatro cómica de carpa de pueblo
En fin, ojalá (aunque permítanme ser pesimista ya que, por citar otro caso, la señorita harvardiana Viridiana Ríos, de incuestionable capacidad intelectual y formación, bloquea usuarios sin siquiera estar en contra de sus puntos de vista) nuestro nivel de debate público suba en calidad, porque estoy convencido de que la falta de tal es causa y a la vez consecuencia (círculo vicioso) de que a México no se le proporcione otro sistema político viable que no sea el presidencialismo monolítico de corte hegemónico y acendrado: de Iturbide hasta Lerdo de Tejada, el congreso (legislativo) tenía más peso que el Ejecutivo, de ahí en parte el caos político experimentado hasta el ascenso de Porfirio Díaz y su gobierno apegado, si, a la Constitución de 1857, pero ejerciendo el poder de manera prácticamente metaconstitucional y sólo así, a la voz de “poca política, mucha administración” pacificó al país y le dio su primer empujón de progreso material. Luego de la Constitución de 1917 tuvo que llegar el priato para (con sus asegunes) hacer lo propio por más de 70 años y sólo así salir de un ambiente de carnicería y canibalismo políticos en que se había convertido una Revolución que lucía interminable para, ya pasados muchos años, experimentar un periodo ominoso y sin rumbo (2000-2018), donde el Estado se vio reducido a su mínima expresión para ser las delicias de los llamados poderes fácticos, hasta volver (afortunadamente) a un gobierno de partido cuasi hegemónico para regresar a la nación a tener cierta viabilidad, rumbo y dignidad.
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