Uno de los componentes centrales de la “condición humana” es la necesidad de construir relatos. Estos configuran literalmente la realidad que habitamos al interpretarla a partir de ellos. Operan como mediadores entre el mundo y el individuo. A partir de ellos se crean los cimientos de las estructuras sociales, relacionales, culturales, políticas, económicas que nos rigen.
Desde la aparición del homo sapiens sapiens, los seres humanos no solo nos enfrentamos a los desafíos prácticos de la existencia, como ocurre con el resto de las especies. Un león, una jirafa o un delfín no requieren más que seguir sus instintos y necesidades corporales para “cumplir” con su mandato existencial. Tanto para los especímenes en particular como para las especies en general, sobrevivir tanto como sea posible y aparearse son sus únicas dos misiones intuitivas y materialmente ineludibles.
Aun cuando hay una buena cantidad de individuos de nuestra especie que parecieran actuar bajo el mismo patrón, lo cierto es que el ser humano como colectivo requiere que su existencia no solo perdure en el tiempo, sino que además nos esforzamos por que ese recorrido por la vida tenga sentido, significado; en pocas palabras, que el propósito del grupo trascienda la finitud de los individuos que lo componen.
Siempre ha sido problemático definir aquello que compone la “condición humana”. Pero no tengo duda de que si algo semejante existe, uno de sus componentes centrales es la necesidad de construir relatos que articulen las ideas, comprensiones, anhelos, esperanzas y temores que tenemos del mundo que nos rodea y de nuestro lugar en él. Desde esta perspectiva, nuestros componentes naturales –sensación, emoción, sentimiento, razón– se combinan para construir, ya sea con palabras, con rituales, con metáforas, con imágenes, con símbolos, con objetos, con costumbres, un universo coherente y previsible que nos permita habitar la existencia con seguridad.
Este proceso ha tenido lugar de formas muy variadas y particulares en cada tiempo, en cada cultura y en cada latitud del planeta, pero ha ocurrido siempre. Desde las épocas más primitivas hemos construido historias, mitos, rituales, explicaciones que vinculan entre sí a los miembros del grupo produciendo cohesión y a su vez los pone en relación con el entorno que los rodea generando ese universo conocido y previsible del que hablaba renglones arriba.
Lo que es importante puntualizar es que la indudable constante universal es la de utilizar la construcción de relatos y narrativas como formas de crear coherencia entre la subjetividad humana y el mundo natural, pero no los contenidos de las mismas, que varían según cada tiempo y cada cultura. Por ello, en términos de contenido, no es posible encontrar relatos que sean aceptados de forma universal, y mucho menos que lo hayan sido a través del tiempo y de forma trans-cultural.
Con el paso del tiempo, muchas de estas historias se convirtieron en mitos, en leyendas, en fábulas, en religiones, en arquetipos de personalidad, pero también en leyes, en ideologías, en políticas públicas, en normas morales y éticas, en formas de relacionarnos, de estructurar familias y sociedades y, desde luego, en cosmogonías que han servido para explicar el origen del universo y de la vida humana.
Estas construcciones discursivas configuran literalmente el mundo, crean un orden, unas reglas que lo hacen habitable y a partir de estas narrativas es que se crean los cimientos de las estructuras sociales, relacionales, culturales, políticas, económicas, y divinas que ponen límites a lo que podemos o no hacer, pensar, sentir, imaginar a lo largo de la existencia. De este modo, nuestros relatos configuran la realidad que habitamos al interpretarla a partir de ellos. Operan como mediadores entre el mundo y el individuo.
Por primera vez en la historia los seres humanos vivimos en una globalidad objetiva en términos de comunicaciones, comercio, industria y economía. Por primera vez en la historia de la humanidad tenemos un cierto nivel de homogeneidad. Y también, por primera vez en la historia tenemos un problema común, universal y simultáneo para cuya solución se requiere la participación y la cooperación de innumerables grupos de naciones. Por más que la Era Covid haya traído muerte y enfermedad, así como una profunda crisis económica y social, en su parte positiva nos ha obligado a mirarnos de una buena vez como un solo planeta y como una sola especie sin importar nuestras diferencias y desacuerdos.
Es nuestra responsabilidad aprovechar esa pequeña grieta de beneficio dentro de la tragedia para repensar un nuevo cuerpo de narrativas que le den sentido a nuestra existencia y donde, cada cultura desde su propia perspectiva e idiosincrasia, entendernos por fin como una sola comunidad de seres humanos que compartimos mucho más de lo que nos separa.
Estamos en tiempos muy distintos a los grandes conflictos y crisis del pasado y debemos aprovechar esa nueva conciencia global para, también por primera vez, crear narrativas inclusivas y globales que nos permitan enfrentar como un solo colectivo los grandes desafíos que emergen ante nosotros. A lo largo de la siguientes semanas profundizaremos en distintos aspectos de este tema.
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