En coyunturas tan delicadas para el futuro del país, sería deseable que aquellos que han decidido abrazar el periodismo como forma profesional de expresión, lo hicieran asumiendo una cierta ética, con independencia del punto de vista que se defienda.
Las semanas anteriores comentábamos la complejidad de la comunicación política actual a partir de la cantidad, variedad y profesionalismo de los medios de comunicación que hoy tenemos disponibles.
Ante ese maremágnum de alternativas, solemos buscar referentes confiables, cuyas opiniones nos merezcan credibilidad y respeto y que además nos ofrezcan conclusiones que nos permitan construir nuestra propia opinión.
Sin embargo, es cada vez más difícil encontrar ese “referente confiable”. Es triste contemplar el papel de los supuestos intelectuales bien informados. Y cabe aclarar que resultan igual de patéticos los de ambos lados del espectro, que aparecen en pantalla o en antena defendiendo posturas absurdas, falaces o directamente falsas con tal de imponer la agenda del segmento político al que pertenecen.
A muy pocos parece interesarles conservar el prestigio construido o, en caso de estar empezando, construirse uno sólido como informadores objetivos y no tienen empacho en enfocarse en segmentos clientelares a los que les dan lo que suponen que quieren oír o en seguir las agendas de ciertos grupos, ya sean empresariales o políticos aun cuando están plenamente conscientes de que mienten o cuando menos inclinan la balanza de manera tendenciosa.
Los de un lado se escudan en la idea de “no dar armas al adversario” que entorpezca la supuesta transformación en marcha. Del otro, están dispuestos a decir lo que sea con tal de deslegitimar al oponente y, desde luego, jamás concederle ningún acierto, alegando que el país se cae a pedazos.
Por supuesto que hay excepciones. Continúa habiendo profesionales que, sin dejar de albergar una ideología y determinadas preferencias, durante sus sesiones informativas intentan genuinamente alcanzar un grado razonable de objetividad. Pero son eso, excepciones.
Un intelectual-comunicador, es –o cuando menos debería ser– un mediador entre la información y el espectador. En base a su conocimiento de la profesión, de su experiencia y de los medios informativos a su alcance, cuenta con un panorama más amplio de los hechos y una opinión mejor formada de lo ocurre en el entorno nacional, que un espectador que vuelve agotado de su jornada laboral y sólo intenta ponerse al día acerca de las noticias más importantes y, en el caso de las campañas electorales, forjarse un criterio que le permita ejercer su voto de manera consciente y responsable.
El intelectual-comunicador registra, analiza, sintetiza y difunde, y por lo tanto es justo que obtenga un ingreso digno por su labor. Sin embargo construir ratings, likes o visitas de internet gracias a tratamientos amarillistas, falaces y exacerbados implica sin duda una falta de ética. En última instancia no podemos olvidar que la labor informativa, en especial en tiempos de fake news y realidades alternativas, implica una responsabilidad personal y profesional.
No debemos olvidar que además de la falta de ética de muchos comunicadores y de la situación polarizada que vivimos en México a consecuencia de las próximas elecciones de 2024 en marcha, los medios de comunicación atraviesan un profundo proceso de transformación. La televisión ya no tiene la última palabra, los consumidores asumen que en tiempos de internet la información debe ser gratuita y pocos están dispuestos a suscribirse a medios establecidos, los diarios impresos están casi muertos y sus correlatos digitales compiten con toda suerte de portales de origen desconocido –y muchas veces de creación expresa para desinformar–, youtubers, redes sociales y un larguísimo etcétera que se ofrecen sin costo alguno.
Lo cierto es que no hay forma de saber cómo terminará por asentarse la crisis de comunicación señalada, pero en coyunturas tan delicadas e importantes para el futuro del país, sería deseable que aquellos que han decidido abrazar el periodismo como forma profesional de expresión, lo hicieran asumiendo una cierta ética que, con independencia de que se expresaran puntos de vista contrapuestos, sirviera de dique que encauzara las opiniones dispersas y disparatadas. El objetivo final sería que esa honestidad profesional pudiera servir como referente y garante de algún nivel de verdad.
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