Pasar por alto nuestros Estratos de Presencia –sensorialidad, emocionalidad, sentimientos, intuición, racionalidad– sin reconocerlos de forma consciente y sin aceptar lo mucho que nos dicen acerca de la situación en que estamos inmersos, nos puede conducir al autoengaño y a decisiones de vida con consecuencias indeseables.
En el artículo de la semana pasada decíamos que los seres humanos, ante cada situación que afrontamos, experimentamos el momento desde distintos estratos de presencia (sensorial, emocional, sentimental, intuitivo, racional) y cada uno de ellos nos da información fundamental acerca de nuestra experiencia de vivir, aunque casi siempre los ignoramos, rechazando información muy valiosa acerca de lo que nos pasa, convencidos de que la existencia se gestiona exclusivamente a partir de nuestro pensamiento racional. Sin embargo, el hecho de pasar por alto dichos estratos de presencia sin reconocerlos de forma consciente y cuidadosa, y sin aceptar lo mucho que nos dicen acerca de la situación en que estamos inmersos, nos puede conducir al autoengaño y a decisiones con consecuencias indeseables.
Pensemos que de pronto nos llega una nueva propuesta de trabajo que implica cambiar nuestro lugar de residencia. Lo más frecuente es analizar racionalmente cada aspecto de la nueva propuesta y compararla con la situación actual. De ese ejercicio suele derivarse una lista de pros y contras y suponemos que la que gane será la solución apropiada. Sin duda esto es muy importante e incluso diría que obligado; sin embargo, no es infrecuente que nos “sintamos inclinados” en favor de la columna perdedora, sin que nos quede claro el por qué, puesto que es “evidente” que desde el punto de vista racional, esa sería la decisión correcta.
Es aquí donde echar un ojo con seriedad a las sensaciones, emociones, sentimientos e intuiciones que nos produce la propuesta empieza a tener sentido. Y no solo eso, sino también dar una repasada a las creencias y representaciones al respecto de esa decisión que ya están asentadas en nuestra conciencia desde antes. ¿Qué pensamos acerca de la empresa donde estamos y hacia la que nos moveríamos? ¿Qué sentimientos nos despierta dejar a los compañeros actuales? ¿Qué emociones se sacuden ante la incertidumbre de llegar a una nueva ciudad o quizá un nuevo país? Al imaginarnos tomando una decisión afirmativa, ¿qué sensación se manifiesta en la boca del estómago? ¿Se siente emoción o miedo? Y si se sientes ambas, ¿cuál gana?
Hacer consciente cada uno de estos aspectos es verdad que complejiza, pero también enriquece el espectro de factores que nos ayudan, tanto a darnos cuenta de lo que vivimos durante la decisión –como podría ser el caso de un miedo que nos paraliza y nos inhabilita para decidir con libertad y que reconocerlo nos permite, por ejemplo, pedir ayuda–, como a contemplar factores internos que solemos descuidar y que a la larga resultan fundamentales para el resultado final.
¿Nunca has sido testigo de alguien que dice algo con las palabras, pero que su cuerpo, su postura, su actitud afirman lo contrario? ¿Cuál de los contenidos será el verdadero? ¿A qué le crees más, a las palabras racionalmente escogidas o al lenguaje corporal de tu interlocutor que lo delata? Quizá ambos mensajes son verdaderos: de verdad desea lo que dicen sus palabras, pero aspectos internos se niegan a que ese deseo se manifieste plenamente ¿Cuál de los dos mensajes será más verdadero? Y, en última instancia, ¿cuál termina por imponerse y por qué?
Es muy frecuente que exista una incongruencia entre los estratos de presencia mencionados. Que el cuerpo diga una cosa, las emociones otra, la intuición otra y las palabras –discurso racional– otra. Nuestra corporalidad, por ejemplo, si le prestamos atención, nos muestra infinidad de datos. Si de pronto tomamos consciencia de nuestro cuerpo y lo notamos rígido, cerrado y encorvado, lo más probable es que no nos sintamos a gusto con lo que estamos experimentando. ¿Qué significa esa sensación en ese momento específico? ¿Qué podemos aprender de ella? ¿Cómo podemos reconducir el momento para modificar las sensaciones incómodas y la emocionalidad desagradable? ¿De verdad queremos hacer lo que estamos afirmando que queremos hacer? ¿Cómo reconectar la totalidad de quien somos para estar más presentes y más en control de la situación?
Lo habitual es que el cuerpo detecte la incomodidad, miedo, angustia… y reaccione protegiéndose –y protegiéndote– en consecuencia. Pero el individuo no suele estar necesariamente consciente de lo que está experimentando y por eso no puede tomar nota y relajarse, de tal modo que proyecte otra cosa o en su caso cambiar las palabras por otras más acordes con lo que de verdad le gustaría decir. En este caso las dimensiones de presencia están desarticuladas, disociadas y operando cada una por su lado, desperdiciando energía, perdiendo efectividad y muy probablemente tomando decisiones y adquiriendo compromisos que después le costará mucho sostener.
El propósito es hacer consciente el proceso completo. El pensar solemos asociarlo con la razón analítica y deductiva; sin embargo, cada uno de esos estratos de presencia “piensa” a su manera: cuerpo, emoción, sentimiento, razón, creencias e intuición juegan inevitablemente y de forma simultánea. Si nos lo proponemos, ¿somos capaces de diferenciar cada herramienta y asignarle el lugar apropiado cuando corresponde centrar nuestra atención en ella y de tomarla en cuenta en su justa medida y proporción en cada decisión que tomemos?
No tengo ninguna duda que se trata de un enorme reto de autoconocimiento y autogestión, pero que conforme nos acerquemos a lograrlo, viviremos cada situación con una presencia mucho más poderosa y seremos infinitamente más dueños de nuestra experiencia de vida que si actuamos en piloto automático y suponiendo que es nuestra razón la que todo lo sabe y lo controla.
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