Hasta Siempre

Conocí al doctor Zeferino Villasana hace 42 años. Había yo sufrido un desgarre abdominal mientras andaba en bicicleta, y el Doctor Eduardo Luque me refirió con él para que me operara. El doctor Luque a su vez,...

15 de agosto, 2025

Conocí al doctor Zeferino Villasana hace 42 años.

Había yo sufrido un desgarre abdominal mientras andaba en bicicleta, y el Doctor Eduardo Luque me refirió con él para que me operara.

El doctor Luque a su vez, me había operado de ambas rodillas tras otro accidente ocurrido en 1978.

Don Zeferino apareció en mi habitación del Hospital Inglés de Tacubaya, con esa sonrisa que lo caracterizaba.

– ¿Cómo estás, joven ciclista?

– Soy el doctor Villasana, enviado por tu amigo el doctor Luque. Parece que tu currículum quirúrgico abarca ademas,  cirugía reconstructiva y maxilofacial…

– ¿No es demasiado pronto para que tengas tantas averías?

Me contó todo esto conteniendo la risa; pero no burlándose, sino sorprendido de que a mi edad razonablemente joven ya hubiera acumulado tantas cicatrices.

A partir de ese día nos hicimos amigos, verdaderos amigos

Tuve la oportunidad de disfrutar de su sentido del humor, que era proverbial; desde entonces tomábamos café con frecuencia en la cafetería del Hospital Inglés.

Esta costumbre se hizo más frecuente después de que mis hijos empezaron a estudiar en el Colegio Americano, justo enfrente del hospital.

A medida que lo conocí mejor, busqué la cercanía que él generosamente me permitió, gracias a la cual ahora puedo hablar de él desde estas líneas.

Don Zeferino Villasana fue uno de esos médicos naturales que sabían escuchar; que sabían que todos los sufrimientos tienen sus implicaciones ESPIRITUALES; que los cirujanos como él no sólo reparan fallos “mecánicos”, sino que también restauran emociones y sentimientos; aconsejan, orientan, comprenden, bromean, desmitifican miedos; inspiran confianza y arraigan en el alma de quienes, como yo, han tenido el privilegio y la oportunidad de hacerse amigos de seres extraordinarios como él.

Don Zeferino, en su generosidad sin complicaciones, vino a mi casa en no pocas ocasiones para tratar mi asma; darle consulta a mi mujer; y esto más allá de que supuestamente su especialidad fuera “solamente“  la gastroenterología.

Con él ocurría lo que sucede con automóviles que fallan: con tan solo llegar al taller, comienzan a funcionar de nuevo. Cuando iba yo a visitarlo a su consultorio por motivos de su especialidad, con solo llegar a su consulta ya me sentía mejor.

El doctor Villasana pertenecía a esa clase de médicos como mi propio padre, que era endocrinólogo. Eran médicos que incluso elaboraban medicinas al estilo de los antiguos farmacéuticos, moliendo los ingredientes con morteros como los que se veían en las antiguas boticas.

Algo que quedó grabado en mi memoria fue el amor del Doctor Villasana por nuestra patria; Cuando hablaba de los problemas nacionales, nunca lo hacía con pesimismo, porque también era un hombre de fe; de fe en Dios y en su Divina Providencia; además, como buen mexicano, era guadalupano.

Recuerdo que en una ocasión me contó que su padre había sido tripulante de uno de los dos petroleros hundidos en el Golfo de México durante la Segunda Guerra Mundial; no recuerdo si el Potrero de Llano o el Faja de Oro. Hablaba de su padre con orgullo; refiriéndose a él como un personaje legendario.

A pesar de haber venido a vivir a Alemania hace 16 años, todavía nos mantuvimos en contacto frecuentemente, aunque fuera por teléfono.

Hablar con él era tan placentero como estar de regreso en México; porque su conversación tenía el dulce sabor de su serenidad; el picante de su picardía limpia y ágil; la perspectiva inteligente de su larga experiencia.

Parece mentira que, cuando nos conocimos, Don Zeferino era un joven de poco más de cuarenta años.

Y es aún más difícil para mí haberme enterado por su nieta Alexandra, de que mi amigo, su abuelo, ya se fue con Dios de la mejor manera imaginable.

Hoy me he querido referir aquí al docctor Zeferino Villasana, en este espacio de opinión y análisis, porque creo que México necesita muchos Villasanas para salir adelante.

Pensando en él es inevitable contar sus virtudes morales; su nobleza; su patriotismo; su honestidad; su habilidad y experiencia médica; su ojo clínico que iba más allá de los diagnósticos fisiológicos.

Me alegro que en sus últimas semanas haya estado rodeado de sus hijos y nietos; del cariño que sobradamente  merecía; me alegro que se haya ido con serenidad; recibiendo la Eucaristía en su casa;  y listo para su viaje, acompañado en su cercanía por los suyos, y desde el otro lado del mar, por este amigo que lo quiere y lo extraña.

No escribo estas líneas como pésame para su familia, sino como felicitación por haber tenido un padre y un abuelo así.

No pretendo hacer un obituario ni un currículum ni una biografía, para lo cual este breve espacio no sería suficiente.

Escribo estas líneas para desearle un buen viaje al maravilloso ser humano  que me permitió ser su amigo. Y celebro que hoy es el día de la Asunción de la Virgen María, porque como buen guadalupano, vino por él, para que se encontrara con Alicia, su compañera que lo estaba esperando.

Hasta siempre querido amigo.

Hasta siempre Doctor Villasana.

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Stahringen am Bodensee

Baden Wurttenberg Alemania

15 de agosto de 2025

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