Ya han pasado casi tres semanas desde la jornada (¿sismo?) electoral del 2 de junio y, como todos sabemos, hubo ganadores y perdedores. Sin embargo, siendo esta una época y un país de paradojas, los ganadores, «perdieron», y los perdedores, «ganaron».
Sí, los ganadores perdieron el poco respeto que todavía tenían por la ley (por ejemplo, esa explotación burda y gandalla de la sobrerrepresentación para atascarse en las cámaras). Los ganadores perdieron la gracia en la victoria, porque, a pesar de que ganaron con un amplísimo margen, siguen insultando a los opositores y a todo aquel que no esté de acuerdo con ellos y con el gobierno. Los ganadores perdieron la capacidad de autocrítica al pensar tener un respaldo popular enorme, es sinónimo de que todas las acciones del gobierno han sido correctas y efectivas. Los ganadores perdieron la oportunidad de tender puentes de diálogo con todos los mexicanos y no solamente con sus militantes. Los ganadores perdieron la razón al ver que, prácticamente, tienen el paso libre para hacer de este país lo que quieran (o más bien, lo que el dedito de López les indique). Los ganadores perdieron la vergüenza, al ver que sus bases son capaces de votar por candidatos con historias de corrupción más oscuras que las de los miembros del mismísimo «PRIAN». Los ganadores perdieron el chance de mostrar que de veras son un movimiento pacífico, al mostrar, consuetudinariamente, que la violencia (verbal, gráfica, etc.) es una condición sine qua non para la «regeneración» tan cacareada por López y sus seguidores (basta ver este grotesco y, sí, muy violento cartón referente a la ministra Norma Piña y el Plan C). Los ganadores perdieron la objetividad al ignorar el hecho de que si el partido oficialista es capaz de aplastar a la oposición en las urnas, también puede aplastar a sus aplaudidores en el futuro. Los ganadores perdieron la oportunidad de demostrar que pueden ser buenos perdedores (como en Jalisco, en donde quería arrebatar lo que no ganaron). Los ganadores, en resumen, perdieron la oportunidad de demostrar que pueden ser buenos ganadores. Y sí, los perdedores ganaron, por loca que pueda parecer esta afirmación. Los perdedores ganaron la oportunidad de hacer una autorreflexión profunda con miras a, si bien ya no ser oposición sólida, sí ser una resistencia organizada para enfrentarse a los abusos del poder autocrático que ve a México como un pastel que se va a repartir en los próximos años. Los perdedores ganaron al ver, de frente, el verdadero tamaño del poder del Estado y la influencia del aparato propagandístico liderado por el presidente. Los perdedores ganaron la certeza de que poco más de 15 millones de mexicanos están en contra del gobierno de López; por poner una comparativa, más personas votaron en contra de Morena y sus aliados que la cantidad de habitantes que hay en países como Portugal, Grecia y Suecia (cada uno tiene aproximadamente 10 millones de habitantes), y de los que hay en Dinamarca (en donde viven casi 6 millones de personas). Los perdedores ganaron la certeza de que la batalla por la democracia, esa que estábamos construyendo paso a paso y que ya dábamos, más o menos, por sentada, apenas comienza. Los perdedores ganaron la oportunidad de reconectarse con una parte de la ciudadanía, la cual, como se vio en diferentes momentos, puede estar muy motivada a salir a las calles de forma pacífica, a defender instituciones (y no a respaldar a caciques o mesías). Los perdedores ganaron la oportunidad de repensar su discurso y ver en por qué no conectaron con otra parte de la ciudadanía, especialmente con ese bloque abstencionista que se ha podido movilizar desde tiempo inmemorial. Los perdedores ganaron al descubrir que millones mexicanos apoyan el statu quo siempre y cuando no les afecte a ellos (al fin, ¿qué nos importan los miles de personas asesinadas en este sexenio si la economía va dos-tres, tenemos una chamba, y, además, nos ofrecen una fiesta en el Zócalo con los Ángeles Azules?). Los perdedores, y en particular la candidata presidencial opositora, demostraron que, a pesar de la magnitud de la derrota, se puede ser un buen perdedor. Los perdedores, al menos la mayoría de ellos, en resumen, demostraron que puede existir dignidad en la derrota.
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