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Éxtasis pagano, fiesta católica: euforia en San Fermín

Venus Rey Jr reflexiona sobre el desenfreno en el que ha caído la celebración de San Fermín, una fiesta supuestamente de carácter religioso.

8 de julio, 2022

Venus Rey Jr.

Éxtasis pagano, fiesta católica: euforia en San Fermín

He aquí una cancioncilla muy conocida: “uno de enero / dos de febrero / tres de marzo / cuatro de abril / cinco de mayo / seis de junio / siete de julio / san Fermín…”. Hoy se canta con mayor enjundia, tras dos años sin las fiestas del santo.

Todo chico o chica que estudió en escuela católica de un solo sexo (¡qué cosa!) entre los años cincuenta y ochenta, y que ahora es una ñora o ñor muy respetable y formal de cuarenta y tantos, cincuenta y tantos y hasta de sesenta y setenta y tantos, la conoce. A todos los que les encanta cecear como españoles y ahora están molestos porque no hay corridas de toros en la Monumental, de tal suerte que tienen que usar sus botas, no ya para beber vino caliente, como si de ubre o vejiga se tratara, sino como fetiche para dar algunas nalgaditas sexies, no a la esposa o esposo, que esas cosas no se hacen con la mujer u hombre propio, ni lo mande Dios, sino vaya usted a saber con quién, hombre o mujer, ajeno o ajena, eso sí; decía, que a todos los que les encanta cecear como españoles, sin serlo –aclaro–, esto de las fiestas de san Fermín y los encierros gusta sobremanera. Vea usted el contrasentido: una de las cosas principales de estas fiestas son los “encierros”. Pero, ¿qué cosa es un “encierro”? En un “encierro” se “suelta” a los toros por las calles, ¡olé!, y todo mundo “sale” y “corre”, es decir, todo lo contrario a un “encierro”. Este año ha sido el ex-futbolista vasco, Juan Carlos Unzué, que padece una severa esclerosis lateral amiotrófica, quien ha pegado el “chupinazo” que da inicio a los sanfermines.

Pongámonos serios. La euforia dionisiaca que se desata en Pamplona a partir del 7 de julio durante las fiestas de San Fermín, de verdad suscita hondas interrogantes. Quisiera compartir algunas con usted.

Primera: A juzgar por lo que hoy en día sucede en la fiesta, ¿los senos libres y al aire son ahora tan importantes como los encierros? ¿O quizá más?

Segunda: ¿Qué pensaría san Fermín –si es que existió, porque, ha de saber usted que hay santos que nunca existieron, algunos incluso santos nacionales tan importantes como san Jorge, en Inglaterra, que dizque mató a un dragón que era el demonio; la bandera de Inglaterra es la cruz de san Jorge– al ver cómo su fiesta se ha convertido en una bacanal pagana cuando él fue, según el santoral –palabra de la unam-sanctam-catholicamet-apostolicam-Ecclesiam– martirizado y decapitado por los paganos, por no renegar de su fe? ¿Qué pensaría don san Fermín si supiera que en sus fiestas no son pocos los que practican el sexo en las calles de Pamplona y acaban vomitados, orinados y defecados de borrachos? Hasta Penteo se habría impresionado más que cuando lo mató su madre y las bacantes, y eso es decir mucho, sobre todo si usted conoce la tragedia de Eurípides.

Esta segunda pregunta la planteo por lo siguiente: tal vez personas muy católicas se horrorizarían sólo de pensar que las futuras fiestas de san Juan Pablo II pudieran convertirse en una orgía pagana (y ya que toqué a su santidad Juan Pablo segundo, permítame usted cuestionar cómo Dios, que obró al menos dos milagros a través de él –pues el que hace el milagro es Dios, no el santo–, no le ayudó a detectar las maldades que cientos o miles de sacerdotes cometían escandalosamente contra niños; son de las cosas que me hacen decir “hmmm”). Pero lo mismo habrán pensado los devotos de san Fermín. ¿O no? Le tenían horror a los paganos. Y si alguna vez las fiestas de san Juan Pablo segundo se convierten en bacanales, ¿se lo tendría merecido por nunca haber dejado de confiar y de apoyar a su fiel amigo, el padre Maciel?

Tercera: ¿existe alguna conexión entre el frenesí orgiástico y la Divinidad, o el fenómeno de san Fermín se reduce a una muchedumbre alcoholizada y calenturienta? En los barrios de nuestras ciudades se oye de repente una expresión poco afortunada, que, desde luego, repruebo –«chichis-pa-la-banda»–, cuando en un espectáculo público, llámese concierto, mitin de Morena o del satánico PRIAN, aquelarre o ágape místico, partido de mi Cruz Azul –inolvidable aquel juego contra los Rayados de Monterrey en el que una güera gringa se quitó la camisa y enseñó generosa sus encantos– o sesión fotográfica de don Spencer –Tunick, por supuesto– en el zócalo; una chica, en hombros de un carnal, se quita la camisa y muestra las bubis a la multitud y gritan –ella y la multitud– en divino rapto…

Cuando hablamos de las bacanales y de las bacantes, de Príapo y de Dionisio, de Baco y de Pan, nos imaginamos el desenfreno a todo lo que da. Y sí, el mismo dios Pan –¡Oh, gran Pan!– es asimilado a Satanás (no olvidemos “The great god Pan”, de Arthur Machen). Quizá por eso, desde el inicio del cristianismo, la actividad sexual fue “sa-ta-ni-za-da” (¡demonios!).

Pero, volviendo a la tercera pregunta, sólo quisiera señalar que la única forma de expresar de algún modo la experiencia mística (que es inexpresable, inefable) es a través del lenguaje y la metáfora eróticos. Y si no me creen, lean a san Juan de la Cruz o a santa Teresa de Ávila. En un sentido más primitivo y dionisiaco, esta experiencia se expresaba y se vivía a través de los ritos orgiásticos. Y eso es exactamente lo que sucede con las fiestas de san Fermín: lo pagano y lo santo se ayuntan lascivamente –¡uy, qué rico!– y son una y la misma cosa.

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