Nuestro amado y hermoso México ha sido, desde sus inicios como nación, una eterna contraposición: pueblos originarios frente a conquistadores españoles; politeísmo frente a cristianismo; espejos frente a metales preciosos. Y así, a lo largo de cinco siglos de existencia, nuestro país se ha caracterizado por estos desencuentros paradójicamente armónicos, de los cuales han surgido grandes artistas plásticos, como los muralistas de mediados del siglo veinte; escritores inmortales que hablan de un México de raíces históricas profundas, pero que admite el mestizaje y la aculturación, para modificar su esencia a lo largo del tiempo y de la historia. Entre ellos tenemos un Rulfo o un Arreola, por citar dos grandes literatos jaliscienses de esa misma centuria.
¿A qué voy con todo esto?, podrán preguntarse… Una arista muy de actualidad que pone de manifiesto dicha contraposición de elementos que en un punto intermedio buscan fundirse, se refiere a asuntos como el dinero sucio que mueve gran parte de la economía del país. Los gobiernos hacen como que combaten el crimen organizado, pero debajo de la mesa establecen acuerdos que permiten que estas redes subsistan. Por desgracia son males crónicos que se han incrustado en lo más profundo de la estructura social de nuestro país, como hidras venenosas que ocasionalmente sacan una de sus cabezas para permitir que el Hércules político en turno cumpla su papel, pero que pronto se regenera y vuelve a asomar su cabeza en un ambiente tóxico para todos. Una forma en que así se presenta es a través de elementos que hacen apología del delito. Sucede en las famosas “narco series”; los difundidos “narcocorridos”, y ahora hasta en “narco piñatas”, en las que los pequeños asistentes se caracterizan como integrantes de cárteles del crimen organizado.
Algo como esto último se presentó en fechas recientes en la Ciudad de México. El defensa de un conocido equipo de futbol soccer organizó una fiesta infantil monotemática. Una fotografía que ha recorrido las redes sociales da amplia cuenta de ello: aparece una veintena de niños con cachuchas sugestivas de pertenecer a un cártel, y algunos de ellos mostrando réplicas en plástico de armas de alto calibre, todos posando para la “foto del recuerdo”.
Aquí la gran contradicción, el mensaje de “sí, pero no”, o “está mal, pero se vale” que sugiere la imagen, y que empata con los mensajes subliminales de todas esas producciones que presentan al crimen organizado como una empresa lucrativa, por la que vale la pena jugarse la vida. Debido a ello no me extraña que, durante mi práctica pediátrica más de una vez me tocó escuchar entre pacientitos de 6 o 7 años que ellos de grandes querían ser “narcos”.
Una escena de la obra de Bruno Traven: “Canasta de cuentos mexicanos” es muy recurrente para mí cuando pienso en México: Aquella del canastero que se niega a vender toda su producción a un solo comprador bajo el argumento de que luego qué vende. Me hace recordar un cumpleaños mío de niña, en que mi señor padre fue con el globero de la plaza queriendo adquirir todos los globos con helio que tenía. El vendedor se negó a llevar a cabo la operación, bajo el argumento de que, entonces qué iba a vender luego.
Son esos rasgos que vuelven a nuestro México tan entrañable, pero a la vez muy vulnerable ante una información que se presenta de manera contradictoria. Un mensaje que no se lee como si llevara la intención de desalentar el crimen organizado, sino todo lo contrario: es una práctica ilegal que deja dinero al ejercerla, e igual deja dinero al presentarla a otros de manera tramposa, sin la clara intención de hacerla ver como lo que es: una actividad que cuesta salud y vida de muchos jóvenes consumidores y que pone en riesgo a incontables humanos que participan en esa cadena: Desde los que se benefician por la producción, el trasiego o la venta de estupefacientes, hasta autoridades del orden civil y militar que pierden la vida en combatir este delito. Y muchos más que caen en la categoría de “daño colateral”. Vidas humanas tratadas como frías estadísticas, cuando tienen nombre, apellido, trayectoria, familia y sueños.
Como sociedad a ratos defendemos lo indefendible y alabamos lo que merecería absoluta condena. Así nuestra postura frente al crimen organizado, tanto a la hora de sintonizar una serie “familiar” y aplaudir sus contenidos, como al pretender que un grupo de niños de doce años entienda que está mal hacer lo que una fiesta temática invita a apoyar. El eufemismo, tan nuestro y tan en boga, llevado a la máxima acción, bajo el argumento absurdo de que todo está bien, y que aquí no pasa nada.
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