Quizás el debate principal en materia de economía política, luego de la Segunda Guerra Mundial, sea aún el de Estado Vs Mercado, dicotomía por completo falsa para los que se han pretendido situar en los extremos, en su momento los comunistas, condición a la que nunca jamás ningún país llegó ni llegaría. Sólo existió en libros de teorías, no sólo disparatadas e inaplicables, sino de plano asesinas en masa, dado el número de víctimas qué provocaron. Su contraparte, los capitalistas a ultranza (todo es y será capitalismo, en cuanto que en un mundo terrenal y material es que vivimos, de ahí que el llamado “materialismo histórico” contenga verdades incuestionables), son los partidarios del total libre mercado, estadio que, igual que el comunismo, resulta imposible de alcanzar por país alguno en los terrenos de la terca realidad. Por ello, ambas ideologías se deben situar como tóxicos dogmas, que en el caso del libre mercado es el neoliberalismo y en el del bloque comunista lo fue, o aún lo es, en sus ya Insignificantes bastiones, que el llamado socialismo realmente existente.
El comunismo, por un lado, planteaba en su punto más avanzado la desaparición tanto del Mercado como del Estado, convirtiendo al segundo en un monstruo criminal y voraz, y “competencia perfecta”, que es el tanto supuesto como inviable también estadio paradisíaco al que, supuestamente, debería llevar el manual neoliberal, es decir, una captura casi completa del Mercado en detrimento del Estado, justo lo opuesto a la ideología comunista, que aquí es un ejemplo de aquello de que los extremos en cierta forma se juntan, de que la serpiente se muerde la cola.
Estado y Mercado son, pues, entes siempre complementarios, no así contrapuestos, pero sí las relaciones de equilibrio entre uno y otro deben señalarse desde el Estado, ya que una autorregulación implementada por “la mano invisible del Mercado” es, en lo dicho, tan disparatada como la apropiación total por parte del Estado de los medios de producción. Es aquí donde entra la política y su vinculación con los Ciudadanos, dónde para cada país pueda existir el mejor modelo posible dado sus características, tanto capacidades como debilidades, optando así por un modelo económico hecho a la medida de cada Nación, por medio todo esto, de modelos políticos democráticos, pero estos tampoco calcados de otros países con realidades políticas y culturales disímbolas.
Quizás es, precisamente, que en buena medida en eso estriba el éxito del lopezobradorismo en México, un modelo político/económico “tropicalizado” si es que cabe tal expresión, es decir, lo más cercano posible a los factores materiales, históricos y culturales de, en este caso, nuestro país.
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