¿Puede considerarse “normal” un mundo donde la actividad de los seres humanos pone en peligro la viabilidad de la propia especie humana?
Esta coyuntura obligada podría ser propicia para replantearnos en qué clase de “normalidad” queremos vivir.
La información respecto a la pandemia, su propagación y sus efectos cambia cada semana, pero lo que no cambia es el hecho de su presencia como agente transformador de lo que solíamos conocer como “normalidad”. Merece la pena analizar si esta transformación inevitable es necesariamente para mal.
Me llama la atención escuchar de forma repetida a infinidad de personas de los más variados ámbitos sociales, culturales y económicos, hablar con nostalgia de la añorada “normalidad” pre-covid.
Quizá antes de la crisis nuestra situación particular era menos precaria, quizá no habíamos perdido el trabajo, quizá se mantenía abierta la posibilidad de un nuevo proyecto, de un ascenso, de una relación sentimental, de una mejoría en las condiciones laborales o profesionales, pero esa diferencia en nuestra situación individual no significa que el mundo que habitábamos a inicios del 2020 pudiese considerarse “normal” y, mucho menos, digno de ser añorado.
¿Puede considerarse “normal” un mundo donde la actividad de los seres humanos pone en peligro la viabilidad de la propia especie humana? ¿Nos parece “normal” una sociedad donde las diferencias entre unas personas y otras es tan grande que quienes pertenecen a los extremos del espectro socioeconómico habitan literalmente planetas distintos en términos de oportunidades, educación y bienestar? ¿Es deseable llamar “normal” a un mundo donde la discriminación, el racismo y la desigualdad son la regla y no la excepción?
A veces pienso que si pudiésemos oprimir un botón que nos regresara a esa “normalidad”, sería contraproducente. La Era Covid nos parecería una pesadilla surrealista y, salvo excepciones, volveríamos a las conductas de siempre sin el menor empacho, incluso comportándonos más insensibles, buscando sumergirnos, tan pronto como se pueda, en esa realidad cotidiana conocida, olvidando cualquier vestigio de solidaridad hacia los más vulnerables.
Escucho a tanta gente tan ansiosa por volver a ese pasado “idílico”, que me pregunto qué imágenes les vienen a la cabeza cuando piensan en febrero de 2020. ¿Cómo recuerdan el mundo que habitábamos hace apenas algunas semanas? ¿En serio eso es la “normalidad”? ¿Para qué querríamos volver ahí? ¿No será que el sistema económico y social en que estamos inmersos nos ha llevado a interpretar como normal, lo anormal?
Lo cierto es que esa “normalidad” inevitablemente forma parte del pasado. El tiempo que tomará que la emergencia sanitaria desaparezca por completo, sumado a los cambios que ya están ocurriendo en en el mundo entero en todos los ámbitos –económico, social, relacional, sanitario, cultural, político, legal, etc.–, darán forma, nos guste o no, a un mundo distinto, aun cuando, por el momento, resulte imposible de predecir cómo será.
La pregunta clave es si queremos participar en la construcción de ese nuevo mundo Post-Covid o aguardaremos pasivamente a que otros reconstruyan los sistemas sociales y económicos como les venga mejor, para luego adaptarnos a ellos de forma dócil y sumisa.
Negaciones aparte, pareciera que el primer gran reto consiste en aceptar la realidad tal cual es. Solo asumiéndonos irreversiblemente en la Era Covid podremos diseñar de forma consciente y responsable nuestro presente y nuestro futuro. Y esta aceptación no es un desafío menor; todo lo contrario.
Lo que sea que termine por ser el mundo Post-Covid, dependerá en gran medida de las decisiones, actos y cambios que llevemos a cabo, tanto en lo individual como en lo colectivo, durante las siguientes semanas y meses –por no decir, par de años– en que de manera forzosa habremos de habitar la Era Covid.
Es verdad que hablar de la crisis como “oportunidad de cambio y mejora” es un lugar común, pero este hecho no hace que la afirmación sea falsa. Lo que sería problemático y simplista es imaginar dicho cambio como una transformación mágica y espontánea que, simplemente porque sí, habrá de llevarnos a un escenario mejor.
De lo que se trata es de asumir conscientemente esta Era Covid con todas sus consecuencias, de por sí devastadoras, especialmente en términos sanitarios y económicos, como un punto de inflexión inevitable, que, si sabemos aprovechar llevando a cabo los cambios individuales y colectivos necesarios –profundos, sistémicos y estructurales–, habrá de habilitarnos no solo para afrontar las consecuencias directas de la pandemia, sino también aquellos problemas preexistentes –como la crisis ecológica y la desigualdad– que no podemos ni debemos posponer, si queremos continuar siendo viables como individuos, como nación y como especie.
Estamos sumidos en una coyuntura obligada, pero que también podría ser propicia para replantearnos en qué clase de “normalidad” queremos vivir. Si abordamos el tema con seriedad, quizá concluyamos que “volver a la normalidad” consiste no en regresar al mundo pre-covid, sino en sustituir conductas “anormales”, actitudes y creencias que nos dañan, que nos limitan, que nos lastiman como individuos y como sociedad, que oprimen al más vulnerable y desfavorecido, por otras que nos dignifiquen, que fomenten nuestra salud, no solo física, sino también mental, psicológica, emocional y relacionalmente, que nos permitan crecer en habilidades y en realización, pero también en empatía y solidaridad.
La Era Covid, en tanto etapa histórica transitoria, empieza a caracterizarse como un periodo de cambio, de muerte, de reflexión, de replanteamiento, de miedo, de incertidumbre, de deconstrucción, pero también, si lo asumimos con responsabilidad y madurez, puede convertirse en una crisálida para la humanidad, en una fase de transformación, de renacimiento, de oportunidades, que nos faculte para dar un paso más en el proceso evolutivo humano.
Si a partir de los cambios y ajustes que nos exigen los tiempos, logramos articular sistemas económicos, sociales y políticos que potencien sinérgicamente aspectos que nos permitan desarrollarnos de forma sustentable y equitativa, suprimiendo los que nos lastran y nos deterioran, la crisis actual habrá servido para forjarnos un futuro que antes de la presente crisis habíamos comprometido a causa del deterioro ambiental y la desigualdad.
Si sabemos aprovecharla, la pandemia por Covid-19 podría convertirse en una oportunidad real para forjar hábitos expansivos, saludables y solidarios que nos sirvan de base y motor para construirnos una vida y un futuro más plenos.
Se trata de un momento invaluable para replantearnos todo: por qué comenos lo que comemos, por qué bebemos lo que bebemos, por qué compramos lo que compramos, cómo actuamos bajo ciertas circunstancias, qué deseamos, qué hemos logrado y qué aún no, qué debemos hacer, qué debemos cambiar y mejorar para convertirnos en el individuo y colectividad que tendrá las herramientas para llevarnos a donde queremos ir.
Nadie deseó que esto ocurriera, pero una vez que estamos padeciéndolo, busquemos obtener todo el provecho posible. Sin el colapso y la pausa obligada, provocada por la pandemia por Covid-19, no tendríamos la oportunidad de hacer esta reflexión. Las pérdidas en todos los sentidos son monumentales, pero una vez ocurridas, lo tragico sería sufrirlas en vano y desperdiciar esta oportunidad única, quizá la última antes de una crisis planetaria global.
Se trata de hacernos responsables, no solo de la ecología del planeta, sino de la ecología de nuestra propia vida y sociedad; de preguntarnos con seriedad quiénes éramos hace seis meses y en quiénes nos queremos convertir. Averiguar qué podemos y debemos hacer para conseguirlo, y así redefinir, de una manera más consciente, el concepto de “normalidad”.
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