“El mundo ya no era sólido e infalible, sino poroso e incierto”.
-Margaret Atwood, Los Testamentos.
El universo humano es cada vez más complejo y cambiante, lo que lo hace progresivamente impredecible.
Día con día crecen exponencialmente el número de variables potenciales y también la imposibilidad de controlarlas. Por ello el líder necesita aprender a gestionarse en la incertidumbre, otra de las caras ineludibles de la auténtica “nueva normalidad”.
En los últimos artículos hemos especulado acerca de qué características debe tener un líder para encarar los retos a los que nos somete el siglo XXI. Un líder1 de la Era Covid y Post-Covid, sin despreciar las propiedades de los liderazgos tradicionales, requiere además cuatro características que para los tiempos por venir lucen indispensables:
1.- Comprensión profunda del carácter global de la civilización humana.
2.- Capacidad de cambio, adaptación y rectificación.
3.- Entereza y ecuanimidad para lidiar con un mundo progresivamente incierto.
4.- Consciencia de Ejemplaridad.
Hoy toca el turno a la tercera:
Entereza y ecuanimidad para lidiar con un mundo progresivamente incierto
Desconocemos el futuro, pero es posible intuir algunas de sus potenciales características si ponemos atención en los antecedentes que nos ofrece el pasado y las tendencias en que están inmersos los acontecimientos del presente.
Como bien apunta Daniel Innerarity, en su libro Pandemocracia: “Esta crisis no es el fin del mundo, sino el fin de un mundo. Lo que se acaba (se acabó hace tiempo y no terminamos de aceptar su fallecimiento) es el mundo de las certezas, el de los seres invulnerables y el de la autosuficiencia. Entramos en un espacio desconocido, común y frágil, es decir un mundo que tiene que ser pensado sistémicamente y con una mayor aceptación de nuestra ignorancia irreductible2 …”.
El universo humano, más allá del mero crecimiento demográfico de la población, es cada vez más complejo, cada vez más dinámico, más inestable y más cambiante, pero sobre todo, cada vez más impredecible. Esta tendencia se ha sostenido constante a lo largo del siglo XX y en lo que va del XXI no ha hecho otra cosa que acentuarse y acelerarse. La propia pandemia, con sus cambios y mutaciones, se ha ceñido a las características de los tiempos. Por ello no hay motivo para suponer que esta propensión a un devenir impredecible no continuará en el futuro.
No se trata de un autoengaño sin fundamento. Conforme el escenario humano se amplía y se complejiza, crecen exponencialmente el número de variables posibles, pero también, ante la emergencia de nuevas tecnologías, de transformaciones sociales, éticas y culturales, crecen también las posibilidades potenciales de cada una. Pensemos en tres jóvenes de veinte años, nacidos en París, Londres, Nueva York o la Ciudad de México. Los tres habitan un entorno urbano y gozan de las posibilidades para cursar la educación estándar de su tiempo. Ahora imaginemos que uno nació en 1800, otro en 1900 y el tercero en el año 2000. Los tres son humanos biológicamente idénticos, nacieron en el mismo planeta y en la misma ciudad; sin embargo, los tres habitan mundos objetivamente distintos en todos los ámbitos lo que conlleva experiencias existenciales radicalmente distintas.
Mientras el chico nacido en 1800 tiene prácticamente definido el entorno donde habrá de desarrollarse: conoce con enorme certeza sus posibles actividades profesionales que está habilitado por sus capacidades, orígenes familiares y circunstancias específicas, tiene muy claro cómo y dónde relacionarse con sus pares, tiene tatuado en el ADN social cómo, cuándo y dónde buscar a la pareja con que deberá fundar una familia, etcétera. Resumiendo, el chico nacido en 1800, con todo y sus escasos veinte años, puede determinar con una certeza muy alta cómo se desarrollará el resto de su vida.
En el caso del chico nacido en 1900, aun cuando el escenario es relativamente semejante al anterior, desciende significativamente el nivel de certidumbre. La posibilidad de viajar en automóvil en vez de carreta de caballos, de que la luz eléctrica le transforme la vida, de encontrar nuevas profesiones, de alterar, así fuera ligeramente, el modelo familiar en uso haría que sus posibilidades potenciales fuesen más amplias y diversas que las de su predecesor de 1800. Se trata de posibilidades objetivamente nuevas que unas décadas atrás simplemente no existían. El mundo de 1900 era mucho más dinámico y complejo que un siglo atrás.
Ahora veamos el escenario de futuro para un chico de veinte años, nacido en el año 2000 en una gran ciudad de occidente. El incremento de variables en todos los ámbitos de su existencia es delirante. Mientras su predecesor de 1800 apenas tenía un puñado de opciones y el de 1900 quizá 10 o 15 posibles carreras universitarias para escoger, el chico del año 2000 tiene decenas, quizá centenas si sumamos especialidades y variantes específicas en cada caso. El chico nacido en el año 2000 puede, desde Ciudad de México, trabajar en cualquier parte del mundo. Qué decir de la tecnología. El mundo del año 2020 es objetivamente más complejo, más diverso, más cambiante, con un sin número de variables que emergen y desaparecen a cada momento y con infinitas posibilidades de combinación entre ellas. Y este campo inmenso de posibilidades, potencialidades y riqueza sin límites se experimenta como un mundo concreto, donde cualquier cosa puede ocurrir en cualquier momento. Campos profesionales emergen mientras otros desaparecen de un día a otro. Mientras que el chico nacido en el año 2000 no tendría idea de en qué consiste la labor de un ascensorista, de una secretaria mecanógrafa, de un fogonero de ferrocarril o de un operador telegráfico, no habría manera de que éste les explicara a sus pares del pasado lo que hace un influencer, un desarrollador de software, un coach de vida, un community mannager, un ingeniero en nanotecnología o un analista de internet.
También en el campo de la ética y de las costumbres las cosas son muy distintas para los tres. Mientras que en los primero dos casos existían sólo dos géneros posibles y una sola combinación aceptable, para el último existe una gama inmensa de posibilidades. Mientras para los primeros dos chicos los roles sociales y de pareja estaban plenamente establecidos, para el nacido en el año 2000 requieren una construcción personal y dinámica. Podríamos explorar las diversas formas de consumo, las posibilidades de ocio, el avance en los medios personales de comunicación y un sin fin de ámbitos más y en cada caso las diferencias en la manera de experimentar la propia vida serían monumentales.
Como se ve, no se trata de una apreciación subjetiva, sino que objetivamente la civilización humana ha tendido a complejidad, a la diversidad, a la especialización, a la pluralidad, a la maleabilidad y al cambio, pero, en todos los casos, imposibles de conducir o predecir. Y, tal como ha ocurrido hasta ahora, estas dinámicas de evolución humana avanzan sin cesar, pero sin que quede claro hacia dónde nos llevan. Esa es la semilla de la incertidumbre.
Pero no todo es miel sobre hojuelas, abundan estudios que aseguran que el incremento desmesurado de posibilidades y la velocidad del cambio incrementan también la ansiedad y la angustia. Esta combinación es la que conduce a un mundo incierto. Podríamos simplificarlo al máximo en una especie de fórmula:
Posibilidades potenciales crecientes + Cambio acelerado e Imprevisible = Incertidumbre = Angustia existencial
No podemos hablar de incertidumbre sin mencionar al físico teórico alemán Werner Heisenberg, quien en 1927, articuló el que, en el campo de la física cuántica, se le conoce como el Principio de Indeterminación de Heisenberg.
Intentando poner este concepto físico-matemático en términos que nos resulten útiles para esta exposición, podríamos simplificar diciendo que para reducir la incertidumbre e incrementar la certeza acerca de algún fenómeno que intentemos predecir necesitamos eliminar variables. Es decir, poniéndolo en términos opuestos: entre más variables interactúen en un fenómeno dado, mayor será la incertidumbre acerca de su comportamiento y resultado. Esto es exactamente lo que está ocurriendo con la evolución humana: cada vez hay más variables económicas, sociales, culturales, políticas, tecnológicas, etc., en interacción permanente y, por lo tanto, resulta cada vez más difícil pronosticar con precisión hacia dónde nos dirigimos. Desde luego que esta dinámica, absolutamente real y objetiva, si produce algo, es incertidumbre, siempre escoltada por sus compañeras inseparables: angustia y ansiedad.
Es con esto con lo que hay que lidiar tanto en lo individual como en lo colectivo y asumir la incertidumbre como una compañera cotidiana es una de las tareas más difíciles y a la vez indispensables para ejercer el liderazgos en el siglo XXI. Es, entonces, la incertidumbre otra de las caras ineludibles de la auténtica <nueva normalidad>.
En la siguiente entrega abordaremos las últimas de las propiedades indispensables para los liderazgos que aspiren a gestionar con éxito la esperada Era Post-Covid: consciencia de Ejemplaridad.
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1 Cabe aclarar que, aun cuando la palabra líder suele llevar antes el artículo “el”, no planteo de ningún modo el liderazgo como un tema exclusivamente masculino, por lo cual todas las veces la palabra sea utilizada en este texto se usa con la intención de que represente un concepto neutro en el que pueden encajar indistintamente mujeres y hombres.
2 Innerarity, Daniel, Pandemocracia. Una filosofía de la crisis del coronavirus, Primera Edición, España, Galaxia Gutemberg, 2020, P. 42
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