Conforme somos conscientes de las estructuras dadas –genética, cuerpo y cognición, así como contextos familiares, sociales y culturales– y aceptamos el azar y la contingencia, nos volvemos capaces de aprovechar los momentos propicios para ejecutar aquellos actos libres acordes con nuestros propósitos y objetivos.
Si, como podría concluirse hasta ahora a partir de los artículos de las últimas semanas, no vivimos en un universo predeterminado ni estamos capturados por el azar ni somos plenamente libres para decidir cada aspecto de nuestra existencia, ¿cómo funcionan esas estructuras esenciales que constituyen tanto nuestra existencia como la del resto de las especies?
Yo plantearía que vivimos en una realidad viva, de funcionamiento orgánico y mucho más compleja, maleable e incognoscible de lo que nos atrevemos a suponer.
Por un lado existen amplios patrones de innovación que trastocan y cambian la faz del cosmos sin que seamos capaces de contemplar el arco completo de su origen, dirección e influencia. Un ejemplo de esto es el meteorito que aniquiló a los dinosaurios. Por un lado no está del todo claro de dónde vino o qué fuerza lo impulsó. Por otro lado, si aquella inmensa roca hubiese viajado en una trayectoria ligeramente distinta, no se hubiese topado con la tierra, las grandes especies no se habrían extinguido y sería casi seguro que el homo sapiens como lo conocemos no habría aparecido. ¿Qué provocó que los acontecimientos sucedieran justo así y no de otra manera? ¿Se trata de un guiño del azar cósmico o el acto volitivo de una inteligencia subyacente con algún propósito específico? No hay forma de saberlo, sin embargo se trata de un hecho que objetivamente trastocó el devenir evolutivo “natural” del planeta Tierra y quizá –si logramos realmente colonizar otros planetas– del sistema solar en su conjunto. Lo que el planeta Tierra “iba a ser”, ya no lo fue y ese hecho lo convirtió de manera irreversible en otra cosa.
Por otro lado, al mismo tiempo que ocurren hechos “aislados”, que por sí mismos trastocan el devenir preestablecido, el universo posee estructuras relativamente rígidas, estables y previsibles que le dan orden, que le permite generar patrones constantes y sentar las bases para el devenir que da lugar a la evolución.
En el caso de los humanos, hemos construido, en ese vaivén entre devenir y circunstancias aleatorias, ciertos tipos concretos de civilización que paulatinamente han ido creando las estructuras sobre las que se asientan las nuevas formas de entender el mundo. Ninguna nueva era de la humanidad empieza de cero, sino que agrega una nueva capa de innovación a las formas previas de relacionarnos. El Renacimiento, por ejemplo, no es un movimiento espontáneo que aparece de la nada sino que, en esa mezcla de novedad, contingencia y devenir, emerge como una forma de trascender y dejar atrás la decadencia que acusaba la época medieval.
En lo individual, la combinación de los diversos contextos en que estamos inmersos son determinantes para anticipar lo que podemos lograr y experimentar en nuestra vida y lo que no está dentro de nuestro horizonte de posibilidades. Nuestra genética, nuestra complexión física, la familia en que nacemos, la ciudad, la nación, el contexto social, económico, político y cultural, todos ellos, y una larga lista adicional que sería extenso señalar, condicionan de manera muy importante nuestra vida, pero, otra forma de verlo consiste en aceptar que ese bagaje existencial que no hemos escogido, y que sin duda acota nuestras posibilidades, resulta también en un inventario de facultades y herramientas con que contamos para ejercer nuestra libertad individual.
Esta forma de entender la existencia confirmaría que el cosmos, al mismo tiempo que una serie de marcos rígidos, posee también un espacio de creatividad, para la novedad, para la innovación lo mismo que para lo imprevisto y contingente, pero, puesto que carecemos de la perspectiva para asegurar de manera tajante que se trata de una serie de dinámicas vacías y carentes de sentido, es igualmente probable que toda esta red de interacciones a diversos niveles sea operada de manera subyacente por una inteligencia cósmica, así sus motivaciones, intenciones y mecánicas de funcionamiento nos sean del todo inaccesibles.
A diferencia de las religiones existentes, tanto del pasado como del presente, que se han dedicado a explicar y resolver el orden cósmico desde la perspectiva humana, la posibilidad de una consciencia que abarque la totalidad del cosmos nos coloca en una posición distinta: al reconocer que la perspectiva humana es solo una de las infinitas perspectivas posibles, lo que esa entidad cósmica “piensa” –si cupiera llamarle así– nos es incognoscible. E insisto en la palabra “inteligencia” porque, como ya se dijo, si la evolución dio lugar a la razón y la capacidad cognitiva humana es porque la inteligencia de algún modo está dentro de los componentes del cosmos.
Sabemos lo que sabemos y dentro de ese universo de comprensión –desde luego siempre susceptible de ampliarse– es desde donde nos gestionamos como especie, reconociendo las estructuras que habitamos y nos habitan, tratando de aprender de la contingencia, y siempre en busca de patrones más amplios y sutiles y ejerciendo nuestra libertad y creatividad desde la franja de acción deliberada que efectivamente tenemos.
Si habitamos una Totalidad cósmica que de alguna manera es inteligente, no cuesta imaginar, extrapolando a nivel cósmico lo que ocurre dentro del planeta Tierra entendido como una totalidad, que dicho sistema se retroalimenta sinérgicamente para evolucionar, aun cuando los humanos no poseamos la perspectiva y la distancia suficiente para percibir esos patrones universales. Los seres humanos de la prehistoria o de la Edad media carecían de una compresión del planeta como una gran totalidad, como un gran sistema de sistemas que opera en su conjunto de manera sinérgica. Sin embargo, el hecho de que no lo supieran, no evitaba que esto fuera así desde siempre. Lo mismo ocurre con el ser humano actual y la totalidad cósmica: el hecho de que no estemos habilitados para conocerla u observarla, no implica que no funcione como tal.
Llevado esto a la vida del día a día podríamos resumir el proceso diciendo que, conforme nos hacemos conscientes de las estructuras que nos son dadas –realidad genética, física y cognitiva, así como los contextos familiares, sociales y culturales a los que pertenecemos– y aceptamos que el azar y la contingencia juegan un papel en nuestra vida y devenir, nos volvemos capaces de aprovechar los momentos propicios para ejecutar aquellos actos libres acordes con nuestros propósitos y objetivos para así manifestar nuestra la auténtica y genuina individualidad en el espacio que el diseño cósmico ha dejado para ella.
Digamos, como ejemplo, que el deporte que más nos gusta es el atletismo y, dentro de este, las disciplinas de velocidad. Una vez que llevamos cierto tiempo entrenando para ese tipo de competencia habremos desarrollado explosividad, potencia y velocidad; incluso nuestro cuerpo y nuestra manera de pensar antes de una carrera se habrán modificado de forma importante creando nuevos desarrollos musculares y estructuras de pensamiento que nos permitan afrontar esa variedad de competencia en particular. Y es ahí, una vez completadas aquellas largas sesiones de entrenamiento que nos han preparado para la competencia, que estaremos en la posibilidad de expresar una forma personal de competir y donde manifestaremos la libertad y la creatividad que exige el momento. Sin embargo, nos será cada vez más difícil participar en pruebas de distancias largas que dependan de estructuras musculares diferentes, más aptas para la resistencia que para la velocidad, así como andamiajes mentales adecuados para competencias de largo aliento.
Lo mismo ocurre en lo profesional o en las relaciones interpersonales: dependiendo del tipo de decisiones que vayamos tomando y las redes y vínculos que construyamos según nuestro particular espacio de libertad, iremos diseñando estructuras –físicas, cognitivas, sociales, relacionales, etc.– que nos habilitarán para lograr ciertos objetivos y propósitos, pero nos alejarán de otros. Así es como podemos gestionar conscientemente la relación entre las estructuras predeterminadas, el azar y el acto libre.
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