Dijo Winston Churchill que la democracia es la peor de las formas de gobierno, con excepción de todas las demás. Y es que las tres formas de gobierno que reportaban los clásicos, desde Aristóteles hasta Norberto Bobbio, tienen sus expresiones perversas, pero la democracia, pese a sus riesgos, es la única forma de gobierno que permite un eficaz sistema de pesos y contrapesos y asegura la transparencia y la rendición de cuentas para evitar abusos de parte de quienes ostentan el poder político.
Para ser claro, históricamente se reconocen tres formas de gobierno básicas: la monarquía, que es el gobierno de uno solo; la aristocracia, que es el gobierno, en principio y atendiendo a su raíz etimológica, de los que deberían ser los mejores, que por definición serían unos cuantos; y la democracia, que es el gobierno en el que todos los ciudadanos tienen voto y voz.
Las tres tienen sus pros y contras, lo que deberían ser idealmente y lo que resulta, en su parte oscura, si se descomponen. El gobierno de uno solo sería maravilloso si el monarca fuera sabio, prudente, justo, generoso y bueno, pero si éste resulta más bien lo contrario, entonces lo que tendremos será una tiranía de la que los afectados no podrían librarse más que por el fallecimiento o la remoción forzada de ese único que ejerce el poder. El gobierno de pocos, si estos fueran realmente los mejores, tendría la garantía de que varias cabezas piensan mejor que una sola y la combinación de sus talentos promovería el mayor bien del estado. Pero esos pocos tan poderosos podrían degenerar en procurar sus propios intereses, olvidándose del bien común de la sociedad, convirtiéndose en una oligarquía.
De modo que el gobierno de toda la ciudadanía participando, con voz y voto, en los asuntos que atañen a todos, podría garantizar mejor el bien común, que es el fin propio de la vida política. Sin embargo, la democracia tiene también su forma degenerada, que es el gobierno de la chusma, ignorante e irresponsable, capaz de aplaudir decisiones y acciones de gobierno que, tarde o temprano, causarían la ruina del estado y el desorden social, hasta el colapso.
La larga historia de la civilización ha dejado claro que es más probable que un monarca degenere en tirano y una aristocracia degenere en oligarquía a que una democracia se colapse y degenere en una oclocracia, que es el gobierno de los peores, aunque ninguna democracia está a salvo de esto, como ocurrió con la República Española en 1931-36 o en Chile, con Salvador Allende y su Unidad Popular, entre 1970 y 73. Además, las democracias suelen ser más ineficientes que la monarquía o la aristocracia, porque hay que negociar mucho, ceder en esto y en lo otro, dialogar y dialogar. Entonces, es verdad que la democracia es la peor de las formas de gobierno, pero las otras alternativas suelen ser pésimas.
La clave de la salud política del estado en una democracia radica en la participación y calidad de los ciudadanos, que deben actuar con integridad ética y con sentido de la responsabilidad para conservar y promover el orden público y el bien común. La vida democrática requiere madurez personal y consciencia clara de lo que es conveniente y de lo que no lo es para el bienestar general.
En México, nos tardamos unos 180 años de vida como nación independiente para tener una democracia razonablemente funcional, con rendición de cuentas y la maravillosa capacidad de cambiar de gobernante civilizadamente y en paz cuando el gobierno en turno no funcionaba debidamente. El caos de nuestro siglo XIX se resolvió con la aristocracia porfiriana que rápidamente degeneró en una oligarquía que benefició muchísimo a una pequeña élite mientras crecía la miseria entre el grueso de la población. Después, la Revolución de 1910 degeneró pronto en una monarquía sexenal a la que bien se le ha denominado presidencialismo imperial, que se distinguió por su carácter represivo ante cualquier voz opositora y por una corrupción cuyas herencias, sobre todo culturales, seguimos cargando hasta el día de hoy.
Fue apenas en 1997, con la ciudadanización del IFE, que logramos transitar a un régimen democrático, desde luego imperfecto y todavía en vías de consolidación, que a la fecha sigue operando de manera muy aceptable pero que, de seguir por el camino en el que vamos al son de la 4T estamos en riesgo grave de perder. Y no está de más señalar, enfáticamente, que si perdemos nuestro orden democrático perderemos mucho en términos de libertades civiles y derechos humanos, así como sin contrapesos y rendición de cuentas, nos seguiremos hundiendo en el pantano de la corrupción.
El resultado de las elecciones del domingo en el Estado de México, con el triunfo de Delfina Gómez, debe hacer sonar las sirenas de alarma ante la degeneración de nuestra democracia en oclocracia (gobierno de la chusma) disfrazando a un gobierno crecientemente autoritario destructor del estado de derecho y del entramado institucional que había permitido el avance de nuestro país en materia económica, educativa y de salud, por más insuficiencias que se puedan señalar, con toda razón, en estas materias.
La más eficaz defensa en favor de la democracia radica en la ciudadanía y su activo compromiso en la construcción del bien común. Nuestra democracia claramente requiere de más y mejor ciudadanía para dar forma, desde abajo, en la base del tejido social, a esa masa acarreable que compromete su apoyo a favor de demagogos a cambio de una torta y un refresco, un costal de grava o una “ayuda gubernamental” de cierta cantidad de dinero bimestral a cambio de la cual se quedan sin servicios de salud, sin medicinas o sin educación de calidad para sus hijos. Necesitamos ciudadanos que formen ciudadanos. Que hagan que la responsabilidad ciudadana se viralice.
Quizá la peor noticia en el triunfo de Delfina fue la abstención: Apenas el 50% de electores posibles fue a votar en el EdoMex. Quienes no votaron, ¿no se dan cuenta de hacia dónde vamos? ¿Les importa un bledo? ¿No encuentran líderes ciudadanos confiables que los hagan despertar del pasmo político en que se encuentran?
Apelo aquí al liderazgo empresarial que es clave para la vitalidad de la ciudadanía. Sobre todo a tantos pequeños y medianos empresarios que son los que más tienen que perder frente a los escenarios de descomposición del contexto nacional. Apelo a ellos para que no “se acomoden” en una economía que, pese a todo, sigue creciendo (aunque poquito), en la esperanza de que el T-MEC y el “nearshoring” nos sigan empujando sin que importen los desplantes presidenciales. Porque son los empresarios los ciudadanos que más pueden aportar para la movilización ciudadana: por su iniciativa, su capacidad de gestión, sus recursos y su capacidad de vinculación con otros actores sociales.
En estos días, algunos empresarios incentivaban la participación electoral ofreciendo descuentos en un café, regalando una dona u ofreciendo algún beneficio a sus clientes que mostraran el dedo marcado por haber votado. ¿No sería maravillosa una auténtica cruzada empresarial en favor de una mayor participación ciudadana para cerrar las brechas sociales que tanto lastiman al país? ¿O para promover la toma de consciencia política de una ciudadanía cada vez más responsable y participativa a favor del bien común? Hago notar que sin el compromiso empresarial en contra del presidencialismo imperial no habría sido posible nuestra transición a la democracia en el 2000.
En un régimen autoritario no necesariamente desaparece la actividad empresarial. No ha desaparecido del todo en Venezuela, por ejemplo. Pero la que hay es una vida empresarial mafiosa, corrupta, acomodada con el régimen a costos altísimos en materia de productividad, competitividad y servicio al bien común. A la fecha, ya vemos claramente a empresarios que se van acomodando con la 4T, sea por tener “la cola muy larga” (y apestosa), porque encuentran nichos de negocio en este régimen que les resultan muy rentables o porque prefieren “no hacer olas”. A caso no se dan cuenta que una vida empresarial sustentable requiere de una sociedad sana y un régimen político abierto, transparente y en el que “la ley sea la ley”.
Urge el compromiso y la participación de empresarios y ciudadanía en defensa de la democracia, primero. Y luego en la construcción del bien común, saldando las enormes deudas sociales que como país tenemos.
Twitter: @Adrianrdech.
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