Como lo afirmó Camus en su momento, la violencia es el resultado final de la incapacidad para verbalizar las propias emociones, de modo de comprenderlas a fondo y poder utilizarlas como rampa de despegue para nuestras acciones. Ello pone de relieve la necesidad imperiosa de dominar el lenguaje, como herramienta fundamental de la integración social.
Bien dicen quienes animan a mejorar nuestras condiciones como humanidad: Lo pienso, luego lo expreso; lo expreso, luego lo actúo. Esto es, si no hay claridad de pensamiento, o acierto en la expresión verbal, no llegan a consolidarse de la mejor manera las acciones a favor del entorno personal, por ende, tampoco las del bienestar colectivo. Los tiempos actuales generan emociones derivadas de la angustia existencial. Vemos nuestro planeta tierra sometido a grandes daños provocados por nosotros mismos, daños que no dejamos de ocasionar amén de la angustia que nos genera. Nos invade el estrés de la polarización vigente, fundamentalmente en redes sociales. No se consigue una articulación entre reflexión personal y acción.
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Mucho se ha debatido acerca del uso de pantallas digitales en la infancia. Algunos colegios particulares las han incluido como herramienta de aprendizaje desde los primeros años escolares, en tanto vemos ahora que países nórdicos revaloran y hasta prohíben su uso entre alumnos de nivel primaria. El argumento es muy simple: el aprendizaje a través de medios electrónicos produce una retención más fugaz, y no permite la concentración necesaria para la comprensión lectora. Todos lo hemos vivido de una u otra forma: leemos contenidos en la red y difícilmente los recordamos a la vuelta de un par de días. Tratándose de los conocimientos básicos de la enseñanza en niños, este mecanismo provoca un efecto negativo en la integración del juicio crítico óptimo en un ser humano. Por su parte el libro impreso, con sus ritmos de lectura más mesurados, da ocasión a la revisión de materiales, la discriminación entre conceptos y la asunción de un criterio propio. Ello apuesta a la formación de ciudadanos comprometidos con su entorno, capaces de proponer estrategias integrales para generar mejoras en los campos de infraestructura, desarrollo económico y satisfacción personal.
Regresando a la violencia, el no poder verbalizar nuestras emociones provoca frustración. Al no alcanzar a comunicar lo que llevamos dentro surge la violencia, como una forma de expresar nuestro encono personal. Esta violencia se manifiesta de muy diversas maneras y en distintos grados, comenzando por la intrafamiliar, que por usos y costumbres tanto se ha normalizado en nuestro país, en el que el ataque a la pareja o a los hijos, y más delante a los padres ya mayores, es de todos los días. La violencia escala a otro nivel cuando sale de las puertas del hogar para expresarse en los sitios públicos. Esta va desde la desconsideración hacia el peatón y la falta de respeto a las normas institucionales, hasta las confrontaciones ocasionadas entre personas que demandan un derecho contrario al orden público, dando pie con ello a la inconformidad de otros. El no lograr verbalizar de manera idónea lo que se siente provoca rispideces que en nada apuestan a favor del bienestar colectivo.
Crear conciencia de nuestras propias necesidades a manera de entenderlas, para luego hacerlo con relación a las necesidades de otros, comunicar y alcanzar acuerdos. Reconocer que de ninguna manera habrá que esperar que los demás actúen conforme a mis propios cánones. Cada uno posee libertad de pensamiento y de acción, en la medida en que con ello no invada el espacio personal de otros. Es necesaria una comprensión de las propias emociones con relación a fenómenos sociales distintos a nuestro comportamiento, en el entendido de que los demás tienen la misma oportunidad que tengo yo, para manifestarse.
El sentido moral se crea en casa, fundamentalmente a través del ejemplo. Una incongruencia entre los patrones verbales y de actuación de los padres, generando mensajes mixtos, derivará en confusión para los hijos. Ese “haz como digo, no como yo hago” es una narrativa nada afortunada para su formación.
Los conocimientos adquiridos aportan, de manera definitiva, la oportunidad para mejorar una sociedad. Su peso depende de la verbalización, para la propia comprensión, así como para la formulación de estrategias de comunicación y creación colectiva. El no cumplimiento de ello deriva en violencia; las emociones no procesadas son un caldo de cultivo para la agitación.
Nuestra realidad demanda ciudadanos reflexivos, capaces de reconocer conductas y discriminar entre el bien y el mal. Los estados de tibieza no derivan en la creación de una conciencia colectiva que apueste por la construcción de un mejor país.
Nos quedamos todos con mucha tarea. De momento habrá que comenzar –cada uno—su propio escrutinio personal, para medir nuestros conocimientos, la aplicación de estos y la conformación de una conciencia personal. Más adelante expresar lo propio y proponer estrategias para el bien común. Encerrados en nuestra propia burbuja digital, poco se logrará a favor de la paz y la satisfacción de las necesidades que México demanda sean resueltas.
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