¿Qué tiene a México postrado, entrampado en la violencia y la precariedad? Los mexicanos hemos transitado de un sistema autoritario, patrimonialista (aquel donde el gobierno es dueño del patrimonio y hasta de la vida misma de las personas) y clientelar (empresas, empleos son concesiones del gobernante) a otro con el que se pretendía que el viejo régimen fuera sustituido por uno de derechos políticos (elecciones libres donde el voto cuenta), económicos (la competencia, la transparencia y el mérito determinan el futuro de las empresas) y sociales (construcción de una red universal de salud, educación, seguro de desempleo e invalidez y vejez) para cada persona. Todo se quedó en proyecto. Persisten los vicios de beneficiar a familiares y amigos con el gasto y los contratos públicos. El avance mayor fue la liberación política que permitió cambiar pacíficamente a las élites gobernantes. En salud apenas se dio un paso nimio con el seguro popular. Y paro de contar.
La transición fue fallida. La apuesta de cambio se limitó al acuerdo comercial de México con Estados Unidos y Canadá. Se creyó que a la larga sería suficiente para lograr un Estado de leyes y de derechos sociales. No sucedió en los más de 40 años de liberalización económica: se creyó ciegamente en que el mercado forjaría el Estado de derecho y traería justicia y bienestar. El Estado abdicó a su papel de regulador y forjador de instituciones. En ese periodo si acaso se erigieron pequeñas ínsulas de una economía moderna, vinculadas al comercio con nuestro vecino del norte. Pero los derechos fueron suspendidos. El arribo de nuevas industrias extranjeras apenas se reflejó en el bienestar de sus trabajadores, pero jamás benefició a las poblaciones donde se ubicaron. La destrucción del sistema autoritario y patrimonialista no fue acompañada por el desarrollo de derechos sociales ni servicios públicos.
El cambio de un modelo de desarrollo autárquico y autoritario a otro de libre comercio y flujo de capitales fue obligado por la bancarrota del Estado mexicano en los años ochenta. En ese contexto se retiraron subsidios y apoyos al campo y a las empresas. Miles de campesinos y rancheros, así como de empresarios quebraron. Su destino fue la migración, vincularse a las economías informal e ilícita o morir en el desamparo. Se apostó a que la apertura comercial por sí sola resolviera el problema económico, social y político que trajo la insolvencia del gobierno. Apenas se crearon algunos organismos autónomos, algunos inútiles y cooptados por intereses económicos. Se invirtió poco y mal en construir un sistema judicial y una policía competente. Al mismo tiempo que se desmanteló el añejo aparato policial y de justicia, el narcotráfico dio un salto gigantesco gracias a que México se convirtió en puente del tráfico de cocaína y de precursores químicos para producir drogas más letales. Fue una combinación catastrófica para la seguridad y la paz.
Entonces ¿dónde estamos? Ámbito económico: una parte del país se vincula con el sector exportador, el moderno de la economía. La otra mitad está en la informalidad, ligada a economías ilícitas: narcotráfico, extorsión, secuestro, cobro de piso, asesinatos… Pero entre un sector y otro hay una relación parasitaria y utilitaria: en el campo y la minería el sector informal suele proveer seguridad e incluso trabajadores al formal. Ámbito de seguridad y justicia: la liberación del sistema político desmanteló el orden autoritario, lo cual desarticuló al sistema policiaco que tenía un pie en la legalidad -pues dependía de un mando policial jerárquico- y otro pie en la ilegalidad: robaba, extorsionaba y se quedaba con los decomisos de drogas y botines de ladrones. Este doble papel permitía regular y mediar con los criminales. Su disgregación favoreció que las policías se vincularan al crimen organizado. Y lo peor, no se creó un sistema de justicia y policiaco que lo sustituyera. Resultado: crimen y violencia. Fue así como la única opción fue la militarización.
Ámbito de la informalidad y el narcotráfico: el desmantelamiento de las policías ocurrió en el momento que los cárteles mexicanos de la droga se internacionalizaron por efecto del comercio de cocaína y de las drogas sintéticas. Los bolsillos de los narcotraficantes se llenaron a tope. Su abundancia de dólares permitió enrolar a los policías que fueron defenestrados e incluso reclutar a militares (origen de los Z). Al mismo tiempo, los cárteles extendieron su dominio hacia el campo y la minería, el comercio, la construcción y otros sectores económicos, que fueron abandonados a su suerte para enfrentar la apertura comercial sin apoyo ni servicios públicos. Así, compraron ranchos, respaldaron a la economía campesina y enrolaron a desempleados. De este modo los cárteles pasaron de narcotraficantes a controlar regiones enteras, tanto por la vía de sus actividades económicas como por su incursión en la política mediante el financiamiento a candidatos y sus campañas. A partir de entonces, mantienen un pie en la economía y la política formal.
Ámbito del Estado y del gobierno: los gobiernos que han estado a cargo de la cosa pública han dado palos de ciego y renunciado a las obligaciones básicas del Estado moderno: la seguridad pública y la provisión de bienes y servicios públicos universales, tales como salud, educación, seguro de desempleo. Al tiempo, la nueva política migratoria de Estados Unidos ha limitado la salida a la crisis de desempleo y desamparo en el que se encuentran millones de mexicanos. La combinación de ambos factores más el florecimiento de las economías ilícitas ha fortalecido enormemente a los grupos criminales. El resultado es que los mexicanos vivimos en el reino de la contingencia. La suerte nos salva de morir en un enfrentamiento o un asalto. La misma suerte nos favorece si logramos un empleo formal o nos da la espalda si no logramos emprender, pues para ello se requieren conexiones y dinero.
Ante la dislocación del Estado, la narrativa ha permitido ocultar sus carencias y mantener el control político. El relato político sirve para que la gente soporte los desastres cotidianos. Los cambios, escribe Claudio Lomnitz en El tejido social rasgado, “requieren una narrativa que les otorgue una finalidad y que marque una dirección: la transición democrática y la modernización en un caso [fue el relato que dio cobijo a la fase neoliberal, que causó gran destrucción; este ciclo terminó con el inicio de la guerra a las drogas], y la “Cuarta Transformación” -con su obsesión con “la recuperación de la soberanía”-, en el otro”. Además, añade el antropólogo, la narrativa teleológica “sirve también para minimizar [el horror y el dolor de la vida diaria], los cuales parecen poca cosa frente a la grandiosidad de una serie de metas que se vislumbran en el horizonte”. El uso de la historia cumple un papel vital en el relato.
Como nada o muy poco se hace para enfrentar tan terribles males del presente, la acción pública se limita a ritos y conjuras del pasado. Es así como se celebra solemnemente, dice Lomnitz, la matanza del 2 de octubre de 1968, “que dejó menos muertos que hoy hay en México casi cualquier semana del año”. Asimismo, agrega, se firmó con “bombo y platillo la creación de la Comisión para el Acceso a la Verdad, el Esclarecimiento Histórico y el Impulso a la Justicia de las violaciones graves a los derechos humanos cometidos de 1965 a 1990”. Remata su reflexión así: “La teleología hoy en México tiene mucho de siniestro y mucho de mala fe. Los entusiastas del gobierno se llenan la boca con la Historia, con hache mayúscula, para minimizar los efectos desastrosos de sus políticas y presentarlos como un mal menor o como un efecto retardado del sistema anterior”. Así se dulcifica el desastre.
Cuando los males sociales y la ineficiencia e indiferencia del Estado se minimizan y consideran como contingencia o mala suerte, se responsabiliza a la persona de los problemas sociales, que trascienden al individuo. De esta manera se genera impotencia y condena a la inmovilidad: ¿qué se puede hacer contra la mala suerte? ¿Qué se puede hacer cuando llueve o soplan los vientos fríos del norte? Así, el Estado abdica a enfrentar los cambios sistémicos que provocan sus decisiones y afectan el funcionamiento de la sociedad. Lomnitz apunta: “Nuestros gobiernos han estado implementando cambios importantes en el funcionamiento mismo del Estado sin tener en sus manos los hilos para impedir que hubiera resultados catastróficos y sin que hubiera siempre instrumentos para mitigar esos resultados catastróficos. La teleología sirve para distraernos de eso”. ¿Despertaremos algún día?
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