Con lo que estamos viendo, tal vez sí haya que llegar -tristemente- a la conclusión de que México, hoy, sí está en el fondo de la lista de corrupción en el hemisferio occidental y de poco o ningún consuelo sirve señalar que Venezuela o Haití están peor.
Recientemente vi una nota de un periodista estadounidense de línea conservadora y vinculado a Fox News en la que señalaba a México como “el país más corrupto del hemisferio occidental”. ¡Auch! Se dirá, con cierta razón, que el comentarista exagera, porque según algunos indicadores, resultan más corruptos Haití, Venezuela, Nicaragua, Guatemala y probablemente Albania (si lo ubicamos en el hemisferio occidental). Sin embargo, la acusación 1) es bastante grave, 2) no es gratuita y 3) los mexicanos de bien deberíamos tomarla muy en serio. Por tanto, conviene dedicarle una reflexión al asunto.
Según los índices globales que miden la percepción de corrupción en el sector público, México está en el tercio más bajo de las calificaciones en el mundo; un poco más abajo que Argentina, Brasil, Panamá y Perú (mucho peor que Chile, Uruguay y Costa Rica en Latinoamérica y por supuesto que cualquier otro país de la OCDE, en cuya lista sí ocupamos el lugar peor calificado). Entre 2013 y 2023 (último reporte) México descendió del lugar 106 al 126 en un ranking de 180 países (eran 177 en 2013). Al respecto cabe señalar que en los 30 años transcurridos entre 1988 y 2018, nuestro país logró avances significativos en materia de fortalecimiento institucional (con organismos autónomos), un sistema forzoso de transparencia y rendición de cuentas (visible a través del INAI) y el establecimiento de un Sistema Nacional Anticorrupción. Esto es, íbamos al menos por el camino correcto para aliviar este cáncer nacional cuyo impacto económico se estima entre el 5% y ¡el 12%! del PIB, que representa entre 1.5 y 3.6 billones (millones de millones) de pesos anuales. Después del 2018, el gobierno “de la Transformación” procedió a destruir este entramado “neoliberal” del que ya queda nada.
La consecuencia directa e inmediata de la destrucción del entramado “neoliberal” para corregir la corrupción endémica de nuestros gobiernos (en todos los niveles de la administración pública) es evidente y la vamos atestiguando, diariamente, mediante la valerosa acción de lo que queda de la prensa libre y “las benditas redes sociales”: El gobierno “de la Transformación” está resultando el más corrupto de la historia de México, que no es cosa nada menor.
Nomás el caso del llamado “huachicol fiscal” nos costó a los mexicanos unos 180,000 millones de pesos en 2024 (aunque parece claro que empezó a operar desde varios años antes -a partir del 2019-, de modo que el desfalco a la nación podría alcanzar fácilmente casi ¡un millón de millones de pesos!). Lo más grave de este caso es la putrefacción institucional que revela en los gobiernos de MORENA y que involucra no sólo a la Secretaría de Marina y la Administración Nacional de Aduanas, sino también a la Fiscalía General de la República, al SAT, a la Secretaría de Seguridad Pública y a varios gobernadores, presidentes municipales, diputados y senadores de MORENA, así como a los órganos de gobierno de ese partido, incluyendo por supuesto al jefe máximo y sus parientes. Una cloaca pestilente ad extremum. ¿En manos de quiénes estamos?
A esto, por supuesto, hay que añadir la corrupción denunciada en las obras insignia de AMLO: el Tren Maya, Dos Bocas y el AIFA, así como los cuando menos $15,000 millones de desfalco en SEGALMEX (caso tanto más grave cuanto que ese organismo fue creado para apoyar la producción de alimentos y la alimentación de la población más pobre del país). En comparación, parecerían “travesuras de niños” los hechos de corrupción en el gobierno de Peña Nieta de “La Estafa Maestra” o “La Casa Blanca” y no digamos aquel “Toalla Gate” de la presidencia de Fox. Incluso, el desvío de fondos de la “Partida Secreta” que manejaba el Presidente Salinas, no fue mayor a unos 2,700 millones de pesos de entonces que, en pesos actuales, queda muy lejos del impacto del “huachicol fiscal”. (Y no estoy considerando esas otras formas de corrupción que son la incompetencia y la ineficacia gubernamental manifiestas en el INSABI, el desabasto de medicinas y la “Megafarmacia”, la rifa del avión, etc., donde también hubo corrupción tradicional).
Si a este coctel le sumamos los vínculos claramente evidenciados entre varios personajes notables de la administración de AMLO con grupos del crimen organizado en algunas regiones del país, lo que tenemos es una especie de coctel Molotov político-social. La perversión se completa con el agandalle morenista de la mayoría constitucional en el Poder Legislativo y la captura absoluta del Poder Judicial con la pantomima de elección “democrática con acordeones” de jueces, magistrados y ministros de la Corte y, entonces habrá que llegar -tristemente- a la conclusión de que México, hoy, tal vez sí esté en el fondo de la corrupción en el hemisferio occidental y de poco o ningún consuelo sirve señalar que Venezuela o Haití están peor.
Con todo ello, me pregunto ¿cómo es que los mexicanos de bien (que sí los hay y muchos) permitimos esta situación? ¿Cuándo podremos decir que ya tocamos fondo? Lo peor, es que un porcentaje importante de la población parece no darse cuenta del abismo en que estamos. ¿Será que muchos están tan acostumbrados a los malos gobiernos? (Aunque sin duda hoy estamos peor, por más que hayan subido los ingresos de las personas).
En una de sus peores memorables declaraciones, Enrique Peña Nieto dijo que la corrupción en México no era un fenómeno exclusivo del gobierno sino que era un fenómeno cultural. Aunque la opinión pública se le vino encima, pienso que tenía algo de razón. No fue aquella una insensatez. En el país donde “el que agandalla no batalla” y “el que no tranza no avanza”, claramente tenemos un problema profundo en nuestro tejido social contra el que debemos dar una batalla cultural, porque en nuestra sociedad la corrupción no se limita a la esfera gubernamental sino que aparece aquí y allá en la vida cotidiana (en los modos de conducción vehicular, en el pichicateo con kilos de 700 gramos, en la rapiña ante un accidente, en las mentirillas que anulan el valor de la palabra, en favoritismo de compadres que anula el valor de los méritos, etc.). Nuestra sociedad tiene que ser saneada en todos los niveles.
Mientras tanto, nuestra PresidentA celebra los logros de la Transformación y continúa elogiando a AMLO como el mejor presidente y el menos corrupto de la historia patria. ¿Cómo combatir la corrupción si la noción de Verdad desaparece?
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