Sin duda, el electorado se percató de que eso de “Una Democracia Sin Adjetivos” por la que tanto se luchó en México por décadas, no había sido la mejor de las ideas, teniendo en cuenta los resultados dados a la Nación. El entonces presidente Ernesto Zedillo trató con buenas intenciones, el darle un empujón definitivo al país hacia una Democracia plena, en el cual se cumpliera al pie de la letra lo escrito en la carta magna mucho más que lo que se llevaba a cabo en la realidad, que era un sistema más de leyes no escritas llevadas a la vida política.
Vaya, el ciudadano mexicano se dio cuenta, a base de experimentar descomposición en todos niveles, del porqué Francisco I. Madero y sus quimeras solo metieron al país a una lucha armada mucho más compleja y larga de lo imaginado, y también de los motivos por los cuales el General Porfirio Díaz hablaba del miedo a que “se soltara el tigre”, al faltar él en la cúspide de la pirámide del régimen que encabezó por tres décadas. Así fue que, luego de volver a tropezar con una piedra muy parecida a la que inició el huertismo, el inconsciente colectivo del mexicano lo llevó a votar por el PRI y encumbrar a Enrique Peña Nieto, sin caer en la cuenta que ya el nuevo PRI no era sino un némesis del PAN, cuyo matrimonio y/o sociedad comenzaron desde el salinismo, pero con formas mucho más tímidas y discretas.
En paralelo a lo anterior un hombre recorría el país, una y otra vez de manera incansable señalando el amasiato bipartidista en el poder, con todo y sus excesos, yerros y abusos. El resultado es por todos conocido: el denominado MOVIMIENTO DE REGENERACIÓN NACIONAL, que inició como una AC que enarbolaba a un movimiento social que crecía exponencialmente llegó a la Presidencia en 2018, y hoy es un partido hegemónico casi al estilo del PRI antiguo. Y sí, es evidente que México funciona mejor, dado su Historia de siglos, incluso milenios, por ambas raíces principales (la natural prehispánica y la española) dentro de una lógica de un régimen monolítico y piramidal; un sistema sí, democrático, pero no tanto con algún adjetivo, que no sea (eso sí) un traje hecho a la medida de nuestra idiosincrasia e inclusive (¿por qué no?) nuestro mismísimo ADN.
Quizás, viene muy ad hoc una frase de Simón Bolívar, respecto a las dificultades de los países hispanohablantes de América en los años posteriores a sus respectivas independencias: “No se les puede exigir a los hispanoamericanos hacer en diez años lo que a los europeos les costó un milenio”.
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