El fallo de una corte federal en los Estados Unidos contra el ex “superpolicía” de Felipe Calderón es no sólo judicial sino político, pero sobre todo, histórico. Representa el triunfo definitivo de un personaje como lo es el hoy presidente Andrés Manuel López Obrador sobre otro que se colgó en cierta medida de su enorme popularidad para llegar de forma cuestionada hasta la Presidencia en el año 2006. Ya venía el pique desde mediados de los años 90, cuando ambos eran líderes partidistas, protagonizando los dos posicionamientos más alejados uno del otro en cuanto al mega rescate estatal a la banca privada tras la crisis política, económica y financiera de 1994- 1995, conocido en su momento como el FOBAPROA.
A raíz de esta coyuntura, parte de la sociedad está exultante, radiante de felicidad, incluso diría eufórica, otra más está (así muchos no lo reconozcan abiertamente) profundamente decepcionada; se sienten traicionados por el que consideraban “el mejor presidente de la Historia de México” por haber enfrentado al crimen, hecho que representará un fenómeno en lo electoral, que es muy probable que las encuestas no detecten, que será una caída más dramática de lo que la mayoría puede pensar en la votación para todos los cargos de elección popular que postule el partido Acción Nacional, es decir, la de un voto oculto.
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Ahora bien, un riesgo que ahí está ya, es que la oposición en México quede anulada por lo que resta del sexenio, carente de credibilidad, todo lo que puedan llegar a detectar y a denunciar públicamente en cuanto a actos de corrupción e ineptitud de parte de miembros del actual gobierno, serán ignorados. Esto último, los funcionarios taimados lo saben, y puede ser que los actos de corrupción aumenten y se multipliquen, dado que como es bien sabido, México no cuenta con una ingeniería institucional que realmente haga mella en la corrupción gubernamental. Todo se concentra en el voluntarismo y la retórica presidencial, y todo por todo lo anterior, no nos extrañe que los dos años que restan al sexenio lopezobradorista sean “los dos de Hidalgo”, pero elevados a la ‘N’ potencia, puesto que todos los ojos y la indignación de la opinión pública están y estarán “calderonizados”.
Puede ser que este hecho tenga cierta equivalencia a aquellas palabras de Peña Nieto cuando dijo que la “corrupción es un rasgo de la cultura mexicana”. La frase fue recibida por la clase política como una “licencia para matar” –evocando las películas del agente 007– donde se dio por entendido que no habría límites y estaríamos inmersos en un juego del “todo se vale”. El presidente López Obrador y sus funcionarios más cercanos dedicados al tema de la corrupción (SFP, UIF, FGR, por ejemplo) deberían tenerlo muy, pero muy en cuenta con miras a aminorarlo en la medida de lo más posible.
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