El color de la piel, un problema de origen

Todo el tiempo estamos expuestos a comentarios y actos racistas y clasistas, tanto que los tenemos ya incluso normalizados.

23 de julio, 2024

Barbara Lejtik

Juro que no quería complicarme esta semana y hablar de algún tema amable y sencillo, algo así como la sucesión presidencial. Pero no. Traigo en la mente ya desde hace mucho tiempo un tema que la mitad de la gente me entiende perfecto y la mitad me tira de a loca: el color de piel y todo lo que eso implica, la superación profesional, la aceptación social, vaya, hasta la suerte en el amor.

Habrá quien como Santiago Creel opine que eso está en nuestra imaginación y que por el contrario, todos discriminamos y él es un claro ejemplo, pues el hecho de ser rubio de ojos azules le ha significado un rechazo social, pocas cosas he escuchado tan ridículas. También hay quien afirma que los pobres son pobres porque quieren y que nada tiene que ver esto con un origen étnico, con tener ascendencia indígena o afrodescendiente y mucho menos aún con ser morenos, aseguran que la meritocracia es pareja para el que se esfuerza y supongo que jamás han tenido que enviar un curriculum vitae sin foto para que el contratante no se deje influenciar por el aspecto sino únicamente por la experiencia y capacidad.

Hay muchas cosas que sí puedo asegurar: que en la escuela privada de monjas a la que asistí en primaria, las niñas rubias eran elegidas como angelitos en las pastorelas y las morenas si bien nos iba podríamos ser pastores; también que infinidad de veces he escuchado esta especie de piropo que dice: eres morena pero tienes un moreno bonito (como si ser moreno fuera un condicionante de fealdad); también cosas como pobre pero muy bien educado o rubia y súper sencilla, distinguida, con bonito tipo, gente bonita.

Todo el tiempo estamos expuestos a comentarios y actos racistas y clasistas, tanto que los tenemos ya incluso normalizados. “Hay que mejorar la raza” decían las abuelas, aconsejándonos emparentar con gente blanca para que nuestros hijos vayan lavando un poco su color de piel, cuando estaba embarazada de mi primera hija todo mundo me decía que ojalá sacara los ojos verdes del papá, no que naciera sana, no, lo importante eran los ojos de color. Alguna ex esposa tal vez celosa cuestionó al galán en turno que cómo podía haberse hecho novio de una mujer con un aspecto tan mexicano como el mío. Y así me podría soltar contando infinidad de experiencias que viví o que leo y escucho a diario en la calle, en reuniones, en la televisión, en películas y sobre todo en redes sociales donde la ausencia de filtros nos deja apreciar más el clasismo.

Me llama mucho la atención que sea ofensivo que te digan que te pareces a Moctezuma o a Huitzilopochtli, por ejemplo, cuando no creo que en los países nórdicos nadie se ofenda porque lo comparen con Thor sino todo lo contrario. Aquí es incluso motivo de mofa hacer referencia al origen indígena del que deberíamos sentirnos orgullosos.

Dice Carlos Alazraki que le preocupa que ahora en los vuelos internacionales y en los restaurantes ellos, los blancos de toda la vida, se van a empezar a topar y tener que acostumbrar a ver gente “rara” así la llama. Y no está todo en mi imaginación, me puse a investigar un poco sobre la pigmentocracia solo en Mexico para no ir tan lejos y me encontré con que hubo una Sociedad Eugenica para el mejoramiento de la raza, que promovía la esterilización a personas que consideraban que no se debían reproducir y la iniciativa de apoyar la migración de europeos al territorio nacional con la finalidad de fortalecer a la población, volviéndola más fuerte, inteligente y capaz.

¿De dónde viene esta idea de la supremacía blanca? Dicen la mayoría de los analistas e investigadores sociales que tiene todo que ver con la colonización y el sometimiento de las culturas originarias a manos de los españoles y otros pueblos europeos que colonizaron al territorio Americano desde Alaska hasta La Patagonia. ¿Por qué hemos insistido a lo largo de la historia en clasificarnos por razas, especies, subtipos o castas? Y sobre de esta clasificación por colores decidir quién es mejor, más digno y más apto.

¿Por qué nos han hecho creer que la gente morena o afro descendientes es fea y mala, peligrosa y más parecida a los monos y que la gente caucásica es buena e incluso según la mayoría de las pinturas parecida a Dios. En el año 2000 se descifró el mapa del genoma humano, quedando claro que los seres humanos todos, provenientes de cualquier grupo étnico somos 99.9% iguales. No fue suficiente, la gente de color oscuro sigue percibiendo sueldos hasta un 54% menores a la de tez blanca y teniendo preferencia para ser admitida y privilegiada en todos los ámbitos, ni qué decir para poder sentarse a comer en restaurantes caros o discotecas de moda cuando se tiene “Bonito tipo” que en este caso es parecer lo más europeo posible.

La alta sociedad se molesta cuando alguien de “Color humilde” sin clase o código postal obtiene un puesto o peor aún un cargo en el gobierno, una distinción académica, una nominación al Óscar, una dirección corporativa y se sigue recurriendo a la gente humilde como si fuesen objetos (mi suegra nos pasó a su muchacha o comentarios mucho peores que ya ni siquiera escandalizan). ¿Por qué seguimos haciendo chistes sobre el tema? Usando apodos considerando que hablando del color de la piel podemos ofender o humillar a alguien, porque dicen que cuando sales de una boutique y eres blanco te dicen “vuelva pronto” y cuando eres moreno te piden que muestres el ticket. Porque cuando una persona de tez oscura acude a un casting diariamente asumen que va por el personaje de el ratero, el sirviente o el pobre de la historia.

Mis preguntas son infinitas, las respuestas que obtengo no me convencen pero tampoco importa. No podemos entender desde cuándo es así y peor aún, si algún día seremos capaces de evolucionar intelectualmente para dejarnos de categorizar por cosas tan absurdas e instituciones en sentimos mejores o peores por un tema genético y aleatorio como el color de la piel y no por la capacidad, el talento o la calidad de nuestros sentimientos.

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